La Filokalia

 

"Está separado de todo, pero unido a todo.
Impasible, pero de una sensibilidad soberana.
Divinizado, se considera el desperdicio del mundo.
Y, por encima de todo,es feliz, divinamente feliz..."

(Evagrio Póntico)

 

La palabra filokalia tiene varios significados. Traducida literalmente, significa "amor a la belleza" (filokalos), es decir amor a Jesús, "esa belleza divino-humana, divino-cósmica, de la que tienen ser los hombres de hoy".
La Filokalia puede considerarse como el legado espiritual de la Iglesia de Oriente, como una antorcha de fuego que ha ido pasando de mano en mano, hasta llegar a nosotros. No se trata de renunciar a la propia Tradición, sino de enriquecerse con una tradición humana que se ha mantenido en silencio hasta los últimos años en las orillas orientales del Mediterraneo.

Introducción

En 1782 fue publicada por primera vez en Venecia, gracias al mecenazgo de Juan Mavrogordato, príncipe rumano la recopilación de la Filocalia, en la cual han colaborado Nicodemo el Hagiorita, monje del Monte Athos (1749-1809) y el Obispo Macario de Corinto (1731-1805). Se trataba de un voluminoso infolio de XVI-1207 páginas, divididas en dos columnas. Su nombre retornaba aquel ya dado por Basilio Magno y Gregorio Nazianzeno a una colección de pasajes de Orígenes por ellos elegidos.
La Filocalia es uno de los muchos textos o conjunto de obras patrísticas, de las cuales se ocupó Nicodemo, justamente en su ansia por poner al alcance de todos, los grandes textos de los Padres. De modo particular, él no se cansó de buscar aquello que pudiera servir para transmitir a todos la doctrina de la oración continua y, mediante ella, el estímulo a practicarla. Su genio, pero sobre todo su gran alma cristiana, formada en la escuela de las ideas derivadas de las Escrituras y de la tradición, le había hecho intuir cómo, el respiro profundo de la oración continua debe ser -más allá de las distintas formas que pueda asumir - la expresión viva de una vida cristiana alimentada por los sacramentos y, a la vez, un medio poderosísimo para la unión divina. Una oración, sin embargo, que como vemos nace, avanza y alcanza su plenitud sólo mediante la constante disposición a la sobriedad del corazón y del intelecto. La sobriedad es ese estado de vigilancia continua que mantiene el alma en una especie de ayuno espiritual, no excitado por los pensamientos y por las imaginaciones que producen pasiones, las que perjudican la oración y corrompen la sanidad transmitida por los sacramentos, obstaculizando su potencia deificante justamente por ello, la recopilación de Nicodemo llevará el nombre de Filocalia de los Padres Nípticos, es decir, "sobrios."
La Filocalia conoce ahora su cuarta edición griega con los cinco volúmenes aparecidos en Astir de Atenas en los años 1974-76. Sobre éstos se basa nuestra traducción.
Una obra que tiene prácticamente los mismos textos y un título de igual significado (Dobrotolubiye), y que encontró gran acogida por las cristiandades eslavas, fue publicada por el anciano Païssy Velichkovsky en 1793 y reimpresa en 1822. En realidad, en cuanto a la obra de Païssy, no podemos hablar de una verdadera traducción de la recopilación de Nicodemo. De hecho, mientras Macario y Nicodemo se ocupaban de los textos que habían reunido en la Filocalia griega, Païssy también trabajaba en la recopilación y traducción sustancialmente de los mismos textos colocándolos, sin embargo, en un orden distinto del cronológico seguido por Nicodemo. Una vez publicada la Filocalia griega, Païssy continuó con su trabajo, y es muy probable que lo haya comparado con la recopilación de Nicodemo. La coincidencia es, sin embargo, singular y, por cierto, providencial. La Filocalia eslava, que había sido destinada a promover el renacimiento espiritual ruso del "Ochocientos," fue compuesta recurriendo espontáneamente a las mismas fuentes a las cuales se habían dirigido Macario y Nicodemo. Sólo Linos pocos textos presentes en la versión griega son omitidos en la edición eslava. El Peregrino ruso, ya bien conocido en Occidente, llevaba consigo una vieja copia de la Filocalia de Païssy.
Entre 1876 y 1889, el Obispo Teófano el Recluso, publicó una traducción en ruso que sería más amplia, ocupando cinco volúmenes.

En nuestro siglo existe un gran resurgimiento del interés por la Filocalia, por ejemplo en Rumania gracias, sobre todo, a la traducción completa de Dumitru Staniloae, en ocho volúmenes, terminada en 1979. En Occidente hay actualmente en curso traducciones que se proponen ser integrales, en francés (Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles) y en inglés (Faber and Faber, Londres), basadas en el texto griego.

La Filokalia

Antonio, el Grande

Antonio, el gran padre nuestro, el corifeo del coro de los ascetas, floreció bajo el reino de Constantino el Grande, alrededor del año 330 desde el nacimiento de Dios. Fue contemporáneo de gran Atanasio, quien de él escribió, posteriormente, una amplia biografía.
Él accedió al súmmun de la virtud y de la impasibilidad. Si bien inculto e iletrado, tuvo como maestra, proveniente desde lo alto, esa sabiduría del Espíritu Santo que ha instruido a los pescadores y a los infantes: iluminado por ella, el intelecto profirió muchas y variadas advertencias sagradas y espirituales, concernientes a temas diversos, y dio a quien lo interrogara, sabias respuestas, llenas de provecho para el alma; como se puede ver en muchos pasajes del Gerontikon.
Además de lo antedicho, este hombre ilustre, nos ha dejado también los ciento setenta capítulos que incluimos en el presente libro. Que ellos son el fruto genuino de esa mente divinamente iluminada, nos lo es confirmado, entre otros, por el santo mártir Pedro de Damasco. Pero la misma estructura de lenguaje quita toda duda y deja solamente una posibilidad a aquellos que examinan minuciosamente los textos: se trata de escritos que se remontan a aquella santa antigüedad.
No debe pues asombrarnos que la forma del discurso se desarrolle en la mayor simplicidad de la homilía, en un estilo arcaico y descuidado: lo que, sin embargo, nos asombra es cómo, a través de tal simplicidad llega a los lectores tanta salvación y provecho.
Cuanto más, en aquellos que lo leen florece la fuerza de la persuasión de estos escritos, tanto más en ellos destila la dulzura y tanto más destilan, absolutamente, las buenas costumbres y el rigor de la vida evangélica; ¡ciertamente conocerán su regocijo aquellos que degustaren de esta miel con el paladar espiritual del intelecto!
Parece ser que Antonio el Grande, conocido también como "Antonio el Ermitaño" o "San Antonio de Egipto", vivió entre los años 250 y 356, aproximadamente. De familia cristiana, más bien rico, habiendo quedado huérfano de muy joven y con una hermana pequeña a su cargo, un día fue fuertemente golpeado por la palabra del Señor al joven rico: Si quieres ser perfecto, ve, vende todo aquello que posees, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los Cielos. Luego, ven y sígueme (Mt. 19, 21). Sintiéndose aludido, enseguida empezó a vender lo que poseía y a darse a una vida de oración y penitencia en su misma casa. Después de algún tiempo, confió a su hermana a una comunidad de vírgenes, y llevó una vida de oración y penitencia en su misma casa. Después de algún tiempo, confió a su hermana a una comunidad de vírgenes, y llevo una vida solitaria no lejos de su pueblo, poniéndose bajo la guía de un anciano asceta de quien se alejara, luego, para retirarse en el desierto, en una de las tumbas que se encontraban en aquella región.
Su ejemplo fue contagioso, y cuando se retiró al desierto de Pispir, el lugar no tardó en ser invadido por cristianos. Lo mismo sucedió cuando sucesivamente se retiró cerca del litoral del Mar Rojo. La vida consagrada al Señor, en soledad o en grupos, ya era una costumbre, pero con Antonio, el fenómeno asumió dimensiones siempre más amplias, tanto que podemos llamar a Antonio - según una conocida expresión de entonces, - "el padre de la vida monástica."
También en Occidente su influencia fue grandísima, sobre todo gracias a la rápida difusión de la Vida, escrita por Atanasio poco después de la muerte de Antonio. Atanasio había conocido bien a Antonio en su juventud. La biografía que escribió debe ser considerada como un documento histórico de peso, si bien, obviamente, al escribirla, el autor ha usado procedimientos corrientes en la literatura de su tiempo, como el de poner en boca del protagonista largos discursos nunca pronunciados de esa forma y extensión, pero en los cuales se quiere recopilar, en una síntesis orgánica y vívida, las que fueron, efectivamente, las ideas más trascendentes del protagonista, por él expuestas - o, más simplemente, por él vividas - en las más variadas situaciones.
Se atribuyen a Antonio siete cartas escritas a los monjes, además de otras dirigidas a diversas personas. De la Vita Antonii escrita por Atanasio existe una óptima traducción italiana con un texto latino que la antecede, en las ediciones Mondadori - Fundación Lorenzo Valla, 1974, a cargo de Christine Mohrmann. Se puede también ver una reciente traducción francesa de las Cartas de San Antonio en la colección Spiritualité Orientale N. 19, Abbaye de Bellefontaine.
La Iglesia recuerda a Antonio el 17 de enero.

Advertencia sobre la Indole humana y la Vida Buena

Sucede que a los hombres se los llama, impropiamente, razonables. Sin embargo, no son razonables aquellos que han estudiado los discursos y los libros de los sabios de un tiempo; pero aquellos que tienen un alma razonable, y que están en condiciones de discernir entre lo que está bien y lo que está mal, aquellos que huyen de todo lo que es maldad y que daña el alma, mientras que se adhieren solícitamente a poner en práctica todo lo que es bueno y útil al alma, y hacen todo esto con mucha gratitud respecto de Dios, solamente estos últimos pueden ser llamados, en verdad, hombres razonables.
El hombre verdaderamente razonable tiene un solo deseo: creer en Dios y agradarle en todo. En función de esto - y solamente de esto - formará su alma, de modo que sea del agrado de Dios, dándole gracias por el modo admirable con que su providencia gobierna todas las cosas, incluso los eventos fortuitos de la vida. Está, pues, fuera de lugar, agradecer a los médicos por la salud del cuerpo aun cuando nos suministran fármacos amargos y desagradables, y ser ingratos con respecto de Dios por las cosas que nos parecen penosas, sin reconocer que todo sucede de la forma debida, en nuestra ventaja, según su Providencia.
Puesto que el conocimiento y la fe en Dios son la salvación y la perfección del alma.
Hemos recibido de Dios la continencia, la paciencia, la temperancia, la constancia, la soportación, y otras virtudes similares a éstas, como excelentes y válidas fuerzas. Éstas, con su resistencia y su oposición, acuden en nuestra ayuda frente a dificultades de esta tierra. Si las ejercitamos y las mantenemos siempre prontas, nos ayudarán de tal modo que nada de lo que nos suceda nos parecerá áspero, doloroso o intolerable. Nos alcanzará con pensar que todo pertenece a la realidad humana, y es doblegado por las virtudes que están en nosotros. Por cierto, que esto no lo pensarán los insensatos: éstos no creen que todo evento es para bien, que sucede como debe suceder para ventaja nuestra, a fin de que las virtudes resplandezcan y que recibamos de Dios la corona.
Considera cómo la posesión de bienes y el uso de riquezas son solamente una ilusión efímera y reconoce que la vida virtuosa y grata a Dios es algo mejor que la riqueza. Si haces de este pensamiento una meditación convencida y lo guardas en tu memoria, no gritarás ni gemirás de dolor, no culparás a nadie, sino que por todo darás gracias a Dios, viendo que los que son peores que tú, confían en la elocuencia y en las riquezas. Porque la concupiscencia, la gloria y la ignorancia son las peores pasiones del alma.
El hombre razonable, al meditar sobre cómo debe actuar, evalúa lo que le conviene y lo beneficia, y ve cómo algunas cosas son buenas para su alma y la mejoran, mientras que otras le son extrañas. De este modo, él huye de lo que perjudica a su alma como realidad extraña y que es capaz de alejarlo de la inmortalidad.
Cuanto más modesta es la vida de uno, tanto más éste es feliz. No tiene que preocuparse por tantas cosas, tales como siervos, campesinos, ganado. Si nos precipitamos en estos quehaceres, tropezaremos con las penas que de ellos surgen y nos lamentaremos de Dios: con nuestra voluntaria concupiscencia, la muerte, como una planta, será regada y permaneceremos perdidos en las tinieblas de la vida pecaminosa, impotentes de conocernos a nosotros mismos.
No debemos declarar que es imposible para el hombre conducir una vida virtuosa. Debemos más bien decir que ésta no es fácil ni está al alcance de la mano de cualquiera. Toman parte de una vida virtuosa todos aquellos que, de entre los hombres, son píos y dotados de un intelecto amante de Dios: porque el intelecto ordinario y mundano es también voluble, produce pensamientos ya sea buenos como malos, es mudable por naturaleza y sus cambios tienden a la materia. Mientras, el intelecto ocupado por el amor de Dios está al resguardo de la malicia que el hombre voluntariamente se procura por su descuido.
Los incultos y los rústicos consideran cosa risible los razonamientos y no quieren escuchar, pues su falta de formación sería puesta en evidencia y querrían que todos fueran como ellos. Es así que también en su forma de vivir y en sus modales, tratan de que todos sean peores que ellos pues piensan que podrán pasar por irreprochables, gracias al pulular de los mediocres.
El alma debilitada va a la perdición, arrollada por la malicia que acarrea consigo la disolución, la soberbia, la insaciabilidad, la ira, la desconsideración, la rabia, el homicidio, el gemido, la envidia, la avaricia, la rapiña, los afanes, la mentira, la voluptuosidad, la pereza. la tristeza, el miedo, la enfermedad, el odio, la acusación, la impotencia, la aberración, la ignorancia, el engaño, el olvido de Dios. En éstas y otras cosas similares es castigada el alma infeliz que se separa de Dios.
Aquellos que quieren practicar la vida virtuosa, pía, gloriosa, no deben hacer sus elecciones basándose en costumbres artificiosas o en la práctica de una vida falsa. Por el contrario, deben, tal como lo hacen los escultores y los pintores, demostrar con sus propias obras si vida virtuosa y conforme a Dios, y rechazar como trampas todos los malos placeres.
Comparado con las personas sensatas, el que es rico y noble pero falto de disciplina espiritual y de toda virtud de vida, es un infeliz. Pero el que es pobre y esclavo en cuanto a condiciones de vida, pero adornado de disciplina y de virtud, éste es feliz.
Como los extranjeros que se pierden en las calles, también aquellos que descuidan llevar una vida virtuosa, parecen desviados por sus propias concupiscencias.
Son denominados plasmadores de hombres aquellos que saben cultivar a los incultos y les hacen amar los razonamientos y la instrucción.
Del mismo modo, debemos denominar plasmadores de hombres a aquellos que convierten a los desenfrenados a la vida virtuosa y grata a Dios: éstos replasman a los hombres. Pues humildad y continencia significan felicidad y esperanza buena para las almas de los hombres.
Es bueno, en verdad, para los hombres, conducir de la debida manera las costumbres y la conducta de su vida. Cumplido con esto, se torna fácil conocer lo que concierne a Dios: aquel que rinde culto a Dios con pleno corazón y fe, es apoyado por Él para que pueda dominar su cólera y su concupiscencia que son las causas de todo mal.
Es llamado hombre aquel que es razonable o el que soporta ser corregido. Pero al incorregible se lo debe llamar salvaje, porque su estado es propio de los salvajes. Y de éstos hay que alejarse, porque al que convive con la malicia no le será nunca posible llegar a estar entre los inmortales.
Cuando la racionalidad nos asiste verdaderamente, nos hace dignos de ser llamados hombres. Si abandonados la racionalidad, nos diferenciamos de los brutos sólo en cuanto a la estructura de nuestros miembros y por nuestra voz. Que el hombre bien dispuestos admita que es inmortal y, en consecuencia, odiará toda baja concupiscencia que es para los hombres la causa de su muerte.
Cada arte organiza la materia de la cual dispone y demuestra así su propio valor. Está el que trabaja la madera o el que trabaja el bronce; otros, el oro o la plata. Y así nosotros también, una vez que conocemos cómo conducir una vida honesta y una conducta virtuosa y grata a Dios, debemos demostrar que somos hombres verdaderamente razonables en cuanto a nuestra alma y no solamente por la estructura de nuestro cuerpo. El alma verdaderamente razonable y amante de Dios reconoce enseguida todo lo que hay en la vida.
Hace propicio a Dios con amor y a Él da gracias con verdad, porque es hacia Él que se proyecta todo su esfuerzo y toda su capacidad reflexiva.
Los patrones dirigen las embarcaciones de acuerdo con una ruta, a fin de no estrellarse contra alguna roca sobre o bajo el agua. Del mismo modo, quien ansía conducir una vida virtuosa, debe escudriñar con cuidado lo que se debe hacer y aquello de lo que debe huir. Y debe considerar la ventaja que surge al seguir las veraces y divinas leyes, apartando del alma, con un corte neto, los malos deseos.
Los patrones y los aurigas cumplen con estudio y atención la tarea de la que se ocupan. De la misma manera, es necesario que el que practica la vida recta y virtuosa ponga todo estudio y preocupación en vivir de un modo conveniente y grato a Dios. El que realmente lo desea y entiende que puede hacerlo, procede creyendo hacia la incorruptibilidad.
Considera libres no a aquellos que lo son en cuanto a su condición externa, sino a aquellos cuyo modo de vivir y de actuar es libre. Porque no conviene llamar realmente libres a los príncipes que son malvados o desenfrenados: éstos son esclavos de las pasiones de la materia. La libertad y la felicidad del alma están constituidas por la límpida pureza y el desprecio por las realidades temporales.
Recuerda que debes probarte continuamente: harás esto mediante la buena conducta y las obras mismas. Del mismo modo, los enfermos reconocen o descubren a los médicos como salvadores y bienhechores, no por sus palabras, sino por sus obras.
El alma razonable y virtuosa se da a conocer en su modo de mirar, de caminar, de hablar, de sonreír, de discutir, de conversar... Ésta transforma y corrige todo de la manera más digna. Y ello sucede porque el intelecto, ocupado por el amor de Dios es un custodio sobrio, que obstaculiza el acceso a los malos y turbios pensamientos.
Examina lo que te concierne y considera que los jefes y los patrones tienen poder solamente sobre tu cuerpo, pero no sobre tu alma: ten siempre presente este pensamiento. Por este motivo, si ellos cometen homicidios, acciones equivocadas o injustas y dañinas para el alma, no debes obedecerles, ni siquiera si someten tu cuerpo a los tormentos: Dios ha creado el alma libre y dueña de sí misma para actuar bien o mal.
El alma razonable se aleja prestamente de los caminos por los cuales no le conviene transitar: el de la altanería, el del desenfado, el del engaño, el de la envidia, el de la rapiña y así sucesivamente. Todas éstas son obras de los demonios y de una determinación malvada. Por el contrario, con celo y estudio perseverante, todo es posible para el hombre que no permite que su concupiscencia sea libre de lanzarse sobre los malos placeres.
Los que conducen una vida modesta y alejada del lujo, no caen en los peligros ni necesitan custodios sino que, venciendo la concupiscencia en todo, encuentran fácilmente el camino que conduce a Dios.
A los hombres razonables no les es necesario ocuparse de múltiples discursos, sino sólo de aquellos verdaderamente útiles y guiados por la voluntad de Dios. Es así que los hombres se acercan de nuevo a la vida y a la luz eterna.
El que busca la vida virtuosa y ocupada por el amor de Dios debe abstenerse de estimarse a sí mismo y a toda gloria vacía y mentirosa, para aplicarse con buena disposición a esta vida, y a una conveniente enmienda de su propio juicio: el intelecto estable y amante de Dios es un medio de ascensión hacia Dios y camino hacia Él.
No trae ninguna ventaja el aprendizaje de los tratados si el alma no conduce una vida aceptable y grata a Dios: causa de todos los males son la divagación, el engaño y la ignorancia de Dios.
La meditación sobre la vida perfecta y el cuidado del alma hace a los hombres buenos y amantes de Dios. Puesto que el que busca a Dios lo encuentra, vence en todo a la concupiscencia y no se aparta nunca de la plegaria: tales hombres no temen a los demonios.
Los que se dejan desviar de las esperanzas de esta vida y conocen solamente de palabra las acciones que conducen a una vida perfecta, sufren algo parecido a la desgracia de aquellos que, aun poseyendo los remedios y el instrumental de arte médico, no saben usarlos ni se preocupan por aprender.
En tal caso, no debemos acusar por los pecados en los que caemos ni a nuestra constitución ni a otra cosa, sino sólo a nosotros mismos. Puesto que, si el alma elige voluntariamente el descuido, es inevitablemente vencida.
Al que no sabe discernir entre el bien y el mal, no le es lícito juzgar a los buenos y a los malos. Bueno es el hombre que conoce a Dios, y si el hombre no es bueno, no sabe nada ni nunca será conocido: pues el medio de conocer a Dios es practicar el bien.
Los hombres buenos y amantes de Dios reprochan de frente, a los hombres, si éstos están presentes, por el mal practicado. Pero no los insultan si están ausentes, ni siquiera lo permiten a quien trate de decir algo.
Manténgase alejada de las conversaciones toda grosería: porque el pudor y moderación son adornos propios de los hombres razonables más aun que de las vírgenes. El intelecto ocupado por el amor a Dios es la luz que ilumina el alma, como el sol ilumina el cuerpo.
Frente a cualquier pasión que pueda sorprenderte, recuerda que para aquellos que tienen un recto sentir y quieren disponer de sus propias cosas de la manera debida y segura, no es considerada como deseable la posesión corruptible de las riquezas, sino que es preferible atenerse a las glorias que son rectas y veraces. Éstas los hacen felices, mientras que las riquezas pueden ser sustraídas y sujetas a rapiña por parte de los más fuertes; la virtud del alma es la única posesión segura, inviolable y capaz de salvar después de la muerte a aquellos que la han adquirido. Si tenemos sentimientos como éstos, las ilusiones de la riqueza y de los otros placeres no podrán arrastrarnos.
No conviene que los hombres inestables e incultos pongan a prueba a los hombres que viven razonablemente. Tales son los hombres aceptados por Dios: los que callan mucho, o bien hablan poco y de cosas necesarias y gratas a Dios.
El que persigue la vida virtuosa y amante de Dios, cuida las virtudes del alma y las considera como su propia posesión y su eterno regocijo. Se sirve de las realidades temporales, según le es permitido y como Dios da y quiere: las usa con toda alegría y gratitud, aunque observando absolutamente en todo su justa medida. Los manjares suntuosos dan placer a los cuerpos en cuanto a realidades materiales, mientras que el conocimiento de Dios, la continencia, la bondad, la beneficencia, la piedad y la humildad deifican el alma.
Los poderosos que fuerzan con su mano a ejercer actos equivocados y dañinos para el alma no tienen, sin embargo, ningún dominio sobre el alma misma, que ha sido creada como dueña de sí misma. Ellos atan el cuerpo, pero no la voluntad: el hombre razonable es su dueño, gracias a Dios, su Creador. De este modo, éste es más fuerte que toda autoridad, que todo sometimiento y que toda potencia.
Los que consideran como una desgracia la pérdida de las riquezas, de los hijos, de los siervos o de cualquier otro bien, sepan que, primero, hay que sentirse contentos con lo que Dios nos da, y luego, cuando hay que devolverlo, esto debe ser hecho con prontitud y generosidad. Y no debemos enojarnos por esta privación o, mejor dicho, por esta restitución, puesto que hemos hecho uso de cosas que no son nuestras y que debemos restituir.
Es obra de hombre de bien no malvender nuestro libre juicio para atender la adquisición de riquezas, aun si, por casualidad, nos encontráramos con una gran cantidad de las mismas. Las realidades de esta vida son similares a un sueño y la riqueza no ofrece más que apariencias inciertas y efímeras.
Quienes son verdaderamente hombres, tienen un celo tal de vivir según el amor de Dios y la virtud, que su conducta virtuosa resplandece sobre los otros hombres Así como sucede cuando se coloca un detalle púrpura sobre las partes blancas de los vestidos para adornarlos y se destaca, poniéndose en evidencia, es así como los hombres deben practicar con máxima y evidente solidez las virtudes del alma.
Los hombres deberán examinar la fuerza que poseen y de cuánta virtud interior disponen. Y así se prepararán y resistirán a las pasiones que los asaltan, de acuerdo con la fuerza que tienen y conforme con la naturaleza recibida como don de Dios. Por ejemplo contra la belleza y cualquier concupiscencia perjudicial para el alma, existe la continencia; frente a las fatigas y a la indigencia, está la constancia; frente a los insultos y el furor, está la paciencia; y así en adelante.
Es imposible para el hombre volverse bueno y sabio en un instante: esto se logra con un fatigoso ejercicio, un modo de vida oportuno, experiencia, tiempo, práctica y un gran deseo de obrar el bien. El hombre bueno y amante de Dios, el hombre que verdaderamente conoce a Dios, no cesa de hacer lo que agrada a Dios, sin poner límites. Pero de tales hombres hay pocos.
No deben las personas poco dotadas, desesperando de sí mismas, descuidar la vida virtuosa y dedicada a Dios, despreciándola como inaccesible e inalcanzable para ellas. Por el contrario, ellas deberán ejercitar su fuerza y preocuparse por sí mismas. Puesto que, aunque no pudiesen alcanzar el máximo de la virtud y de la salvación, con el ejercicio y el deseo de lograrlo se volverán mejores, o por lo menos, no peores; y éste es un beneficio no pequeño para el alma.
El hombre, por su parte racional, está unido a la inefable y divina potencia, mientras que su parte corporal está emparentada con los animales. Y son pocos los hombres perfectos y razonables que se preocupan de tener un pensamiento acorde con su parentesco con el Dios Salvador que se manifieste mediante las obras y la vida virtuosa. Los más, sin embargo, dentro de la necedad de su alma abandonan ese divino e inmortal parentesco, para acercarse al de la muerte, infeliz y efímera, propia del cuerpo. Como los brutos, tienen sentimientos carnales y son afectos a la voluptuosidad; de tal modo se alejan de Dios y arrastran el alma desde el Cielo hasta el Infierno, debido a su propio deseo.
El hombre razonable, que reflexiona sobre su comunión y su relación con Dios, no amará nunca nada de lo terrenal o mezquino: tiene su intelecto vuelto hacia las cosas celestes y eternas. Éste conoce cuál es la voluntad de Dios: salvar al hombre. Y tal deseo es para los hombres causa de toda cosa buena y fuente de bondades eternas.
Cuando encuentres a alguien que contienda y contradiga la verdad y la evidencia, cesa toda discusión y retírate, pues sus capacidades racionales se han endurecido como piedra. Incluso los mejores vinos, de hecho, se estropean por el agua de calidad inferior. Del mismo modo, los malos discursos corrompen al que lleva una vida y un pensamiento virtuoso.
Si nos proponemos con solicitud y diligencia, huir de la muerte corporal, tanto más debemos ser solícitos y escapar de la muerte del alma; pues el que quiere ser salvado, no tiene otro impedimento más que la negligencia y el descuido de la propia alma.
El que se fatiga en comprender las cosas útiles y los buenos discurso, es considerado desventurado. Pero en cuanto a los que, comprendiendo la verdad, impudentemente discuten, tienen muerta la razón y su manera de ser es similar a la de las fieras. No conocen a Dios, y su alma no es iluminada.
Dios, con su palabra, ha creado las especies animales para usos variados. Algunas son de uso comestible, otras para prestar servicios. Luego ha creado al hombre, cual espectador de éstas y de sus trabajos, en condición de conductor. Por lo tanto, los hombres deben proponerse no morir como ciegos, sin haber comprendido a Dios y a sus obras, como sucede con las bestias que no razonan. Es necesario que el hombre sepa que Dios todo lo puede. No hay nada que pueda oponerse a quien todo lo puede. Él ha hecho de esto, que no es todo, lo que Él quiere, y obra con su palabra para la salvación de los hombres.
Las cosas que están en el Cielo son inmortales, a raíz del bien que en ellas existe. Pero las de la Tierra se han vuelto corruptibles, debido a la voluntaria malicia que está intrínseca en ellas. Tal malicia proviene de los insensatos, de su descuido, y de su ignorancia de Dios.
La muerte, para los hombres que la comprenden, es sinónimo de inmortalidad. Pero para los rústicos, que no la comprenden, significa muerte. Pero no es esta muerte que debemos temer, sino la perdición del alma, que consiste en la ignorancia de Dios. Esto sí, es verdaderamente terrible para el alma.
La malicia es una pasión proveniente de la materia; por lo tanto, no hay cuerpo privado de malicia. Pero el alma racional, comprende esto, sacude el peso de la materia, que es la malicia, y, librada de ese peso, conoce al Dios de todas las cosas y se mueve con respecto al cuerpo, como si enfrentara a un enemigo y adversario, no concediéndole ninguna ventaja. De esta manera, el alma es coronada por Dios, por haber vencido las pasiones de la malicia y de la materia.
La malicia, una vez conocida por el alma, es odiada como una bestia fétida; pero si es ignorada, es amada por aquel que no la conoce, y ella, de este modo, lo retiene prisionero, reduciendo a la esclavitud a su amante. Y éste, sintiéndose infeliz y miserable, no ve ni entiende lo que le es útil; por el contrario, cree que está bien acompañado por la malicia y se complace de ello.
El alma pura es buena y es, por lo tanto, iluminada y esclarecida por Dios. Es entonces que el intelecto comprende el bien y produce razonamientos llenos de amor a Dios. Pero cuando el alma es enlodada por la malicia, Dios se aleja de ella o, mejor dicho, el alma misma se aparta de Dios, y entonces demonios salvajes penetran en el pensamiento y sugieren al alma actos despreciables, tales como: adulterios, homicidios, rapiñas, sacrilegios y cosas similares, cosas todas que son obra de los demonios.
Los que conocen a Dios están llenos de buenos pensamientos y, en su afán por las cosas celestes, desdeñan las realidades de esta vida. Éstos no son queridos por muchos, ni sus ideas son del agrado de muchos. Tanto es así, que no sólo son odiados, sino también objeto de burla. Sin embargo, aceptan sufrir lo que sea, dentro de la indigencia en que se encuentran, sabiendo que, si bien esto parece un mal para la mayoría, para ellos es un bien. El que comprende las cosas celestes, cree en Dios y reconoce que toda criatura proviene de su voluntad. El que no comprende, ni siquiera cree que el mundo es obra de Dios y que fue hecho para la salvación del hombre.
Los que están llenos de malicia y aturdidos por la ignorancia, no conocen a Dios, pues su alma no está en estado de sobriedad. Dios es inteligible pero no visible, y se manifiesta en las cosas visibles, como el alma en el cuerpo. Como es imposible que el cuerpo subsista sin el alma, así también, todo lo que se ve y existe, no puede subsistir sin Dios.
¿Para qué fue creado el hombre? Para que, considerando a las criaturas de Dios, contemple y glorifique a quien todo esto creó para el hombre. El intelecto que acoge el amor de Dios, es un bien invisible donado por Dios a quien es digno por su vida buena.
Es libre el que no es esclavo de los placeres. Por el contrario, gracias a su prudencia y temperancia, domina su cuerpo y se conforma, con mucha gratitud, con lo que le es dado por Dios, aunque fuera muy poco. Cuando hay sintonía entre el intelecto amante de Dios y el alma, todo el cuerpo está en paz, aun sin quererlo. Porque si lo quiere el alma, todo impulso corporal puede ser controlado.
Los que no están conformes con los bienes que actualmente poseen, sino que aspiran a tener más, se someten voluntariamente a las pasiones que desordenan el alma, agregando pensamientos y fantasías nefastos. Estos bienes acarrean males y son un verdadero impedimento, así como lo son las túnicas demasiado largas que impiden correr. Así también los afanes desmedidos por conseguir una riqueza excesiva, no permiten a las almas ni luchar, ni salvarse.
Si nos sentimos forzados a hacer algo, y lo hacemos contra nuestra voluntad, encontramos en ello una prisión y un castigo. Ama, pues, las condiciones actuales en que vives, porque si tú las conllevas sin gratitud, te castigas a ti mismo sin darte cuenta. Hay un solo camino para lograr esto: el desprecio por las realidades de esta vida.
Así como obtuvimos de Dios la vista para reconocer las cosas que se pueden ver, para entender lo que es blanco y cual es la tinta de los colores oscuros, así también Dios nos ha dado la racionalidad para discernir lo que es bueno para el alma. La concupiscencia, una vez que ha sido separada del pensamiento, genera la voluptuosidad y no permite la salvación del alma o su unión con Dios.
No constituye un pecado lo que se produce según natura; pero lo que implica una elección voluntaria es malo No es pecado comer, pero lo es comer sin agradecer, sin decoro ni continencia, cuando no se ayuda al cuerpo a permanecer vivo sin incurrir en mal pensamiento alguno. Del mismo modo, no es pecado mirar puramente, pero que lo es cuando se mira con envidia, con soberbia y avidez. También es pecado escuchar sin calma, con cólera, y no moderar la lengua -reservada para dar gracias y para orar - usándola, por el contrario, para la calumnia. También es pecado que las manos no trabajen para dar una limosna, sino para matar y robar, Como éstos, hay otros ejemplos: cada miembro peca cuando hace el mal en lugar del bien, contra la voluntad de Dios, actuando según su propia determinación.
Sin dudas de que cada acción es observada por Dios, observa como tú, que eres hombre y barro, puedes al mismo tiempo, observar hacia diversos puntos y comprender. ¡Cuánto más Dios, quien lo ve todo, incluso un grano de mostaza, quien da vida a todo y a todos nutre como quiere!
Cuando cierras la puerta de tu casa y estás solo, debes saber que esta contigo el ángel que Dios ha reservado para cada hombre, y que los griegos llaman "numen tutelar." Éste, insomne y no sujeto a engaño, está siempre contigo. Todo lo ve, y las tinieblas no son un obstáculo para él. Debes saber que también está con él Dios, que está en todo lugar. No hay, de hecho, lugar o materia donde Dios no se encuentre, porque Él es superior a todos y a todos encierra en su mano.
Si los soldados juran su fe al César, porque él es quien los provee de alimentos, ¿ con cuánto mayor celo no deberíamos nosotros rendir incesantemente gracias a Dios, con voces que nunca se acallen y rendirnos gratos a Aquel que ha creado para el hombre todas las cosas?
Los buenos sentimientos con respecto de Dios y la vida buena, son un fruto del hombre que es grato a Dios. Pero los frutos de la tierra no maduran en una hora; es necesario que haya tiempo, lluvias y cuidados. Del mismo modo, los frutos de los hombres resplandecen con la práctica, el ejercicio, el tiempo, la constancia, la continencia y la soportación. Y si, por causa de alguna de estas cosas, alguien te considera piadoso, no te creas a ti mismo mientras habites tu cuerpo, y ninguna de tus cosas te parezca que es del gusto de Dios: debes saber que no es fácil para el hombre custodiar hasta el final su impecabilidad.
Para los hombres, nada es tan precioso como la palabra: la palabra es tan poderosa que, justamente con la palabra, servirnos a Dios y le agradecernos. Pero si usamos palabras no buenas o injuriosas, condenamos nuestra alma. El hombre obtuso culpa a su propia naturaleza o a otra cosa, atribuyéndole el motivo de su pecado, ¡mientras hace uso voluntario de palabras o acciones indebidas!
Si nos preocupamos por cuidar los males de nuestro cuerpo, a fin de no ser criticados por otros, tanto más necesario es estar alertas y curar las pasiones del alma - que serán juzgadas ante la presencia de Dios - para no ser encontrados faltos de honor o aun ridículos. Teniendo la libertad de elegir - si así lo deseamos - no llevar a cabo malas las acciones a las que nos empuja la concupiscencia, podemos y tenemos la facultad de vivir de modo grato a Dios, y nadie nunca podrá, si no lo querernos, obligarnos a realizar algo malo. Y efectivamente es luchando como seremos dignos de Dios, y tendremos un modo de vida similar al de los ángeles en los Cielos.
Eres esclavo de las pasiones si lo quieres y, si lo deseas eres libre y no te someterás a ellas. Pues Dios te ha creado con esa libertad. Quien vence las pasiones de la carne es coronado con la inmortalidad. Si no existieran las pasiones, tampoco existirían las virtudes, y ni siquiera las coronas con las cuales Dios gratifica a los hombres dignos de ellas.
Los que no ven lo que les sienta y quieren indicar a otros lo que es bueno, tienen el alma ciega y su capacidad de discernimiento se ha atrofiado. Por lo tanto, no hay que prestarles atención, para no tropezar también nosotros, como los ciegos, con los mismos males.
No debemos montar en cólera con los que pecan, aunque su actuar es condenable y digno de castigo. Debemos convertir a quien ha caído, por motivo de justicia, y castigarlo también, si fuera oportuno, ya sea personalmente o por medio de otros. Pero no debemos encolerizarnos ni enfurecernos, porque la cólera actúa sobre la justicia solo de forma pasional, no con discernimiento. Del mismo modo, no debemos tolerar siquiera al que hace misericordia sin motivo alguno. Debemos castigar a los malvados, por el bien y la justicia, y no por nuestra pasión de cólera.
Sólo nuestra posesión del alma es segura e inviolable. Consiste en vivir virtuosamente, agradando a Dios, con el conocimiento y con la práctica de las cosas buenas. La riqueza es ciertamente una guía ciega y una consejera insensata. El que la usa mala y voluptuosamente, envía a la perdición a su alma que se ha vuelto obtusa.
Es necesaria que los hombres no tengan nada superfluo o, si lo poseen, sepan con certeza que todo lo que hay en esta vida es, por naturaleza, corruptible, que nos es quitado con facilidad, y que se puede perder y romper. Por lo tanto, no se deben descuidar las consecuencias que ello acarrea.
Debes saber que los dolores del cuerpo son propios del cuerpo por naturaleza, pues éste es corruptible y material. Es preciso que el alma cultivada produzca respecto de tales pasiones, constancia y tolerancia, con gratitud, y que no se lamente a Dios por el cuerpo que le concedió.
Los que compiten en las Olimpíadas no ganan con la primera, segunda o tercera victoria, sin cuando han ganado a todos aquellos que participan en la carrera. De tal modo, es necesario que quien quiera recibir la corona de Dios ejercite su alma en la moderación, no solamente en lo que respecta a las cosas del cuerpo, sino también con respecto a las ganancias, a las rapiñas, a la envidia, a las voluptuosidades, a las glorias vanas, a las palabras injuriosas, a los homicidios, y así sucesivamente.
No busquemos una vida buena y dedicada al amor a Dios por la alabanza humana. Debemos elegir la vida virtuosa, persiguiendo la salvación de nuestra alma. Es necesario que veamos, cada día, a la muerte frente a nosotros y que consideremos cuán inciertas son las cosas humanas.
Está en nuestro poder vivir con moderación, mientras que no está en nuestro poder enriquecernos. ¿Y entonces qué hacer? ¿Debemos arrastrar la condena sobre nuestra alma, a cambio de la efímera ilusión de las riquezas, que no nos es permitido adquirir? ¿0 aunque fuera por el deseo de poseerlas? ¡Corremos como verdaderos insensatos, ignorando que la primera de las virtudes es la humildad, así como las primeras de todas las pasiones son la gula y la concupiscencia por las cosas de la vida!
El que ha sido dotado de sensatez debe recordar incesantemente que, aceptando en esta vida pequeñas fatigas de breve duración, podrá gozar después de la muerte de eterna felicidad y delicias. Por tanto, el que lucha contra las pasiones y quiere recibir la corona de Dios, si cae, no pierda el ánimo, que no permanezca en su caída, desesperando de sí mismo; debe levantarse y combatir de nuevo y así alcanzará la corona. Hasta el último suspiro deberá levantarse cuando cae: las fatigas del alma son las armas de las virtudes y se tornan medios de salvación para ella.
Las contingencias de la vida hacen que los hombres y los luchadores dignos reciban la corona de Dios. Es, pues, necesario que en su existencia ellos hagan morir sus miembros a las realidades de esta vida: el que está muerto, no se preocupa más por las cosas de esta vida.
No es propio del alma razonable y luchadora, el turbarse e intimidarse al presentarse las pasiones, no queriendo ser objeto de burla por ser pusilánime. Efectivamente, el alma que se deja turbar por las apariencias de esta vida se aparta de lo que la beneficia. Porque las virtudes del alma preceden a los bienes eternos, mientras que las malicias voluntarias de los hombres se convierten en causa de castigos.
El hombre razonable es combatido por los sentidos de la razón, que tiene en sí mismo como pasiones del alma. Hay cinco sentidos en el cuerpo: la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto. Mediante estos cinco sentidos, el alma infeliz, cayendo en sus cuatro pasiones, es hecha prisionera. Estas cuatro pasiones son: la vanagloria, el gozo, la cólera y el miedo. Cuando el hombre, mediante la prudencia y la reflexión, con una lucha intensa, domina las pasiones, no es más combatido: encuentra la paz del alma y recibe de Dios la corona del vencedor.
Entre aquellos que se cobijan entre los albergues, algunos encuentran una cama; otros, aunque no encuentran un lecho y duermen sobre el piso, ¡roncan como si durmieran en una cama! Luego, al llegar el alba, dejan el albergue y se van, llevando consigo solamente lo propio. Del mismo modo, todos aquellos que están en esta vida, tanto los que viven modestamente, como los que gozan de riquezas y de gloria, se irán como de un albergue. Y no se llevarán ninguna de las delicias de esta vida ni de sus riquezas, llevarán solamente sus obras, buenas o malas, que hayan llevado a cabo a lo largo de su vida.
Si tú gozas de autoridad, no cedas fácilmente a la tentación de amenazar de muerte a alguien, sabedor de que tú, por naturaleza, también estás destinado a morir, y que el alma desviste al cuerpo como de una última túnica. Con clara conciencia de esto, ejercita la humildad y, actuando bien, sé siempre del agrado de Dios. Pues el que no tiene compasión, no posee ninguna virtud.
Es imposible, no hay ninguna salida para rehuir de la muerte. Sabiendo esto, los hombres verdaderamente razonables, ejercitados en las virtudes, con un pensamiento amante de Dios, aceptan la muerte sin gemidos, sin temor ni luto; piensan que ella es inevitable y que nos libera de los males de esta vida.
A los que olvidan el modo de vivir buenamente, agradando a Dios, a los que no tienen en cuenta las doctrinas rectas y plenas del amor de Dios, a éstos no debemos odiarlos, sino que debemos tener piedad de ellos, como de alguien que está privado de la capacidad de discernimiento, como si estuviera ciego en su corazón y en su intelecto. Éstos aceptan el mal como si fuera el bien y se precipitan hacia la perdición por ignorancia. ¡No conocen a Dios estos infelicísimos, estos hombres con el alma insensata!
Evita hablar con muchos de la piedad y de la vida honesta. No lo digo por celos, sino porque considero que parecerías ridículo a los insensatos: porque cada uno se alegra por lo que le es afín, aunque este tipo de discurso tiene poca audiencia y más bien rara. Es mejor no hablar sino de lo que Dios quiere para la salvación del alma.
El alma sufre junto al cuerpo, pero el cuerpo no sufre junto al alma Si, por ejemplo, el cuerpo es sometido a cortes, también el alma sufre; cuando es vigoroso y sano, las pasiones del alma también gozan. Pero si el alma reflexiona, no por ello reflexiona el cuerpo, que queda relegado a sí mismo, porque el reflexionar es una pasión del alma, así como también lo es la ignorancia, el orgullo, la incredulidad, la concupiscencia, el odio, la envidia, la cólera, el descuido, la vanagloria, la negación y la percepción del bien. Este tipo de cosas es tarea del alma.
Sé pío cuando reflexionas en las cosas de Dios. Sin envidia, sé bueno, demuestra buen talante, sé humilde liberal según tus posibilidades, sociable, opuesto a los altercados. He aquí como podemos agradar a Dios mediante tales cosas, no juzgando a nadie, no diciendo de terceros: tal es un malvado y ha pecado. Debemos, más bien, buscar nuestros propios males y observar por nosotros mismos nuestro modo de vida, a fin de comprender si es grato a Dios. Qué nos importa si otro es malo?
El que es verdaderamente un hombre, se esfuerza por ser pío. Pero lo es el que no tiene concupiscencia por lo que le es ajeno, y es ajeno al hombre todo lo que ha sido creado. Así él, en cuanto imagen de Dios, despreciará todo.
Pero el hombre es imagen de Dios cuando vive con rectitud, en modo grato a Dios; no es posible serlo, si no nos separamos de las realidades de esta vida. El que tiene un intelecto amante de Dios, conoce todo el provecho y toda la piedad que Él mismo infunde en el alma. El hombre que ama a Dios no acusa a nadie por lo que él mismo peca, y esto es indicio de un alma que se salva.
¡Cuántos buscan con la violencia los bienes efímeros y son agredidos por el apetito de cometer obras perversas, ignorando la muerte y la ruina de su propia alma, y no atendiendo, los infelices, lo que es mejor para ellos, sin pensar en lo que sufren los hombres después de la muerte, por obra de la malicia!
La malicia es una pasión de la materia. Dios no es responsable de la malicia. Él ha dado a los hombres conocimiento, ciencia, discernimiento entre el bien y el mal, y libertad. Pero lo que genera las pasiones de la malicia son la negligencia y el descuido de los hombres. Dios no es para nada responsable de todo ello. Los demonios se volvieron pérfidos por una elección del pensamiento, y así sucede esto con la mayoría de los hombres.
El hombre que convive con la piedad no permite que la malicia se insinúe en su alma; y cuando no hay malicia, el alma se encuentra al abrigo de todo peligro y de todo daño. Las personas de esta índole no están dominadas ni por un infausto demonio ni por el destino, porque Dios las libera de los males y viven protegidas contra todo daño, tal como le sucede a los dioses. Y si alguien alaba a un hombre como éste, él se ríe de quien lo hace; si se lo critica, no se excusa con quien lo insulta, ya que no se excita por lo que de él se habla.
El mal acecha a la naturaleza como la herrumbre al cobre y la suciedad al cuerpo. Y sin embargo, el herrero no ha inventado la herrumbre, ni nadie ha creado la suciedad; así, tampoco Dios ha hecho la malicia. Él ha dado al hombre el conocimiento y el discernimiento para que huya del mal sabiendo que de él solamente obtiene daño y castigo. Ten cuidado pues de que no suceda que, viendo a alguien con poder y riquezas, tú, iluso por el demonio, lo llames beato. Que acuda enseguida la muerte ante tus ojos, y entonces la concupiscencia no te arrastrará a favor de lo que hay de malo en esta vida.
Nuestro Dios ha concedido la inmortalidad a aquellos que están en los Cielos mientras que para aquellos que están en la Tierra ha creado la transformación. Le ha dado la vida y el movimiento a todo, y, todo ha sido creado para beneficio del hombre. No te dejes arrastrar, pues, por la ilusión que despliega el demonio a propósito de las vanidades de esta vida. Cuando él insinúe en tu alma un ardiente y pérfido deseo, piensa de inmediato en los bienes celestes y convéncete a ti mismo, diciéndote: "Si me lo propongo, tengo la posibilidad de vencer también esta lucha desencadenada por la pasión, pero no ganaré si quiero alcanzar el fin de mi deseo." No dejes de combatir esta lucha que puede salvar tu alma.
La vida es la unión y la conjunción del intelecto, del alma y del cuerpo. La muerte, por otro lado, no es la destrucción de las fuerzas conjuntas, sino la disolución de su recíproca relación. Para Dios todas las cosas pueden ser salvadas, aun después de esta disolución.
El intelecto no es el alma, sino un don de Dios que salva el alma. El intelecto grato a Dios previene el alma y le da consejo para que desprecie lo que es efímero, material, corruptible, y ame los bienes eternos, incorruptibles, inmateriales, y para que el hombre camine en su cuerpo penetrando y contemplando lo que está en los Cielos, lo que concierne a Dios y a todas las cosas, mediante su intelecto. Y el intelecto amante de Dios es bienhechor del alma humana y de su salvación.
El alma, no bien se encuentra en su cuerpo, es prestamente oscurecida y enviada a la perdición por la tristeza y la voluptuosidad. La tristeza y la voluptuosidad son como humores del cuerpo. Pero el intelecto amante de Dios se les opone, entristece el cuerpo y salva el alma, como el médico que corta y quema las heridas infectas.
Todas las almas que no fueron guiadas por la racionalidad y gobernadas por el intelecto para que éste aparte, detenga y gobierne las pasiones, es decir, la tristeza y la voluptuosidad; todas estas almas, perecen como los animales sin razón, porque su racionalidad es arrastrada por las pasiones, como un auriga cuyos caballos se le han desbocado.
Constituye una gravísima enfermedad del alma, su destrucción y su perdición, el no conocer a Dios, quien ha hecho todas las cosas para el hombre y le ha donado intelecto y razón mediante los cuales el hombre, elevándose, se une a Dios, comprendiendo y glorificándolo.
El alma está en el cuerpo, y en el alma está el intelecto, y en el intelecto, la razón. Comprendido y glorificado mediante estas realidades, Dios convierte al alma en inmortal, concediéndole incorruptibilidad y delicias eternas; porque Dios ha concedido el ser a cuantos nacen, solamente por bondad.
Dios, bueno y sin celos, luego de haber creado al hombre libre, le ha dado el poder, si lo quiere, de agradarle. Y place a Dios que en el hombre no haya malicia. Si entre los hombres se alaban las buenas obras y las virtudes del alma santa y amante de Dios, y se condenan las acciones viles y malvadas, ¿cómo no va a querer esto Dios, que quiere la salvación del hombre?
Lo que es bueno para el hombre, lo recibe de Dios, en cuanto bueno. Justamente por ello él ha sido creado por Dios. Pero el mal es sacado por el hombre de sí mismo, empujado por la fuerza de la malicia, de la concupiscencia y de la obtusidad que están en él.
El alma desconsiderada, aun siendo inmortal y dueña del cuerpo, lo sirve mediante la voluptuosidad, y no piensa que las delicias del cuerpo son dañinas para el alma. Ésta, habiéndose vuelto estúpida y fatua, sólo se ocupa de regocijar el cuerpo.
Dios es bueno, el hombre es pérfido. Nada hay de malo en el Cielo ni nada hay de bueno en la Tierra. Pero el hombre razonable elige lo mejor, conoce al Dios de todas las cosas, le da gracias y le canta alabanzas; se horroriza de su cuerpo antes que de la muerte, y no permite que las sensaciones malvadas consuman su obra, arruinándolo.
El hombre malvado ama la sensualidad y desprecia la justicia; no piensa en la incertidumbre, en la inestabilidad ni en la breve duración de la vida; tampoco reflexiona sobre la inexorabilidad de la muerte, que ninguna donación de dinero podría evitar. Y si un viejo es vil e insensato, se encuentra inepto para cualquier uso, como un leño putrefacto.
Cuando hemos experimentado la tristeza, entonces somos sensibles a los placeres y a la alegría. Por cierto, no bebe con gusto el que antes no ha experimentado sed; ni come de buen agrado quien no ha sentido hambre; ni duerme con ganas quien no ha sentido un gran sueño, ni es sensible al júbilo el que antes no se ha visto entristecido. Del mismo modo, no podremos disfrutar de los bienes eternos, si no despreciamos lo que es efímero.
La razón está al servicio del intelecto: lo que el intelecto desea, la razón lo expresa.
El intelecto ve también todo lo que está en el Cielo, y nada lo nubla si no es el mero pecado. Para el que es puro, nada es incomprensible, así como nada para la razón es inexpresable.
A causa de su cuerpo, el hombre es mortal, pero por su intelecto y por su razón, es inmortal. Callando, comprendes; si has comprendido, hablas. En el silencio, el intelecto genera la palabra. Las palabras de agradecimiento ofrecidas a Dios, se convierten en salvación para el hombre.
El que dice cosas irrazonables, no tiene intelecto. Porque habla entender nada. ¡Atiende más bien a lo que debes hacer por la salvación de tu alma!
La razón unida al intelecto y útil para el alma es un don de Dios. Una razón llena de tonterías busca las medidas del Cielo y de la Tierra y sus distancias, el tamaño de Sol y de las estrellas, siendo todo ello una invención del hombre que persigue vanidades. En vano busca, en su desenfado, cosas inconducentes, como el que quiere recoger agua con un cedazo. No está al alcance de los hombres el conseguir tales cosas.
Nadie, al mirar al Cielo, puede comprender lo que hay allí, no siendo el hombre que se preocupa por conducir una vida virtuosa y comprende y glorifica a Aquel que todo lo ha hecho por la salvación y la vida del hombre. Un hombre así, un hombre noble, sabe con certeza que nada existe sin Dios. Dios, como ser infinito, está por doquier y en todas las cosas.
Así como el hombre sale del vientre materno, así el alma sale del cuerpo, desnuda. Ésta, pura y luminosa; aquélla con las manchas propias de sus fallas; esta otra, negra por sus muchas caídas. Por tanto, el alma razonable y amante de Dios, reflexionando y considerando las penas que le llegarán después de la muerte, regula su vida en la piedad, para que no sea condenada ni caiga en esas penas. Aquellos que no creen, los que viven despreciablemente y pecan, menospreciado las cosas del más allá, ¡son hombres con un alma insensata!
Así como una vez salido del vientre materno, te olvidas de lo que allí habita, así, una vez salido del cuerpo, no recuerdas lo que está en el cuerpo.
Así como una vez salido del vientre materno, tu cuerpo se fortalece y crece, así, una vez que has salido del cuerpo puro y sin mancha, serás más fuerte, incorruptible, y vivirás en el Cielo.
Así como, una vez que el cuerpo ha sido formado en el vientre, es necesario que nazca a la vida, del mismo modo una vez que el alma ha cumplido la norma establecida por Dios, es necesario que salga del cuerpo.
Así como tratas a tu alma mientras se encuentra en tu cuerpo, del mimo modo ella te tratará, una vez que ha salido de tu cuerpo. En efecto, el que aquí se ha servido de su cuerpo para estar bien y entregarse a la lujuria, se ha tratado mal a sí mismo para los momentos que siguen a su muerte. Puesto que, como un insensato, ha condenado su propia alma.
Así como el cuerpo que ha salido del vientre materno incompleto no puede crecer, del mismo modo, el alma que ha salido del cuerpo sin haber llevado a cabo el conocimiento de Dios mediante una vida buena, no puede ser salvada o unirse a Dios.
El cuerpo unido al alma sale de la oscuridad del vientre a la luz. Pero el alma unida al cuerpo permanece atada a las tinieblas del cuerpo. Es conveniente, pues, odiar y castigar al cuerpo en su calidad de enemigo y adversario del alma. El exceso de comida y la gula excitan en los hombres las pasiones de la malicia. Mientras que la continencia del vientre humilla las pasiones y salva el alma.
En el cuerpo, la vista es dada a los ojos; en el alma, es dada por el intelecto. Y así como el cuerpo privado de ojos está ciego y no ve el sol, la tierra toda, el mar centellante, y ni siquiera puede gozar de la luz, del mismo modo el alma que no tiene un intelecto bueno y un honesto modo de vida, está ciega y no contempla a Dios, creador y benefactor de todos, no lo glorifica ni puede acceder al gozo de su incorruptibilidad y de los bienes eternos.
La ignorancia de Dios significa insensibilidad y fatuidad. El mal es generado por la ignorancia, mientras que el bien surge en los hombres por el conocimiento de Dios y salva el alma. En consecuencia, si no estás dispuesto a llevar a cabo tus deseos, si eres sobrio y conoces a Dios, mantén tu intelecto dirigido hacia las virtudes. Pero si estás dispuesto a cumplir con tus intenciones maliciosas, que están dirigidas a la voluptuosidad - ebrio, debido a la ignorancia de Dios - , estás destinado a la perdición de los brutos, sin considerar los males que te aquejarán después de la muerte.
Se denomina providencia a lo que sucede por decreto divino, como por ejemplo, el surgir del sol o el atardecer de cada día y el fructificar de la tierra. Del mismo modo, se denomina ley lo que sucede por decreto humano. Todo ha sido hecho para el hombre.
Todo lo que Dios hace, lo hace para el hombre, porque Él es bueno. Todo lo que el hombre hace, lo hace para sí mismo, ya sea el bien como el mal. Para que tú no te asombres al comprobar la prosperidad de los malvados, debes saber que, así como los gobiernos mantienen a los verdugos, a quienes, aunque no alaban sus pésimas intenciones, ordenan ajusticiar a aquellos que son dignos de castigo, del mismo modo Dios permite que los malvados opriman a los vivos y así castiguen a los despiadados por su intermedio. Pero, al final, éstos también serán enviados a juicio, por haber maltratado a los hombres, no en calidad de ministros de Dios, sino para servir a sus propios instintos. Los que rinden culto a los ídolos, si conocieran y vieran con el corazón a qué están prestando culto, no errarían, alejados de la verdadera piedad, ¡infelices! Mas bien, viendo el decoro, el orden y la providencia que Dios pone en todas las cosas, conocerían mejor a Aquel que ha hecho estas cosas para el hombre.
El hombre puede matar, puesto que es malo e injusto. Dios, sin embargo, no cesa de donar la vida, incluso a los indignos. Él está, de hecho, limpio de celos y es bueno por naturaleza, por esto ha querido que el mundo fuera hecho, y fue hecho. Y fue hecho para el hombre y para su salvación.
Es hombre el que ha comprendido que el cuerpo es corruptible y efímero. Éste también entiende lo que es el alma, como ésta es divina, inmortal, inspiración de Dios, y como está ligada al cuerpo para probarlo y para su deificación. Quien ha comprendido lo que es el alma, vive de modo recto y grato a Dios, no obedece al cuerpo, sino que, mirando a Dios con el intelecto, contempla y comprende los bienes eternos donados por Dios al alma.
Puesto que Dios es siempre bueno y sin celos, ha dado al hombre la libertad de elegir entre el bien o el mal, donándole el conocimiento a fin de que, contemplando al mundo y lo que éste contiene, conozca a Aquel que todo lo ha hecho para el hombre. Pero puede darse que los impíos quieran no entender. También es posible que no crean, que se equivoquen, o comprendan lo contrario de la verdad. Hasta este punto el hombre es libre de elegir frente al bien y frente al mal.
Es por orden de Dios que, al crecer la carne, el alma se llena de intelecto: esto sucede para que el hombre elija, entre el bien y el mal, lo que le place más. Pero el alma que no elige el bien no tiene intelecto. Porque todos los cuerpos tienen, sí, un alma, pero no se dice que toda alma tenga intelecto. Por cierto, el intelecto amante de Dios, pertenece a los prudentes, a los santos, a los justos, a los puros, a los buenos, a los misericordiosos y a los píos. Y la presencia del intelecto constituye para el hombre una ayuda en su relación con Dios.
Una sola cosa no es posible para el hombre: el ser inmortal. Le es posible unirse a Dios si comprende que puede hacerlo. Es así como, queriendo, comprendiendo, creyendo y amando, por la fuerza de un vivir honesto, el hombre llega a convivir con Dios.
El ojo contempla lo que le presenta. Sin embargo, el intelecto penetra lo invisible. El intelecto amante de Dios es la luz del alma. El que posea un intelecto amante de Dios, tiene el corazón iluminado y con su intelecto, ve a Dios.
Ningún hombre bueno es vil, pero el que no es bueno es del todo malo y amante del cuerpo. La primera virtud del hombre es el desprecio de la carne. La separación de las cosas efímeras y corruptibles - separación voluntaria, no debida a la indigencia - nos convierte en herederos de los bienes eternos e incorruptibles.
El que está dotado de intelecto, se conoce a sí mismo, conoce lo que es, sabe que es un hombre corruptible. El que se conoce a sí mismo, conoce todo, sabe que cada cosa es una criatura de Dios y que ha sido creada para la salvación del hombre. El hombre tiene el poder de comprender y creer rectamente. Un hombre así sabe con certeza que el que desprecia las realidades de esta vida encontrará menos afanes y que, después de la muerte, recibe de Dios delicias y reposo eternos.
Así como el cuerpo sin alma está muerto, así también el alma, sin la actividad del intelecto, se encuentra ociosa y no puede recibir a Dios en herencia.
Dios escucha sólo al hombre. Sólo al hombre, Dios se muestra. Dios es amante de hombre, donde él está, también está Dios. Sólo el hombre es un digno adorador de Dios. Por el hombre, Dios se transfigura.
Dios ha hecho todo el cielo para el hombre y lo ha adornado de estrellas. Para el hombre ha hecho la Tierra. Los hombres la trabajan para sí mismos Los que no se perciben de tal providencia de Dios, tienen un alma insensata.
El bien es invisible como las realidades celestes. El mal es visible como las realidades terrestres. Entre uno y otro, el hombre que tiene intelecto, elige lo que es mejor. Porque sólo para el hombre son inteligibles Dios y sus criaturas.
El intelecto está en el alma, así como la naturaleza en el cuerpo. Y el intelecto es la divinización del alma, mientras que la naturaleza es la difusión del cuerpo, La naturaleza está en todo cuerpo, pero no en toda alma se halla el intelecto. Por tanto, no toda alma está salvada.
El alma está en el mundo por cuanto allí fue generada; el intelecto está en el más allá, pues allí fue ingenerado. El alma que comprende al mundo y quiere ser salvada, observa de continuo una ley inviolable, admitiendo para sí misma que la lucha y las pruebas las va a tener que enfrentar aquí y ahora ¡no siendo posible comprar al juez! ya que ésta puede perecer o salvarse nada más que por un pequeño y vil placer.
Dios ha creado la generación y la muerte sobre la Tierra. En el Cielo, providencia y decreto. Pero todo fue hecho para el hombre y su salvación. Dios, quien no necesita de ningún bien, ha creado para el hombre el Cielo y la Tierra y los elementos, deseando darle por medio de éstos, el goce de todos los bienes.
Las realidades mortales están sujetas a las inmortales. Pero las inmortales sirven a las mortales, es decir, los elementos al hombre, gracias al amor por el hombre y a la bondad innata de Dios creador.
El que se empobreció y no puede causar ningún daño, no puede ser tenido en cuenta por sus actos entre los píos hombres. El que puede perjudicar y no se sirve de su poder para el mal, sino que es considerado con los más míseros por piedad hacia Dios, éste será recompensado con bienes aquí y más allá de su muerte.
Por amor al hombre del Dios que nos ha creado, son numerosas las vías hacia la salvación que convierten a las almas y las conducen al Cielo. Las almas de los hombres reciben, efectivamente, recompensas por las virtudes y castigos por las transgresiones.
El Hijo está en el Padre, y el Espíritu Santo en el Hijo, y el Padre está en ambos. El hombre conoce, por fe, todas las realidades invisibles e inteligibles. La fe es el voluntario consentimiento del alma.
Aquellos que por alguna necesidad o contingencia se ven obligados a nadar en grandes ríos, si están sobrios se salvan: si sucediera que las corrientes son violentas y fueran arrastrados, si se aferran a algún arbusto que crece en la orilla, aún se pueden salvar. Pero todos aquellos que se encuentran en estado de embriaguez, aunque en innumerables ocasiones se hayan ejercitado perfectamente en la natación, al ser vencidos por el vino, son sumergidos por la corriente y salen del mundo de los vivos. Del mismo modo el alma, al incurrir en los remolinos y en las agitadas corrientes de la vida, si no se ha tornado sobria respecto a la malicia de la materia y, por lo tanto, si no se conoce a sí misma, no sabe cómo ella, divina e inmortal, ha sido ligada a la materia del cuerpo, que es efímera, expuesta a múltiples sufrimientos y mortal.
Así, el alma es arrastrada por la perdición de los placeres carnales y, despreciándose, ebria de ignorancia, incapaz de ayudarse, perece y se encuentra fuera del número de aquellos que se salvan. Muchas veces el cuerpo, como un río, nos arrastra hacia placeres inconvenientes.
El alma razonable, manteniéndose inmóvil en su buena determinación, guía sus potencias irascibles y concupiscibles, sus pasiones irracionales, como a caballos: venciéndolas, acorralándolas y superándolas, ella es coronada y hecha digna de la victoria de los Cielos, recibiendo del Dios que la ha creado este premio por su victoria y sus fatigas.
El alma verdaderamente razonable, viendo la suerte de los malos y el bienestar de los impíos, no se turba al imaginar su goces en esta vida, como hacen los insensatos. Porque bien sabe ésta cómo la suerte es inestable, la riqueza, incierta, la vida, efímera, y sabe cómo la justicia no se deja corromper por donativos. Y un alma tal, tiene fe de no ser descuidada por Dios, y de que el alimento necesario le será administrado.
La vida del cuerpo y su goce entre grandes riquezas, teniendo poder mundano, es la muerte del alma mientras que la fatiga, la resignación y la indigencia vivida agradeciendo, así como la muerte del cuerpo, son vida y felicidad eterna para el alma.
El alma razonable que desprecia la creación material y la vida efímera, elige el regocijo celeste y la vida eterna, recibiéndola de Dios, mediante un vivir honesto.
El que tiene el traje enlodado, ensucia la túnica de los que se le acercan. Del mismo modo, los que tienen mala voluntad y una conducta no recta, frecuentando y diciendo cosas inoportunas a otros de mentalidad más simple, ensucian su alma como con fango mediante el oído.
La concupiscencia es el principio del pecado, mediante la cual el alma razonable se pierde. Mientras que el amor es para el alma principio de la salvación y del Reino de los Cielos.
El cobre, si es descuidado y no es tratado con la debida atención, por no haber sido utilizado por largo tiempo, es corrompido por la herrumbre que lo recubre y pierde su belleza. También el alma ociosa, descuidando el vivir honesto y la conversión a Dios, se aleja con sus malas acciones de la protección divina y, como el cobre por la herrumbre, así es consumada por la malicia que sigue al descuido - a causa de la materia del cuerpo - y se encuentra privada de belleza e inútil para la salvación.
Dios es bueno, exento de pasiones o cambios. Si se considera como razonable y verdadero que Dios no está sujeto a cambios, no se entiende cómo Él se puede alegrar con los buenos, despreciando a los malos, encolerizarse con los pecadores, y luego, si se le rinde culto, tornarse propicio. Hay que decir, sin embargo, que Dios ni se alegra ni se enfurece, porque alegría y tristeza son pasiones; ni tampoco se le puede rendir culto con dones, porque ésto significaría que Él puede ser conquistado por el placer. No es lícito juzgar bien o mal al Divino en base a las realidades humanas. Dios es solamente bueno, hace solamente el bien, no daña nunca, porque tal es su naturaleza. Si nosotros somos buenos a semejanza suya, nos unimos a Él. Si por no tomarlo como modelo, nos tornamos malos, nos separamos de Dios.
Viviendo virtuosamente, nos unimos a Dios. Si nos adherimos al mal, Él se convierte en nuestro enemigo, pero no se encoleriza vanamente. Más bien, los pecados no permiten que Dios resplandezca en nosotros, sino que nos unen a los demonios por punición. Si con plegarias y obras de bien logramos desprendernos de los pecados, ésto no significa que con nuestro culto inducimos a Dios a cambiar. En realidad, al sanar nuestra malicia con nuestras buenas acciones, y al convertirnos al Divino, nuevamente gozamos de la divina bondad; por eso, si decimos que Dios se retrae de los malos es como decir ¡que el sol se esconde a quién le falta la vista!
El alma piadosa conoce al Dios del Universo. "La piedad" no es otra cosa que el hacer la voluntad de Dios y así conocerlo, construyéndonos, sin envidia, moderados, humildes, generosos según nuestras posibilidades, sociables, y extraños a las disputas y todo lo que es grato a la divina voluntad.
El conocimiento de Dios y el temor a Él nos curan de las pasiones de la materia. Así, cuando la ignorancia de Dios se une al alma, las pasiones, que fueron descuidadas, pudren el alma: ella es corrompida por la malicia, como una vieja herida. Pero Dios no es responsable de esto, porque Él ha enviado a los hombres ciencia y conocimiento.
Dios ha colmado al hombre de ciencia y conocimiento, se apresura a purificar las pasiones y la malicia voluntaria y quiere transferir lo que es mortal a la inmortalidad, solamente a causa de su bondad.
El intelecto que está en el alma pura y amante de Dios, en realidad ve al Dios increado, invisible e inexpresable, el único puro para los puros de corazón.
Corona de la incorrupción, virtud y salvación del hombre es el llevar las desventuras de buen ánimo y dando gracias. Además, el dominar la ira, la lengua, el vientre, los placeres, constituye una enorme ayuda para el alma.
La providencia divina es aquella que tiene al mundo en sus manos. No existe ningún lugar abandonado por la providencia. Es providencia la palabra perfecta de Dios, la que da forma a la materia que constituye al mundo, y es creadora. y artífice de todas las cosas que son hechas. No es posible que la materia se organice sin el poder descendiente de la Palabra, que es imagen, intelecto, sabiduría y providencia de Dios.
La concupiscencia derivada del pensamiento, es la raíz de las pasiones congénitas de las tinieblas. Y el alma que se encuentra en el pensamiento de concupiscencia se ignora a sí misma, ignora ser inspiración de Dios y es llevada así al pecado, sin pensar ¡la insensata! en los males que encontrará después de la muerte.
La impiedad y el amor por la gloria son la suma e incurable enfermedad del alma, son la perdición. Efectivamente, la concupiscencia del mal es la privación del bien. Y el bien es hacer, sin avaricia, todo el bien que es grato al Dios del universo.
Sólo el hombre es capaz de recibir a Dios. Solamente a este ser vivo habla Dios. De noche, por medio de los sueños; de día, por medio de la mente. Y por intermedio de todo, predice y preanuncia los bienes futuros a los hombres dignos de Él.
Nada es difícil para quien cree y quiere comprender a Dios. Y si luego quieres también contemplarlo, observa el orden y la providencia que hay en todas las cosas que por su Palabra fueron hechas y creadas. Y todo es para el hombre.
Se llama santo a aquel que es puro de la malicia y de los pecados. Es por lo tanto un grandísimo logro del alma, y que agrada a Dios, que en el hombre no haya malicia.
El "nombre" es el modo de indicar a uno con respecto a muchos. Es por lo tanto insensato considerar que Dios - uno y solo - tenga otro nombre. "Dios," pues, indica a aquel que existe sin principio, aquel que todo lo ha hecho por el hombre.
Si tienes conciencia de haber actuado malvadamente, elimina las malas acciones de tu alma, aguardando los bienes que vendrán: Dios es ciertamente justo y amigo del hombre.
El hombre conoce a Dios y es por Él conocido si se preocupa de no separarse nunca de Dios. No se separa de Dios el hombre bueno que en todo y por todo domina al placer: no por el hecho de que dispone de poco placer, sino por su propia voluntad y continencia.
Beneficia al que te perjudica, y tendrás a Dios por amigo. No calumnies en nada a tu enemigo. Ejercita el amor, la moderación, la tolerancia, la continencia, etc. Todo esto es conocimiento de Dios: siguiendo a Dios mediante la humildad y las virtudes similares. Sin embargo éstas no son obras para cualquiera, sino para almas dotadas de intelecto.
Por cansa de aquellos que con desprecio se atreven a decir que las plantas y las hierbas tienen alma, he escrito este capítulo, para conocimiento de los más simples. Las plantas tienen la vida natural, pero no tienen alma. El hombre es definido como un animal razonable, porque tiene un intelecto y es capaz de hacer ciencia. Los otros animales, ya sea los que están sobre la tierra como los que están en el aire tienen voz, porque tienen espíritu y alma. Y todo lo que crece y disminuye es un ser viviente, porque vive y crece. Sin embargo, no tiene alma. Hay cuatro especies distintas de seres vivientes. Los unos son inmortales y están dotados de un alma como los ángeles.
Otros tienen intelecto, espíritu y alma, como los hombres.
Otros tienen espíritu y alma, como los animales. Otros tienen solamente vida, como las planta. Y en las plantas la vida subsiste sin alma, espíritu, intelecto, inmortalidad, Pero ni siquiera el resto puede existir sin vida. Cada alma, es decir cada alma humana, es siempre móvil, y va de un lado a otro.
Cuando percibes fantasías respecto a algún placer, cuídate a ti mismo y no permitas que te arrastren, sino que, poniéndote por arriba, recuerda la muerte y piensa cómo es mejor tener la conciencia de haber logrado vencer este engaño del placer.
Así como en el engendramiento hay pasión, porque lo que accede a la vida tiene corrupción, así en la pasión hay malicia. Por tanto no digas: Dios pudo eliminar la malicia.
Los que así hablan son obtusos y tontos. No convenía ciertamente que Dios quitara la materia: y estas pasiones vienen de la materia. Pero Dios ha eliminado la malicia de los hombres ventajosamente al darles intelecto, ciencia, conocimiento y discernimiento del bien a fin de huir de la malicia, sabiendo cómo la misma nos perjudica. El hombre insensato sigue la malicia y se vanagloria. Luego, como atrapado en una red, se debate, capturado allí dentro.
Y ni siquiera puede levantar la cabeza para ver y conocer a Dios, que todo lo ha hecho para la salvación y la divinización del hombre.
Las realidades mortales son enemigas de sí mismas, porque conocen por anticipado este fin de la vida que es la muerte. La inmortalidad, por el hecho de que es un bien, es un legado del alma santa, mientras que la mortalidad, por el hecho de que es un mal, acompaña al alma mísera e insensata.
Cuando, dando gracias, vas a descansar, si piensas en los beneficios y en la gran providencia de Dios por ti, colmado por un pensamiento benéfico, te alegras más que nunca, y el sueno de tu cuerpo se convierte en sobriedad del alma.
Al cerrarse tus ojos, verás la visión de Dios y tu silencio, impregnándose de bondad, continuamente proclama glorias al Dios del universo, con toda el alma y toda tu fuerza. Porque una vez que la malicia ha sido alejada del hombre, el rendimiento de gracias, aunque fuera eso sólo, agrada a Dios más que todo precioso sacrificio.
A Él la gloria en los siglos de los siglos Amén.

La Filokalia

Evagrio, el Monje

Evagrio, este hombre sabio e insigne que floreció alrededor del año 380, fue promovido por el gran Basilio a la dignidad de lector y, por el hermano de éste, Gregorio de Nisa, fue ordenado diácono. Fue instruido en las Sagradas Palabras por Gregorio el Teólogo: por éste fue incluso nombrado archidiácono, cuando le fuera encargada la iglesia de Constantinopla, según Icéforo Calisto, libro 11, capítulo 42. A continuación, abandonadas las cosas del mundo, abrazó la vida monástica.
Siendo realmente sutil al entender y habilísimo en exponer lo que entendía, Evagrio ha dejado muchos y variados escritos. De entre los mismos, han sido elegidos para este libro, el presente discurso a los hesicastas y sus capítulos sobre el discernimiento de las pasiones y de los pensamientos, en cuanto que son textos muy oportunos y de gran aplicación.
Las noticias a propósito de Evagrio nos fueron proporcionadas especialmente por Paladio en la Historia lausíaca (texto griego e italiano en la edición, a cargo de Ch. Mohrmann y C. J. Bartelink, Fundación L. Valla, A. Mondadori 1974). Su nacimiento se sitúa alrededor del año 345 en Íbora en el Ponto. Tal como nos lo dice Nicodemo, fue promovido a lector y luego a diácono.
Bastante tentado por la vida mundana, en momento de serio peligro para su castidad, mientras se encontraba en Constantinopla, a continuación de un sueño premonitorio, partió para Jerusalén. Allí vivió por un breve período en la casa de Melania la Anciana, ilustre dama romana, quien había convocado a su alrededor, en el Monte de los Olivos una comunidad monástica. Durante su estancia allí, muchas dudas asaltaron a Evagrio, con respecto a su decisión de abandonar el mundo pero, apoyado por Melania y tomando como una nueva señal divina una enfermedad que lo aquejara, partió hacia Egipto poco después.
Se estableció primeramente y por dos años, en el desierto de Nitria y luego en las Celdas, donde vivió hasta su muerte que sobrevino aproximadamente en el año 399.
Profundamente convencido respecto del valor de la austera vida monástica en el desierto, Evagrio la conoció - y la vivió - acudiendo a las fuentes, manteniéndose en frecuente contacto con Macario el Grande, iniciador de la vida monástica en el desierto de Scete, conociendo también al otro Padre Macario. El ambiente en el cual Evagrio vivió hasta su muerte su vida monástica contrastó, por cierto, con la estructura intelectual de la cual estaba dotado y con su gran cultura. No por ello dejó de sentir una profunda admiración por la sabiduría práctica de esos santos ancianos, frecuentemente provenientes de familias campesinas pobres. Y más aún: además de vivir esta vida del desierto, llegó a ser un teórico de la misma.
Seguidor de Orígenes, terminó, lamentablemente por extremizar justamente las teorías más discutibles de su maestro. Esto echó una sombra sobre su figura, a tal punto, que muchos de sus escritos nos fueron transmitidos al amparo de algún gran nombre de ortodoxia más afirmada. El nombre de Evagrio fue envuelto en la condena del origenismo y, por lo tanto, condenado por el Concilio de Constantinopla III (680-681), por el Concilio Niceno II (787) y por el Concilio de Constantinopla IV (869-870).
De Evagrio se puede encontrar traducido al francés el Tratado sobre la plegaría en Y. Hausherr, Les leçons d'un contemplatif : le traité de l'oraíson d'Evagre le Pontique, Paris, Beauchesne, 1960, y el Tratado práctico en la colección Sources Chrétíennes 170-171. Tanto el Tratado sobre la plegaria como el Tratado práctico, se pueden encontrar traducidos también al inglés, reunidos en un único volumen, en las ediciones Cistercians Publications, Massachusetts, Spencer, 1970.

A proposito del discernimiento de las pasiones y de los pensamientos

Entre los demonios que se oponen a la práctica de las virtudes, los primeros que adoptan una actitud de guerra son aquellos que ostentan las pasiones por el buen comer, los que nos insinúan el amor por el dinero, y los que nos estimulan a buscar la gloria que proviene de los hombres. Todos los demás vienen detrás de éstos y reciben a los que han sido heridos por ellos.
Efectivamente, es poco probable que se caiga en manos del espíritu de la fornicación si no se cayó antes por gula. Y no hay quien, habiendo sido turbado por la ira, no se haya previamente encendido por los placeres de la buena mesa, por las riquezas o por la gloria. Y no hay modo de huir del demonio de la tristeza, si no se soporta la privación de todas estas cosas. Así como nadie puede huir del orgullo, primera camada del diablo; si no se ha erradicado antes la raíz de todos los males, que es el amor por el dinero, si es verdad, como dice Salomón, que la indigencia hace al hombre humilde (Pr. 10, 4).
En breve: no sucede que el hombre tropiece con el Demonio, si antes no ha sido herido por esos tres males principales. Y también delante del Salvador, el Diablo antepuso estos tres pensamientos: primeramente exhortándolo a convertir las piedras en panes, luego prometiéndole el mundo si se postraba a sus pies, adorándolo, y como tercera cosa, lo tienta con la posibilidad de que la gloria lo cubriría si, cayendo de las almenas del templo, los ángeles lo recogen y lo salvan, como Hijo de Dios que es. Pero nuestro Señor, mostrándose superior a todo esto, ordenó al Diablo que se alejara de Él, enseñándonos así que no es posible rechazar al Diablo si no se desprecian estos tres pensamientos.
Todos los pensamientos demoníacos introducen en el alma conceptos relativos a objetos sensibles, y el intelecto, compenetrándose de ellos, imprime en sí mismo las formas de esos objetos. El alma reconoce, entonces, al demonio que se asocia al objeto mismo. Por ejemplo: si en mi mente se presenta la fisonomía de quien me ha agraviado u ofendido, es evidente que surgirán en mí pensamientos de rencor. Si surgiera el recuerdo de las riquezas o de la gloria, recordaré claramente por el objeto, cuál es el motivo de mi angustia. Lo mismo sucede con los otros pensamientos: por el objeto descubrirás quién es el que viene a insinuarlos. Sin embargo, no quiero decir que todo recuerdo de tales objetos provenga de los demonios. Porque es el intelecto mismo, accionado por el hombre, el que produce las imágenes de los acontecimientos. Provienen de los demonios aquellos recuerdos que suscitan la ira o la concupiscencia contra natura.
Con motivo de la turbación que causan estas potencias, el intelecto, mediante el pensamiento, comete adulterios y se embarca en guerras, porque no puede acoger la imagen de Dios, su legislador. En efecto, esa luminosidad se manifiesta al principio fundamental del alma en el tiempo de la plegaria, en la medida en que ésta se despoje de los conceptos relativos a los objetos.
El hombre no puede rechazar los recuerdos pasionales si no presta atención a la concupiscencia y a la cólera, disipando a la primera con ayunos, velando y durmiendo en el suelo, y calmando a la segunda con actos de soportación, de paciencia, de perdón y de misericordia. De las pasiones antedichas surgen casi todos los pensamientos demoníacos que empujan al intelecto a la ruina y a la perdición. Pero es imposible superar estas pasiones si no se desprecian totalmente los manjares, las riquezas y la gloria y aun el propio cuerpo, con motivo de aquellos pensamientos que tan a menudo lo flagelan. Es absolutamente necesario, pues, imitar a aquellos que se encuentran en el mar, en peligro, y que echan por la borda los aparejos a causa de la violencia de los vientos y de las olas. Pero llegados a este punto, debemos guardarnos de desprendernos de los aparejos para ser mirados por los hombres, o habremos ya recibido nuestra merced, ya que otro naufragio más terrible que el primero nos afligirá, y entonces soplará el viento contrario, el del demonio de la vanagloria. Por tanto, también el Señor nuestro de los Evangelios, impulsando a nuestro intelecto que es el capitán del barco, nos dice: Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser visto por ellos: de otra manera no tendréis merced de vuestro Padre que está en los Cielos (Mt 6:1). Y dice además: Y cuando recéis, no seáis como los hipócritas; porque ellos gustan de orar en las sinagogas y en los cantones de las calles, de pie para ser vistos por los hombres: por cierto os digo, que ya tienen su pago (Mt. 6, 5-16).
Pero en este punto debemos prestar atención al médico de las almas y observar como él cura la cólera con la limosna, y con la oración purifica el intelecto, y aún mas, diseca con el ayuno la concupiscencia: de este modo surge el nuevo Adán, quien se renueva a imagen de Aquel que lo ha creado, en el cual no existe - con motivo de la impasibilidad - ni macho ni hembra, y - basados en la única fe - ni griego ni judío, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro ni escita, ni esclavo ni liberto, sino que todo está en Cristo.

Los Sueños

Debemos indagar cómo los demonios informan y configuran el principio fundamental de nuestra alma en las fantasías que nos acechan en el sueño. Esto le sucede al intelecto ya sea cuando ve con los ojos o cuando oye con los oídos o con cualquier percepción. A veces nos llegan por medio de la memoria, que informa al principio fundamental del alma, moviendo lo que ha recibido mediante el cuerpo. Me parece pues, que los demonios informan al principio fundamental de nuestra alma, moviéndonos la memoria, pues el órgano es, en ese momento, mantenido inactivo por el sueño. Debemos saber cómo se produce ese movimiento de la memoria. ¿Será, acaso, por medio de las pasiones? Esto es evidente, pues el que es puro y está libre de pasiones, no pasa por cosas similares. Sin embargo, existe un movimiento de la memoria producido simplemente por nosotros mismos, o bien por las santas potencias, en el cual encontramos a los santos y somos sus comensales. Pero deberemos prestar atención: esas imágenes que el alma recibe conjuntamente con el cuerpo, serán luego movidas por la memoria sin el cuerpo. Esto está claro por el hecho de que a menudo pasamos por esto durante el sueño, mientras que el cuerpo está inmóvil. Pues puede suceder que nos acordemos del agua ya sea que tengamos sed o no, y así sucede que nos acordamos del oro ya sea con codicia o sin ella. Y los mismo sucede con el resto. Sin embargo, el hecho de que encontremos dichas diferencias entre las variadas fantasías, es un indicio de su artificiosidad.
Y aún más: debemos saber que los demonios se sirven también de objetos externos para suscitar sus fantasías. Por ejemplo: del sonido de las olas, para alguien que se dedique a la navegación.
Nuestra irascibilidad, cuando se mueve contra natura, coopera en mucho con los objetivos que los demonios se prefijan, tornándose así utilísima para cualquiera de sus engaños. Por tanto, éstos no se hacen rogar para accionarla, de día o de noche. Y cuando la ven contenida por la humildad, en seguida la liberan con buenos pretexto, y así, tornándose violenta, ésta sirve a sus pensamientos bestiales. Es necesario, pues, no excitarla con ningún objeto, ni justo ni injusto, evitando poner en mano de quien nos sugestiona, un arma funesta, como sé que muchos hacen, aferrándose más de lo necesario a fútiles pretextos. Por cierto, dime, ¿por que eres tan combativo? ¿No has despreciado ya manjares, riquezas y gloria?
¿Por qué crías a un perro, si has manifestado no poseer nada? Si éste ladra y se echa sobre la gente, es claro que es porque uno tiene algo y quiere defenderlo. Y estoy bien seguro de que un hombre así está alejado de la oración pura, porque sé que la irascibilidad destruye esta oración. Y me asombra que olvides también a los santos, mientras David grita: Cesa en tu ira y deja la cólera (Sal. 36, 8). Y el Eclesiastés recomienda: Aleja la cólera de tu corazón, y quita la maldad de tu carne (Qo. 11, 10), mientras el Apóstol nos ordena elevar, en todo tiempo y lugar, manos puras sin iras ni disputas (1 Tm. 2, 8). ¿Y por qué no aprendemos de la antigua y misteriosa costumbre de echar fuera de casa a los perros en tiempo de oración? Ella nos demuestra, alegóricamente, cómo no debe existir cólera en el que reza.
Y también se ha dicho: Hay cólera de dragones en su vino (Dt. 32, 33), ¡y sin embargo, los nacireos se abstenían de tomar vino!
En cuanto al deber de no preocuparse por los trajes o manjares, considero superfluo escribir con respecto a esto, ya que el Salvador mismo lo prohíbe en los Evangelios: no os preocupéis por vuestra vida, por lo que comeréis, por lo que tomaréis o por lo que vestiréis. Esto concierne a los gentiles y a los incrédulos, a los que rechazan la providencia del Soberano, y reniegan del Creador, pero es cosa totalmente ajena a aquellos cristianos que han creído que dos pajarillos que se venden por un cuarto están bajo el gobierno de los santos ángeles.
Pero los demonios tienen también esta otra costumbre: después de acosarnos con pensamientos impuros, nos infunden alguna preocupación a fin de que Jesús se retire, debido al caudal de ideas que acuden a nuestra mente, y su Palabra se torne infructuosa, sofocada por pensamientos de preocupación.
Pero una vez que los hayamos depuesto y habiendo depositado toda nuestra confianza en el Señor, conformándonos con las cosas que tenemos, y pobres en cuanto a nuestro estilo de vida y por la ropa que nos cubre, despojaremos cada día a los padres de la vanagloria. Si alguno se sintiere indecoroso por tener un traje pobre, que dirija su mirada a San Pablo, quien esperó la corona de la justicia en el frío y en la desnudez (2 Co. 11, 27). Puesto que el Apóstol ha llamado a este mundo "teatro" y "estadio," vemos cómo es posible que uno, acompañado por pensamientos de preocupación, corra hacia el premio de la suprema llamada de Dios (Flp. 3, 14) o luche contra los principados las potencias, los dominadores cósmicos de las tinieblas de este siglo (Ef. 6, 12). Aun entrenado en la observación de las realidades sensibles, no se cómo esto es posible. Está claro que el que viste la túnica, se encontrará impedido de avanzar y arrastrado aquí y allá, como el intelecto lo es por los pensamientos cargados de preocupaciones, si creemos en la palabra que dice que el intelecto debe estar constantemente atento a su tesoro. Se ha dicho, en efecto: Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón (Mt. 6, 21).
En cuanto a los pensamientos, algunos de ellos separan y otros, son separados. Es decir: los malos separan a los buenos y, a su vez, los malos son separados por los buenos. Por lo tanto, el Espíritu Santo atiende al primer pensamiento que nos acude y en base a éste, nos juzga o nos recibe. Quiero decir esto: tengo un pensamiento de hospitalidad y seguramente lo tengo hacia el Señor, pero como se acerca el Tentador, mi pensamiento es separado, porque éste me sugiere brindar hospitalidad por amor a la gloria. Y más aún: tengo un pensamiento de hospitalidad, pero para ser visto por los hombres. Y sin embargo, este mal pensamiento puede ser rescindido al acudir un pensamiento mejor, el de pensar que es mejor dirigir la virtud hacia el Señor e inducirnos a no hacer estas cosas por los hombres.
Después de mucha observación, hemos conocido cuál es la diferencia entre los pensamientos provenientes de los ángeles, los provenientes de los hombres, y los que provienen de los demonios. Los primeros, los angélicos, observan las varias naturalezas de las cosas y descubren las razones espirituales. Por ejemplo, la razón por la cual el oro fuera creado, esto es, para ser distribuido en las zonas inferiores de la tierra mezclado con la arena, y ser encontrado con mucho trabajo y fatiga. Y luego vemos cómo, una vez encontrado, es lavado con agua, pasado por el fuego, entregado a las manos de los artesanos, los cuales harán el candelabro de la tienda, el altar, los incensarios y las copas, en las cuales ahora no bebe más - por gracia de nuestro Señor - el rey de Babilonia. Por estos misterios arde el corazón de Cleofás. Pero el pensamiento que nos surge por obra de los demonios, no sabe ni comprende todo esto, sino que nos sugiere, descaradamente, el afán por la posesión del oro sensible, indicándonos todo el placer y la gloria que nos colmarán al tenerlo.
En cuanto al pensamiento que proviene del hombre, el mismo no busca la posesión del oro, ni se preocupa por entender su significado simbólico, sino que nos introduce en la mente su forma desnuda, sin pasión ni codicia por poseerlo. Lo que decimos del oro, es válido también para las otras cosas, cuando este pensamiento es místicamente ejercido según esa regla.
Hay un demonio, denominado vagabundo, que se presenta a los hermanos sobre todo durante el transcurrir del día. Éste pasea nuestro intelecto de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de casa en casa. El intelecto entabla, al principio, simples diálogos. Luego se entretiene por más tiempo con algún conocido y corrompe el estado interior de los que encuentra, y luego, poco a poco, se va olvidando de su conocimiento de Dios, de las virtudes y de su propia profesión. Es pues necesario que el solitario observe de donde viene este demonio y a dónde éste quiere llegar. No es por casualidad que este demonio da todas estas vueltas. Lo hace para corromper el estado interior del solitario. De este modo el intelecto, enardecido por estas cosas, ebrio por todos los encuentros, inmediatamente se tropieza con el demonio de la fornicación, o de la ira, o de la tristeza. Sentimientos que masivamente destruyen el resplandor del estado interior.
Pero nosotros, si realmente nos proponernos reconocer la astucia de este demonio, no debemos apresurarnos a gritar en contra de él, ni a meditar sobre lo sucedido, contando como éste realiza estos encuentros en nuestros pensamientos y de que manera va empujando el intelecto hacia la muerte. No soportando ser observado en su actuar, el demonio huirá de nosotros y nada podremos saber de lo que queríamos aprender. Más bien deberemos permitir que por uno o dos días, actúe a fondo, así podremos aprender bien sus maquinaciones, y lo haremos fluir enfrentándolo con nuestras palabras. Y sucede que cuando nos sentimos tentados, el intelecto está turbio y le resulta difícil ver lo que está sucediendo. Debemos pues, actuar cuando el demonio se ha ido de la siguiente manera: siéntate y trae a tu memoria lo sucedido, por dónde ha empezado todo, dónde has ido, y en qué lugar te sentiste atraído por el espíritu de la fornicación, de la tristeza o de la ira, y nuevamente recapitula lo sucedido. Examina todo muy bien y confíalo a tu memoria, así podrás enfrentar al demonio cuando se acerque. Observa atentamente el escondrijo donde él pretende llevarte y no lo sigas. Y si incluso quieres enfurecerlo, enfréntalo una y otra vez, hablándole directamente. Se sentirá muy molesto ya que no tolera ser avergonzado. Como demostración de que has sabido hablarle como es debido, verás que ese pensamiento que te acechaba te abandonó por completo. Es imposible que permanezca si es abiertamente enfrentado. Una vez que has vencido al demonio, seguirá una profunda somnolencia, una especie de estado de muerte, con una gran pesadez en los párpados, continuados bostezos, un gran peso en las espaldas. Pero el Espíritu Santo hará que todo esto se desvanezca luego de una intensa plegaria.
El odio contra los demonios nos ayuda mucho a conseguir la salvación y es conveniente para la práctica de la virtud. Pero nosotros no estamos en condiciones de cultivarlo por nosotros mismos como un brote cualquiera, ya que los espíritus amantes del placer lo destruyen y lo conducen a ese amor habitual Este amor -o más bien, esta gangrena difícil de curar - es curada por el médico de las almas abandonándonos a una prueba. Efectivamente, permite que padezcamos de día o de noche, una situación horrorosa para el alma, de tal modo que ella retorna a su odio original, aprendiendo a decir lo que David dijo al Señor: De un odio perfecto los odié; se han convertido en enemigos para mí (Sal. 138, 22). Pues el que no peca con sus actos ni con sus pensamientos, odia con un odio perfecto, lo cual es índice de una máxima primitiva impasibilidad.
¿Y qué decir de ese demonio que deja al alma insensible? Siento temor de escribir al respecto. ¿No es increíble cómo el alma, cuando se encuentra con este demonio, sale de su estado interior, se despoja del temor de Dios y de toda piedad, no considera más al pecado como un pecado, ni actúa con responsabilidad, recordando al castigo y al juicio eterno como una cosa de nada y verdaderamente se mofa del terremoto del fuego (Jb. 41, 20). Reconoce a Dios, por cierto, pero no reconoce su mandamiento.
Golpeas tu pecho porque ves al alma moverse hacia el pecado, pero ella no percibe nada. Tratas de convencerla con las Escrituras, mas ella no te escucha porque está obtusa. La enfrentas con la vergüenza de los hombres, pero no te atiende ni te entiende, como si fuera un cerdo que ha cerrado los ojos y se dirige hacia su recinto. A éste demonio nos llevan los persistentes pensamientos de vanagloria. Y se ha dicho de él que si aquellos días no hubieran sido abreviados, ninguna carne se hubiera salvado (Mt. 24, 22). Esto sucede a aquellos que raramente frecuentan a sus hermanos. El motivo es evidente: este demonio, frente a las desgracias de los demás, es decir las de aquellos que han sido acometidos por las enfermedades o que tienen la desgracia de estar presos o encuentran una muerte imprevista, huye en seguida, porque no bien el alma se ha conmovido y se llena de compasión, se disipa el endurecimiento producido por el demonio. Pero esta posibilidad no la tenemos a causa de la soledad en que vivimos o de la rara presencia, cercana a nosotros, de personas que sufren. Es justamente para que podamos huir de este demonio que el Señor nos recomienda, en los Evangelios, que visitemos a los enfermos y a los que están en la cárcel. Estaba enfermo y me visitasteis (Mt 25:36), nos dice. Pero debemos tener presente esto: si algún solitario, habiéndose tropezado con este demonio, no ha aceptado todavía pensamientos impuros, ni ha abandonado su casa entregándose a la acedía, éste ha recibido la tolerancia y la templanza, que han bajado de los Cielos y lo han bendecido por tal impasibilidad. En cuando a aquellos que han hecho suya la profesión de ejercitar la piedad, y eligen vivir junto a los mundanos, deben cuidarse de este demonio. Yo, en efecto, me avergüenzo delante de todos ustedes y no quiero seguir diciendo o escribiendo a su respecto.

El Demonio de la Tristeza

Todos los demonios enseñan al alma el amor por el placer: sólo el demonio de la tristeza se abstiene de ello. Por el contrario, destruye todos los pensamientos insinuados por los otros demonios, impidiendo al alma sentir cualquier placer, insensibilizándola con su tristeza. Es cierto lo que se ha dicho: que los huesos del hombre triste se tornan áridos (Pr. 17, 22). Y sin embargo, si se lucha un poco, este demonio sirve para fortalecer al solitario. Lo convence de no acercarse a ninguna de las cosas de este mundo ni a ningún placer. Si persiste en su lucha, genera en él pensamientos que lo inducen a alejar su alma de este tormento o lo fuerzan a huir de ese lugar. Tal es lo que ha pensado y sufrido el Santo Job, atormentado por este demonio: Ojalá pudiera echar mano a mí mismo u otro, a mi pedido, así lo hiciera (Jb. 30, 24). Símbolo de este demonio es la víbora, animal venenoso. La naturaleza le ha concedido, benevolentemente, el que pueda destruir los venenos de los otros animales, pero si la tomamos en estado puro, destruye la vida misma. Es a este demonio que San Pablo ha entregado el hombre de Corinto, que había pecado. Pero luego se apresura a escribir a los Corintios: Os ruego que confirméis vuestro amor por él, para que no sea consumido por la excesiva tristeza (Cf. 2 Co. 2, 8-7).
Y sin embargo, este espíritu que aflige a los hombres es capaz de ser portador de un arrepentimiento bueno. Y así también San Juan Bautista ha denominado "raza de víboras" a aquellos que han sido heridos por este espíritu, y que se refugiaban en Dios, diciendo: ¿Quién os ha enseñado ha huir de la ira que vendrá? Dad, pues, frutos dignos de arrepentimiento y no penséis decir dentro de vosotros: a Abraham tenemos por padre (Mt. 3, 7-9). Todo el que ha imitado a Abraham y se ha alejado de su tierra y de su parentela, se ha vuelto más fuerte que este demonio.
Si alguno es dominado por la cólera, está dominado por los demonios. Y si alguien le sirve, éste es extraño a la vida monástica, un extranjero en las vías de nuestro Salvador, dado que el mismo Señor nos dice que Él muestra el camino a los humildes. Por tanto, cuando el intelecto de los solitarios se refugia en la llanura de la mansedumbre, difícilmente puede ser poseído, ya que no hay otra virtud que los demonios teman más que la misma. Ésta es la virtud que había adquirido el gran Moisés, quien fuera conocido como el más manso de los hombres. Y el santo David ha declarado que esta virtud es digna del recuerdo de Dios: Acuérdate de David y de toda su mansedumbre (Sal. 131, 1).
Y también el Salvador mismo nos ha ordenado ser imitadores de su mansedumbre: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt. 11, 29).
Si alguno ha renunciado a manjares y bebidas, pero excita su cólera con malos pensamientos, ¡se asemeja a una nave que navega con un demonio como piloto! Con todas nuestras fuerzas debemos cuidar de nuestro perro y enseñarle a destruir sólo los lobos, sin devorar las ovejas, dando prueba de mansedumbre hacia todos los hombres.

La Vanagloria

De todos los pensamientos, el de la vanagloria es el que está compuesto por más elementos. En efecto, abraza a casi toda la tierra y abre las puertas a todos los demonios, tal como lo haría algún malvado traidor en una ciudad. Por tanto, humilla el intelecto del solitario, llenándolo de discursos y objetos y corrompiendo las plegarias con las cuales él trata de curar todas las heridas de su alma.
Todos los demonios una vez vencidos, hacen crecer este pensamiento y por su intermedio, encuentran un nuevo acceso a las almas. Y es así como hacen que la última situación de las almas sea peor que la precedente. De aquí nace también el pensamiento de la soberbia. Esto es lo que ha hecho derrumbar de los cielos sobre la tierra el sello de la semejanza la corona de la belleza (Ez. 28, 12). Rehúyela pues, no tardes, porque puede suceder que entreguemos a otros nuestra vida, y nuestra riqueza a quien no tiene misericordia. Este demonio es ahuyentado por la oración continua y por el no hacer ni decir nada de lo que se lleva a cabo por la maldita vanagloria.
Ni bien el intelecto de los solitarios alcanza una cierta impasibilidad, he aquí que adquiere el caballo de la vanagloria y en seguida corre por las ciudades, llenándose sin medida de alabanzas a su gloria. Pero, si por una disposición de la providencia, se encuentra con el espíritu de la fornicación, quedando así encerrado en un chiquero, esto le enseñará a no dejar más el lecho antes de haber obtenido una perfecta salud, y a no imitar a los enfermos indisciplinados quienes, arrastrando los rastros de su enfermedad, se entregan abusivamente a los viajes y a los baños, teniendo así recaídas. Por tanto, permanezcamos sentados, cuidemos de nosotros mismos, de tal modo que, avanzando en nuestra virtud, no permitamos que el mal resurja, y que, al retomar el conocimiento, nos aturda una multitud de meditaciones. Y luego nuevamente, al levantarnos, veremos cuánto más clara es la luz de nuestro Señor.
No puedo escribir sobre todas las astucias de los demonios; siento pudor al repasar todas sus maquinaciones, temiendo por los lectores más simples. Escucha, sin embargo, las astucias del demonio de la fornicación.
Cuando alguien logra tornarse impasible respecto a su concupiscencia, y sus malos pensamientos tienden a enfriarse, es entonces que este demonio introduce imágenes de hombres y mujeres que juguetean entre ellos, convirtiéndolo en solitario espectador de cosas y actitudes procaces. Pero no es ésta una tentación que dure por mucho tiempo. La oración continua y un régimen austero, la vigilia y el ejercicio de meditaciones espirituales, disipan la tentación como a una nube sin agua. Por momentos este malvado hace de la carne su presa, forzándola a sentir un ardor irracional, y se aferra a miles de otras cosas, a las cuales no es necesario referirse públicamente ni poner por escrito.
Contra pensamientos de este tipo somos ayudados por el hervir de la cólera que se mueve contra el demonio. Éste teme muchísimo esta cólera, que se agita contra los pensamientos y destruye sus razonamientos. Y éste es el pensamiento de la Palabra: Irritáos y no pequéis (Sal 4, 4). Esta cólera es una medicina útil ofrecida al alma durante las tentaciones. A veces sucede que el demonio de la ira imita al otro demonio, y esboza la forma de algún hijo, o amigo, o pariente, en el momento de ser ultrajado por gente indigna, excitando así la cólera del solitario, para que diga o haga algo malo contra las imágenes que se mueven en su pensamiento. Es necesario atender por un instante a estas imágenes, cuidándonos de arrancar pronto nuestra mente de ellas, a fin de no detenerla mucho tiempo, para que no se inflame secretamente en tiempo de la oración. En estas tentaciones caen fundamentalmente los coléricos y los que se dejan arrastrar fácilmente por sus impulsos. Éstos están alejados de la plegaria pura y del conocimiento de nuestro Salvador, Jesucristo.
El Señor ha confiado los conceptos de este siglo al hombre, como las ovejas a un buen pastor. Escrito está: A cada hombre ha puesto un concepto en su corazón, y ha unido a él, a modo de ayuda, la concupiscencia y la ira. Por medio de la ira debe poner en fuga a los pensamientos de los lobos y, mediante la concupiscencia, debe amar a las ovejas, aun cuando se encuentre acorralado por las lluvias y los vientos. A todo esto el Señor ha agregado también la ley, para que alimente a las ovejas; y un lugar verde, agua que reconforta, y el salterio, la cítara, la vara y el bastón. Y así de este rebaño el pastor obtendrá su nutrición, se vestirá y recogerá el heno de los montes. Se ha dicho: ¿Cuál es el pastor que apacienta el ganado y no se nutre de su leche? (1 Co. 9, 7).
Deberá el solitario custodiar de día y de noche su rebaño para que no sea devorado por las fieras o caiga en manos de los ladrones. Pero si en un lugar selvático algo parecido sucediera, en seguida deberá éste arrancar la presa de la boca del león o del oso. Por ejemplo, el concepto de hermano es devorado por nosotros si lo alimentamos con vil concupiscencia; el del dinero y el del oro, si lo albergamos unido a la avidez; y así en todo lo que se refiere a los pensamientos relativos a los santos carismas, si los alimentamos en nuestra mente junto a la vanagloria. Del mismo modo sucede respecto a todos los otros conceptos, si se tornan presa de las pasiones. Y no alcanza con velar durante el día, debemos estar vigilantes también de noche. Puede suceder que perdamos lo que es nuestro, aun con fantasías turbias o malvadas. Vean lo que dice San Jacob: No te he traído ovejas devoradas por las fieras: he resarcido los hurtos del día y de la noche, Y fui devorado por el calor del día y por el hielo de la noche. El sueño se alejó de mis ojos (Gn. 31, 39 ss).
Si posteriormente el gran cansancio generara en nosotros pereza, subirernos un poco más por la piedra del conocimiento y tomaremos el salterio, haciendo vibrar sus cuerdas mediante el conocimiento de las virtudes. Y nuevamente llevaremos nuestros rebaños por el monte Sinaí, para que el Dios de nuestros Padres se dirija a nosotros de entre los arbustos y nos regale con esas palabras que obran señales y prodigios.
La naturaleza racional, condenada a muerte por la malicia, ha sido resucitada por Cristo mediante la contemplación de todos los siglos. Y el Padre resucita el alma que ha muerto de muerte de Cristo, mediante su conocimiento. Y es ésto lo que dice Pablo: Si estamos muertos con Cristo, creamos que también viviremos con Él.
Cuando el intelecto se ha despojado del hombre viejo, se reviste de lo que proviene de la gracia, y es entonces que en el tiempo de la oración verá su propia estructura, símil de algún modo, al zafiro o a la superficie celeste. Cosas éstas que las Escrituras indican como el lugar de Dios, visto por los ancianos en el monte Sinaí.
De entre los demonios impuros, algunos tientan al hombre en cuanto hombre, otros lo aturden como a un animal que ha perdido la razón. Los primeros, al acercarse, insinúan en nosotros pensamientos de vanagloria, de soberbia, de envidia o de acusación: cosas éstas que no perturban a ningún ser irracional. Los otros, sin embargo, se acercan excitando la cólera o la concupiscencia contra natura. Y es que estas pasiones las tenemos en común con los seres irracionales aunque estén escondidas por la naturaleza racional.
Es por este motivo que el Espíritu Santo, cuando se refiere a los pensamientos que acuden a los hombres, dice: Yo he dicho: dioses sois, e hijos todos del Altísimo pero como hombres moriréis, y caeréis como cae cualquier príncipe (Sal. 81, 6). ¿Y qué dice a aquellos que se mueven en modo irracional? Nos dice: No seáis como el caballo y como el mulo que no tienen entendimiento: que han de ser domados con freno y riendas para que obedezcan (Sal. 31, 9). Y si el alma que peca, morirá (Ez. 18, 4), es evidente que los hombres mueren como hombres y por los hombres son sepultados. Pero los animales sin razón, si mueren o caen, son devorados por las aves de rapiña o por los cuervos. De ésto se ha dicho que las crías de los unos invocan al Señor, y las de los otros, se bañan en sangre. El que tenga oídos para oír, que oiga (Mt. 11, 15).
Cuando algún enemigo se acerque a ti, te hiera y tu quieras dirigir tu espada a su corazón, tal como está escrito, haz como te decimos. Analiza en ti mismo el pensamiento que te ha sido puesto. Mira qué cosa es, de qué elementos se compone y lo que precisamente aflige más a tu mente. Te quiero decir esto: ¿te ha traído el enemigo el amor por el dinero? Tú haces una distinción entre el intelecto que ha recibido el pensamiento del oro, el pensamiento mismo del oro y el oro en sí mismo y la pasión que nos lleva a amar el dinero. Pregúntate a continuación: De entre todo esto, ¿qué cosa es pecado? ¿Quizás el intelecto? ¿Y cómo, entonces, es la imagen de Dios? Y entonces, ¿cómo se vincula al concepto del oro? Nadie que tenga intelecto podría jamás afirmarlo. ¿Es quizás pecado el oro en sí mismo? ¿Por qué entonces fue creado? Concluiremos pues que la causa del pecado es la cuarta.
No es un objeto que tenga una existencia en sí mismo, ni el concepto de un objeto, sino que es un placer enemigo del hombre, generado por nuestra propia y libre voluntad, y que fuerza al intelecto a servirse malamente de las criaturas de Dios. Y es a la ley de Dios a quien le fuera confiado rescindir este placer.
Mientras indagas de este modo, el pensamiento será destruido, disolviéndose en su propia contemplación. El demonio se alejará de ti, cuando tu mente sea llevada a lo alto por tal conocimiento. Si, por lo contrario, no quieres servirte de tu espada, sino que quieres echar mano de tu honda, saca una piedra de tu bolso de pastor y considera lo siguiente: ¿Cómo es que los ángeles y los demonios se acercan a nuestro mundo y nosotros no nos acercamos a sus mundos? Nosotros no podemos, por cierto, acercar más a los ángeles a Dios, si nos proponemos hacer de los demonios seres aun más impuros. Y más aún: ¿como es que Lucifer, que surge por la mañana, fue tirado a la tierra, y considera al mar como una ampolla y a lo más profundo de los abismos como un prisionero de guerra? Y todo lo hace hervir como en una olía encendida e hirviente (Jb. 41, 22 ss) porque a todos quiere turbar con su malicia y a todos dominar. La consideración de todas estas realidades hiere verdaderamente al demonio y pone en fuga a todo su ejército. Pero esto lo pueden hacer todos aquellos que se han purificado y ven las razones de las realidades creadas. Los que están impuros no conocen la contemplación de tales razones y, aunque repitieran una fórmula aprendida por otros, no serán escuchados, con motivo de todo el polvo y el tumulto causado por las pasiones durante la batalla. Es absolutamente necesario, pues, que toda la turba de filisteos permanezca inmóvil, para que sólo Goliat enfrente a nuestro David.
De la misma manera nos serviremos de esta distinción entre las partes en guerra y la imagen que se nos presenta contra todos los pensamientos impuros.
Cuando suceda que algún pensamiento impuro huya con toda rapidez, ¿deberemos buscar la causa a fin de entender cómo ello se ha producido? En general, esto sucede ya sea porque el objeto en cuestión falta, o porque se trata de un elemento dificil de obtener, o porque estamos entrando en la región de la impasibilidad. Por estos motivos el enemigo no puede vencernos. Si por ejemplo, a algún solitario se le ocurre que le sea confiada la guía espiritual de la ciudad, es difícil que se detenga a fantasear a propósito de ello, por los motivos que mencionáramos anteriormente. Pero si sucediera que alguno se convierte en guía espiritual de una ciudad cualquiera, y su pensamiento no sufre alteraciones, esto significa que ha alcanzado la beatitud de la impasibilidad.
No es necesario saber de estas cosas para tener prontitud y fuerza; para que podamos ver si hemos cruzado el Jordán y estamos cerca de las palmeras o bien si estamos todavía en el desierto y bajo los golpes de los extranjeros.
Pues veo, por ejemplo, cómo el demonio del amor al dinero es versátil y extraordinario en su capacidad de engaño. A menudo, angustiado por nuestra total renuncia, finge ser ecónomo y amante de los pobres, recibe libremente huéspedes que aún no se han acercado, da limosnas a los que carecen de alguna cosa, visita las prisiones de la ciudad, rescata a los que han sido vendidos, nos sugiere unirnos a mujeres ricas... Quizás nos aconseje acercarnos a otros, ¡a aquellos que poseen una bolsa bien abastecida! De este modo, se va desviando el alma; poco a poco, la rodea de pensamientos provenientes del amor al dinero y la entrega al demonio de la vanagloria. Y esto introduce una multitud de pensamientos que glorifican al Señor por nuestros negocios, y manipula a algunos que, poco a poco, hablan de sacerdocio en lugar nuestro. Hace pronósticos sobre la muerte del sacerdote a cargo, y predice que no podrá salvarse, debido a todo lo mal que ha actuado.
Y así este mísero intelecto, atrapado por tales pensamientos, entra (mentalmente) en lucha con aquellos que se le oponen, pronto a ofrecer dones a aquellos que lo aceptan y aprueban sus buenos sentimientos. ¡Incluso imagina entregar a aquellos que se le sublevan, en manos de los magistrados y echarlos de la ciudad! Finalmente, puesto que lleva dentro de sí estos pensamientos y les da vueltas, hace que en seguida se presente el demonio de la soberbia, quien, destellando ininterrumpidamente relámpagos y dragones alados en la celda, termina por ocasionar la locura.
Pero nosotros, para conjurar la desgracia que tales pensamientos puedan producir, ¡queremos vivir dando gracias en nuestra pobreza! De hecho, nada hemos traído a este mundo ni nada, por cierto, podremos llevar con nosotros. Siempre que tengamos con qué comer y con qué cubrirnos, conformémonos con ello (1 Tm. 6, 7 ss). Y recordemos a Pablo, que declara: El amor por el dinero es la raíz de todos los males (1 Tm. 6, 10).
Todos los pensamientos impuros, cuando por causa de nuestras pasiones se entretienen en nosotros, conducen el intelecto a la ruina y a la perdición. En efecto, así como la idea del pan ronda constantemente al hambriento a causa de su hambre, y el pensamiento del agua al sediento a causa de su sed, del mismo modo, también los pensamientos a propósito de las riquezas, y las reflexiones sobre los turbios pensamientos producidos en nosotros por los alimentos, se detienen dentro nuestro debido a las pasiones. Esto se manifiesta también con los pensamientos de vanagloria y con todos los otros. Y no le será posible al intelecto, sofocado por tales ideas, presentarse ante Dios, ni ceñir en su cabeza la corona de la justicia. Justamente por haber sido arrastrado por tales pensamientos, aquel intelecto tres veces infeliz del cual nos hablan los Evangelios, rechazó la increíble belleza del conocimiento de Dios. Incluso aquel que, atado de pies y manos, fue echado a las tinieblas exteriores, tenía el traje tejido por estos pensamientos y, debido a ello, el que lo había invitado lo declaró indigno de tales nupcias. El traje de bodas es, pues, la impasibilidad del alma razonable que ha renegado de las concupiscencias mundanas. La causa por la cual los conceptos de los objetos sensibles, cuando se detienen en nosotros, corrompen el conocimiento, fue ya mencionada en los "Capítulos a propósito de la oración."
Tres son los jefes de los demonios que se oponen a la práctica [de las virtudes]. Éstos son seguidos por todo el campamento de filisteos. Ellos son los primeros que avanzan en las batallas e inducen al alma a ser malvada por medio de pensamientos impuros. Los unos difunden los deseos de la gula, otros nos insinúan el amor por el dinero, y otros nos excitan para que busquemos la gloria que viene de los hombres. Si deseas, pues la oración pura, rehúye la cólera; si amas la templanza, domina tu vientre y no le brindes pan hasta la saciedad, y en cuanto al agua, manténla corta.
Sé vigilante en la oración y aleja de ti el rencor. No menoscabes las palabras del Espíritu Santo y golpea con las manos de la virtud las puertas de las Escrituras. Así surgirá en ti la impasibilidad del corazón y, en la oración, verás a tu intelecto resplandecer como un astro.

La Filokalia

Casiano, El Romano

Nuestro santo padre Casiano el Romano vivió bajo el reinado de Teodosio el Pequeño, alrededor del año 331. Hemos puesto en el presente volumen, de entre todos los discursos fruto de sus fatigas, aquel relativo a los ocho pensamientos y los que nos hablan del discernimiento, ya que de ellos emana abundante provecho y gracia. A ellos se remite también el sapientísimo Focio, citando literalmente el código 197, páginas 265-66. "También el segundo discurso está dirigido al mismo (es decir a Castor), y lleva como título 'Discurso a propósito de los ocho pensamientos', girando alrededor de temas relativos a las pasiones de la gula, de la fornicación, del amor al dinero, de la ira, de la tristeza, de la pereza, de la vanagloria y de la soberbia. Estos tratados son utilísimos a aquellos que están dispuestos a participar en la batalla ascética... Y además de éstos, fue leído un tercer pequeño discurso... en el cual se nos enseña lo que significa el discernimiento, de cómo esta virtud es la más grande de todas, dónde es generada, Y cómo, habitualmente, nos llega desde lo más alto, etc..."
La Iglesia recuerda a este santo el día 29 de Febrero, y lo celebra con testimonios de honor y alabanzas.
Nacido en el año 360 en la ciudad de Dobrudja, en la desembocadura del Danubio, según Genadio, De Viris illustribus, PL, 58, LXI, 1094, quien lo define de nacionalidad escita. De familia poderosa, terminó siendo aún muy joven sus estudios clásicos. Junto con su amigo Germán, al cual se sentía muy unido, se embarcó en un viaje hacia Oriente, interesándose sobre todo en el testimonio cristiano que daban los monjes que poblaban esos lugares.
Se detuvo en Palestina por unos dos años, en un monasterio de Belén. No consta, sin embargo, que haya conocido personalmente a Gerólamo. Aparentemente, lo conoció y lo estimó sólo por sus escritos. Después de dos años, Casiano y Germán se dirigieron a los desiertos de Egipto, en particular a Escete y a Nitria. Volvieron ocho años después y nuevamente partieron por tres años más.
En el 399 se dirigieron a Constantinopla, debiendo huir de Egipto a causa de su "origenismo." Casiano fue admirador y partidario de Orígenes, particularmente en lo que se refiere a su exégesis escriturística. Mantuvo, sin embargo, una posición equilibrada y evitó seguirlo en ciertos aspectos más dudosos y menos ortodoxos. En Constantinopla, Casiano fue ordenado diácono por Juan Crisóstomo, por el cual conservó siempre una profunda devoción.
Luego que Juan Crisóstomo fuera expulsado, también los dos amigos se tuvieron que ir, y se dirigieron a Roma, al papa Inocencio I, para solicitar su ayuda en favor del obispo perseguido. Desde ese momento se pierde el rastro de Germán, a quien suponemos muerto en Roma.
Con toda probabilidad, Casiano fue ordenado presbítero en Roma. De allí se dirigió a Marsella, en el año 415, donde fundó el monasterio de san Víctor y un monasterio femenino, Murió alrededor del año 435.
Por medio de sus dos grandes obras, Instituciones cenobíticas y Colaciones espirituales, Casiano transmitió a Occidente un conocimiento bastante exacto a propósito de la institución monástica en Oriente y Occidente.
Durante el tiempo transcurrido en Marsella, Casiano intervino en las disputas doctrinales relativas a la gracia y, poco dotado para este tipo de cosas, incurrió en formulaciones erróneas o imprecisas, de carácter semipelagiano.
Sin embargo, aun en este delicado tema, su santidad y su tendencia hacia la dulzura y la sumisión, no fueron menos evidentes. Casiano, no bien advirtió su error, se retiró y calló.
De las Instituciones y de las Colaciones de Casiano, existen varias traducciones en distintos idiomas. En cuanto a las Instituciones, se puede ver la edición italiana a cargo de P. M. Ernetti, Padva, 1957; la traducción francesa con el texto latino se encuentra en la colección Sources Chrétiennes 109. Las Conferencias, en la edición italiana a cargo de O. Lari, De. Paulinas, 1965; la traducción francesa con texto latino está en Sources Chrétiennes 42-54-64.
Al Obispo Castor: Los Ocho Pensamientos Viciosos
Luego de haber hecho un primer discurso concerniente a la ordenación de los cenobitas, nuevamente nos llenamos de coraje, debido a vuestras oraciones y nos disponemos a escribir a propósito de los ocho pensamientos viciosos, es decir, los pensamientos de gula, fornicación, amor al dinero, ira, tristeza, pereza, vanagloria y soberbia.

LA CONTINENCIA DEL ESTOMAGO

Como primera cosa, hablaremos de la continencia del vientre, que se opone a la gula. Diremos pues, cómo hacer los ayunos y cuál deberá ser la calidad y la cantidad de los alimentos. No hablaremos de nosotros mismos, sino que mencionaremos lo que hemos recibido de nuestros Santos Padres. Ellos no tenían una única regla para el ayuno ni una única manera de comer los alimentos; ni siquiera nos han transmitido la indicación de una medida, ya que no todos tienen la misma fuerza, ya sea por edad, por enfermedad, o por una constitución física particularmente delicada. Hay, sin embargo, un único objetivo: huir de la saciedad y evitar llenar nuestro estómago.
Un cierto ayuno diario ha sido considerado más ventajoso y más adecuado para conducirnos a la pureza, que un ayuno que se arrastra por tres, cuatro días o aun una semana. Se dice que el ayuno que se prolonga sin medida es seguido por un período de exceso en las comidas. De tal modo, es posible que la abstinencia exagerada de alimentos haga que el organismo pierda su vigor, tornándolo perezoso en su servicio espiritual, o que el cuerpo, sintiéndose pesado por el exceso de comida, produzca en el alma pereza y relajamiento.
Los Padres no consideraron apto para todos el ingerir verduras o legumbres, ni que todos pudieran hacer uso, como alimento cotidiano, del pan duro. Se ha visto cómo uno que come dos libras de pan sigue teniendo hambre, mientras que otro, comiendo solamente una, o aun seis onzas, se siente satisfecho. Tal como se ha dicho anteriormente, lo que nos han transmitido como regla para observar la continencia es solamente esto: que no nos dejemos engañar por la saciedad del estómago, ni nos dejemos arrastrar por el placer de la gula. En efecto, no solamente la variada calidad de los alimentos, sino también las distintas cantidades de los mismos, pueden encender en nosotros las flechas inflamadas de la fornicación. Más aún: no es solamente la ebriedad del vino la que embriaga nuestra mente, sino que incluso la saciedad del agua o el exceso de cualquier comida la tornan aturdida y somnolienta. El motivo que produjo la destrucción de los sodomitas, no fue la ebriedad producida por el vino o por los variados alimentos, sino por la saciedad del pan, tal como dice el profeta.
La debilidad del cuerpo no nos impide alcanzar la pureza del corazón, si no ofrecemos a nuestro cuerpo otra cosa que lo que la debilidad nos pide, y no lo que exige el placer. Debemos utilizar alimentos tanto cuanto es necesario para mantenernos con vida, no lo que nos induce a servir a los impulsos de la concupiscencia. Una toma moderada de alimentos, según nuestro razonamiento, contribuye a la salud del cuerpo y no quita nada a la santidad. La regla de continencia y la norma exacta que nos transmitieron los Padres, es la siguiente: el que tome un alimento cualquiera, deberá detenerse cuando aún tiene apetito, sin esperar la saciedad. Cuando el Apóstol nos dice que no debemos preocuparnos de la carne para satisfacer nuestra concupiscencia (Rm. 13, 14), no trata de prohibirnos lo necesario para mantenernos con vida, sino que intenta prohibir un tratamiento que nos induzca a la voluptuosidad.
Además, para lograr una pureza perfecta del alma, no es suficiente con abstenerse de alimentos, sino que otras virtudes son necesarias. Mucho beneficia a la humildad la obediencia en el trabajo y la fatiga del cuerpo, así como beneficia el mantenerse lejos del amor por el dinero, lo que no significa sólo no tener dinero, sino también evitar desearlo ansiosamente: esto es lo que guía al alma realmente a la pureza. El abstenerse de la cólera, de la tristeza, de la vanagloria, de la soberbia, son todas cosas que producen la pureza global del alma. En cuanto a esa particular pureza del alma, fruto de la templanza, la misma se obtiene con la continencia y con el ayuno. Porque es imposible luchar en nuestra mente con el espíritu de la fornicación, teniendo el estómago lleno. Por lo tanto, nuestra primera lucha será por lograr la continencia del estómago y el doblegamiento de nuestro cuerpo, no solamente mediante nuestro ayuno, sino también velando con la fatiga, la lectura y con el recogimiento de nuestro corazón, temerosos de la gehena y deseosos de acceder al Reino de los Cielos.

EL ESPIRITU DE LA FORNICACION

Nuestra segunda lucha es contra el espíritu de la fornicación y de la concupiscencia de la carne, que, desde la más temprana edad del hombre, empiezan a atormentarlo. Ésta es una gran lucha, ardua y doble, porque mientras los otros vicios declaran una guerra. al alma, solamente éste se presenta bajo una doble forma que acecha al alma y al cuerpo: por tanto la batalla es doble. El solo ayuno del cuerpo no es suficiente para adquirir la perfecta templanza y la verdadera castidad, si no hay también contricción del corazón, una perseverante oración a Dios, una asidua meditación de las Escrituras, una dura fatiga y trabajo manual: estas cosas tienen el poder de contrarrestar los impulsos inquietos del alma, apartándola de turbias fantasías. Sin embargo, lo que más beneficia es la humildad del alma, sin la cual no se puede salir ni de la fornicación ni de las otras pasiones.
Por lo tanto, es fundamental ser vigilantes y apartar nuestro corazón de los pensamientos sórdidos. Pues es del corazón, según la Palabra del Señor, de donde provienen los malos razonamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, y cosas de la calle. Y el ayuno nos ha sido prescrito, no solamente para tratar duramente al cuerpo, sino para ayudar a la sobriedad del intelecto, para que éste no se oscurezca por el exceso de alimento y no pierda su fuerza en la vigilancia de sus pensamientos. Debemos ser solícitos, pues, no sólo en el ayuno corporal, sino que debemos prestar atención a nuestros pensamientos y ejercer la meditación espiritual: sin todo esto, es imposible llegar a la cima de la verdadera castidad y pureza. Es pues necesario -como dice el Señor - que purifiquemos antes la parte interior del vaso y del plato, para que se torne puro también su exterior (Mt. 23, 26). Así es como, si nos preocupamos -como dice el Apóstol - por luchar según las reglas para recibir la corona, no presumamos de haber vencido al espíritu impuro de la fornicación con nuestra capacidad y ascesis: la ayuda de Dios nuestro Señor es invalorable. El hombre no cesa de estar en lucha con este espíritu, hasta que no cree en verdad que no es por su prisa ni por su fatiga, sino por la protección y la ayuda de Dios, que nos alejamos de este vicio y accedemos a la cima de la castidad. Se trata, de hecho de una cosa que supera a la naturaleza, y aquel que pisotea los estímulos de la carne y sus voluptuosidades, se sale de alguna manera de su cuerpo.
Por este motivo es imposible que el hombre vuele, por así decirlo, con alas propias hacia ese excelso y celeste premio de santidad, y se torne en imitador de los ángeles, a menos que la gracia de Dios lo eleve de la tierra y del fango. Los hombres, atados a la carne, con ninguna otra virtud imitan mejor a los ángeles, seres espirituales, que con la virtud de la templanza. Se debe a ella que, mientras aún están y viven sobre la Tierra, los hombres tienen su Ciudadanía en los Cielos, como dice el Apóstol.
La demostración de la perfecta posesión de esta virtud ocurre cuando el alma, durante el sueño, no atiende a alguna imagen de turbia fantasía. En efecto, aunque este tipo de actitud no es considerada como pecado, es síntoma de que el alma se encuentra enferma y no se ha alejado de la pasión. Y por esto debemos creer que las turbias fantasías que nos aquejan durante el sueño, denotan el descuido precedente y la enfermedad que está en nosotros; porque la enfermedad escondida en las zonas recónditas de nuestra alma, se torna manifiesta al sobrevenir el flujo durante el relajamiento del sueño. Y así es como el médico de nuestras almas ha colocado el fármaco en las zonas más recónditas de la misma: porque conocía las causas de la dolencia.
Nos dice: El que mira a una mujer para desearla, ya ha cometido con ella adulterio en su corazón (Mt. 5, 28). Y con esto no está corrigiendo los ojos curiosos y malvados, sino más bien al alma que está adentro y que usa malamente sus ojos, recibidos de Dios para el bien. También por este motivo el sabio proverbio no nos dice que pongamos toda nuestra vigilancia en custodiar nuestros ojos, sino que dice: pon toda tu vigilancia en custodiar tu corazón (Pr. 4, 23), aplicando a éste el cuidado de la vigilancia, pues es el corazón el que se servirá luego de los ojos para lo que realmente desea.
Custodiaremos, pues, así nuestro corazón, cuando, por ejemplo, se forma en nuestra mente la imagen de una mujer, producida por la astucia diabólica, aunque se trate de nuestra madre, o de una hermana o de cualquier otra mujer pía, ahuyentémosla de nuestro corazón enseguida, para que no suceda que, si nos entretenemos mucho en tal memoria, el Seductor que nos empuja hacia el mal, a partir de estas imágenes, haga a posteriori resbalar y precipitar nuestra mente en pensamientos turbios y perniciosos. El mandamiento mismo que Dios había dado al primer hombre ordenaba cuidarse de la cabeza de la serpiente, es decir, de la primera aparición de los pensamientos peligrosos, mediante los cuales trata de meterse dentro de nuestras almas. Si acogemos su cabeza, es decir, el primer estímulo del pensamiento, terminaremos por aceptar el resto del cuerpo de la serpiente, esto es, daremos nuestro consentimiento al placer. Y después de esto, el llevará nuestra mente a realizar la acción ilícita.
Nos conviene, sin embargo, como está escrito, matar cada mañana todos los pecadores de la tierra (Sal. 100, 8), es decir, discernir con la luz del conocimiento y destruir los pensamientos pecadores en la tierra de nuestro corazón, como enseña el Señor, y cuando los hijos de Babilonia, es decir, los malos pensamientos, son aún niños, hay que abatirlos y deshacerlos contra la piedra que es Cristo. Porque si, gracias a nuestra indulgencia, se convierten en adultos, no podrán ser vencidos sin grandes gemidos y fatiga.
Y además de lo dicho por las Sagradas Escrituras, es bueno recordar lo dicho por los santos Padres. Nos dice san Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia: "Aunque no conozca mujer, no soy virgen. A tal punto sabía que el don de la virginidad no se consigue mediante la simple abstención corporal de la mujer, sino por la santidad y pureza del alma que suele actuar en el temor de Dios. Y los santos Padres dicen también que no podemos adquirir perfectamente la virtud de la castidad, si antes no poseemos en nuestro corazón la verdadera humildad, ni nos hacemos dignos del verdadero conocimiento hasta tanto la pasión de la fornicación no sea arrinconada en un lugar recóndito de nuestra alma.
Para demostrar la obra de la templanza, recordaremos alguna expresión alusiva dicha por el Apóstol, y con esto terminaremos nuestro discurso: Buscad la paz con todo, sin la cual nadie verá al Señor (Hb. 12, 14). Y es claro que habla de esto cuando agrega: Ningún fornicador o contaminado como Esaú (Hb. 12, 16), etc... Justamente porque la obra de la santificación es celestial y angélica, combate a los pesados ataques de los adversarios. Y por esto debemos ejercitarnos no solamente en la continencia del cuerpo, si no también en la contrición de nuestro corazón y en continuas postraciones con gemidos: de este modo apagaremos, con el rocío de la presencia del Espíritu Santo, las brasas de nuestra carne, que el rey de Babilonia enciende cada día, excitando nuestra concupiscencia.
Además de todo esto, el arma más poderosa que nos ha sido dada para la batalla es la vigilia según Dios. Así como la custodia durante el día prepara la santidad de la noche. así la vigilia nocturna según Dios, predispone el alma a la pureza durante el día.

EL AMOR POR EL DINERO

La tercera batalla es contra el espíritu del amor por el dinero, espíritu que es extraño a la naturaleza, y que en el monje tiene su origen en la falta de fe. Es así como los impulsos de las otras pasiones, es decir, de la ira y de la concupiscencia, parecen partir del cuerpo mismo, y de alguna manera, su principio está en la naturaleza misma: por este motivo son vencidos después de mucho tiempo. Sin embargo, el mal del amor por el dinero viene desde lo externo, y puede ser eliminado fácilmente si estamos atentos y solícitos. Pero si se lo descuida, se convierte en una pasión más letal que las otras, y difícil de sacar. Es, como dice el Apóstol, la raíz de todos los males.
Observemos cómo las actitudes naturales del cuerpo se pueden notar no solamente en los niños que aun no tienen conocimiento del bien y del mal, sino también en los niños más pequeños, aun lactantes, en los cuales no hay trazas de voluptuosidad y que, sin embargo, muestran en su carne, sus actitudes naturales. Del mismo modo, podemos ver en los niños la reacción de la ira, cuando los vemos excitados contra el que los ha entristecido. Y todo esto no lo digo por acusar a la naturaleza de ser causa de pecado -nunca se sabe - sino que lo digo para demostrar cómo la ira y la concupiscencia, que el Creador había unido al hombre para bien, parecen de alguna manera -a causa de la negligencia - ir contra la naturaleza, a partir de lo que es simplemente parte de la naturaleza del cuerpo. El movimiento del cuerpo fue dado por el Creador al hombre no para la fornicación, sino para la generación de sus hijos y la supervivencia de la especie. Y la reacción de la ira fue sembrada en nosotros para nuestra salvación, para que la accionáramos contra el mal, no para convertirnos en simples bestias contra el que pertenece a nuestra misma estirpe.
No es la naturaleza la pecadora, aunque hagamos un mal uso de nuestras potencias; tampoco deberemos acusar a quien nos ha plasmado; como tampoco al que nos ha dado el hierro para sus usos necesarios y ventajosos, si el que luego lo toma se sirve de él para matar. Hemos dicho todo esto para demostrar cómo el origen de la pasión por el amor al dinero no deriva de un movimiento natural, sino de una voluntad pésima y corrupta.
Este mal, cuando encuentra el alma tibia e incrédula, encontrándose ésta al principio de su alejamiento del mundo, le sugiere pretextos aparentemente razonables para retener alguna cosa más de lo que posee. Le hace imaginar al monje una larga vejez y enfermedades físicas, haciéndole calcular que lo que el convento podrá ofrecerle no será suficiente como para proporcionarle algún consuelo, no solamente a quien esté enfermo, sino a quien esté sano, e incluso que no le será posible obtener ninguno de esos cuidados que es justo administrar a los enfermos, sino que resultará en un abandono total, por lo que si no se ha puesto de lado algún dinerillo, allí se morirá como un miserable.
Finalmente, sugiere que ni siquiera es posible permanecer por largo tiempo en el monasterio, debido a la pesadez de los trabajos y a la severidad del superior. Cuando el mal haya seducido con estos pensamientos la mente, para hacerle retener por lo menos un dinerillo, convencerá al monje de la necesidad de aprender, a escondidas del abad, un trabajo manual con el cual aumentar el dinero por el que se preocupa. Y finalmente, con oscuras esperanzas, desvía al desventurado, haciéndolo pensar en una ganancia proveniente de su trabajo, y en el alivio y en la seguridad que de ello se desprende. Y así, luego de haberse entregado por entero al pensamiento de la ganancia, no medita en nada de lo equivocado: ni en la locura de la ira, cuando sufre por algún perjuicio, ni en la tiniebla de la tristeza en la que cae si pierde la posibilidad de obtener alguna ganancia. Así como para otros el estómago es dios, así el oro es el dios para éste. Por tanto, el bienaventurado Apóstol, conociendo todo esto, ha denominado a esta pasión no solamente la raíz de todos los males, sino también "idolatría." Consideremos pues a cuánta malicia este mal induce al hombre, que logra arrastrarlo incluso hasta la idolatría. De hecho, el que ama el dinero, ha apartado su intelecto del amor a Dios, y lo deposita en los ídolos del hombre esculpidos en oro.
Ante todos estos pensamientos, el cristiano se halla obnubilado, empeora cada vez más, y se aparta de la obediencia: además se irrita, se indigna contra todo aquello que cree no merecer, murmura por el trabajo que debe hacer, contradice, y puesto que ya no observa ningún sentido de respeto, se dirige como un caballo salvaje hacia el precipicio. No se conforma siquiera con el alimento cotidiano que recibe; por el contrario, asegura que no puede soportar más. Afirma que Dios no se encuentra solamente allí, que su salvación no está radicada allí, y que si no abandona el monasterio, se pierde. Y así, teniendo como colaborador de estos pensamientos corruptos al dinero que ha apartado, y gracias a éste, sintiéndose liviano como si tuviera alas, empieza a considerar salir del monasterio, para terminar sintiendo soberbia y aspereza hacia todo lo que ha profesado, como un forastero, un extranjero; y si ve en el monasterio algo que necesita ser corregido, lo descuida, lo desprecia, y critica todo lo que se hace. Luego, busca cualquier pretexto para encolerizarse o entristecerse, a fin de no parecer una persona ligera, que se va del monasterio por cualquier motivo. Y si, con insinuaciones y palabras vanas, puede engañar a alguien y hacerlo salir del monasterio, no se detiene ni siquiera frente a esto, pues quiere asociarlo en su caída.
Así, el que ama el dinero, encendido por el fuego de sus propias riquezas, no podrá nunca tener paz en el monasterio, ni vivir aceptando una regla. Y cuando el Demonio, como un lobo, lo secuestra y lo aparta del rebaño, lo deja para que sea devorado. Entonces, lo empuja a hacer en su celda aquellos trabajos que en el convento descuidaba y no hacía en las horas establecidas. Y no le permite observar ni las oraciones habituales, ni la costumbre del ayuno, ni el canon de la vigilia, pues, luego de haberlo unido indisolublemente al amor por el dinero, lo convence para que ponga todo su empeño en el trabajo manual.
Tres son las formas bajo las cuales se presenta esta enfermedad, y todas están igualmente prohibidas por las Sagradas Escrituras y por las doctrinas de los Padres. Una de ellas induce a que estos míseros posean y acumulen lo que ni siquiera tenían cuando vivían en el mundo. La otra hace que aquel que, de una vez por todas, había abandonado las riquezas, se arrepienta, y le sugiere tratar de recuperar lo que había ofrecido a Dios; la tercera, luego ole haber atado al cristiano con la falta de fe y la tibieza, no le permite deshacerse del todo de las cosas del mundo: le insinúa el temor al hambre y la falta de fe en la Providencia, haciéndole transgredir las promesas hechas cuando hubo dejado su vida anterior.
De las tres formas de este mal encontramos ejemplos, como se ha dicho, ya condenados en las Sagradas Escrituras. Guejazí, por ejemplo, queriendo adquirir para sí mismo riquezas que antes no poseía, perdió la gracia profética que el maestro quería dejarle en herencia. Más bien, en lugar de heredar bendiciones, heredo una lepra perpetua, a causa de las maldiciones del profeta.
Y Judas, queriendo obtener el dinero que en un primer momento rechazó para seguir a Cristo, no sólo se alejó del coro de los Apóstoles por haber traicionado al Señor, si no que destruyó su vida física con una muerte violenta. Ananías y Safira, por haber conservado algo de lo que ya poseían, fueron castigados con la muerte, mediante sentencia apostólica. Y el gran Moisés, el del Deuteronomio, místicamente exhorta a aquellos que prometen dejar el mundo y que, debido al temor infundido por la falta de fe, permanecen apegados a las cosas terrenas: Si alguno se encuentra temeroso y tiene miedo en su corazón, que vuelva a su casa, para que no induzca al temor el corazón de sus hermanos (Dt. 20, 8).
¿Hay algo más seguro y claro que este testimonio? ¿No aprenderemos, pues, de estas cosas, nosotros que hemos dejado el mundo, renunciando perfectamente a todo y saliendo victoriosos de la batalla, antes que atender a un principio ya blando y débil que termina por apartar a los otros de la perfección evangélica e inducirlos al miedo? Hay algunos que interpretan mal lo que las Escrituras dicen bien: Hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch. 20, 35), y se esfuerzan por alterar el sentido de lo que se dice, engañándose a sí mismos, y siguiendo su propia pasión por el dinero. Hacen lo mismo con las enseñanzas del Señor: Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees, dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme (Mt. 19, 21): en realidad, consideran que mejor que ser pobre es disponer de la propia riqueza y acudir a la propia abundancia para dar a los pobres. Deberán éstos saber que no se han apartado aún del mundo ni han entrado en la perfección monástica, mientras se avergüencen de aceptar en nombre de Cristo la pobreza del Apóstol, sirviendo a sí mismos y a los necesitados con el trabajo de sus propias manos, para llevar a cabo con hechos la profesión monástica y ser glorificados con el Apóstol. Luego de haber dispersado su antigua riqueza, que combatan junto con Pablo la buena batalla, en el hambre y en la sed, en el frío y en la desnudez El Apóstol mismo, si hubiera sabido que conservar su antigua riqueza es más necesario para la perfección, no hubiera despreciado su propia dignidad, dado que afirma que, es por nacimiento de distinta condición y de ciudadanía romana. Y aquella gente de Jerusalén, que vendía sus propias casas y sus propios campos y ponía lo recaudado a los pies de los apóstoles, no lo hubiera hecho si considerase que era más feliz al nutrirse con sus propias riquezas antes que con su propia fatiga o con las ofertas de los gentiles. Y el mismo Apóstol nos habla muy claramente a propósito de aquellos cuando, escribiendo a los romanos, dice: Ahora voy a Jerusalén para el servicio de los santos, por que Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una colecta en favor de los pobres de entre los santos de Jerusalén (Rm. 15, 25-26).
Y él mismo, tantas veces sometido a cadenas y prisiones, a la molestia de los viajes y por esto impedido, como es obvio, de proveerse con sus propias manos, nos enseña cómo, ante estas necesidades, fue socorrido por los hermanos venidos desde Macedonia, y nos dice: Y de hecho los hermanos provenientes de Macedonia proveyeron a mis necesidades (2 Co. 11, 9). Y a los filipenses escribe: Lo sabéis también vosotros, oh filipenses, que... al salir de Macedonia, ninguna iglesia tuvo que ver conmigo en materia de dar y tener, a no ser por vosotros solamente. Porque también en Tesalónica y una o dos veces más, me habéis mandado de lo que tenía necesidad (Flp. 4, 15 ss). Por lo tanto, a juicio de quien ama el dinero, ¡aquellos serán más amados por el Apóstol, pues le han provisto en sus necesidades con sus propios haberes! Esperemos que nadie llegará a tal extremo de locura como para osar afirmar esto.
Si queremos, pues, obedecer el mandamiento evangélico y a toda aquella Iglesia que desde el principio ha tenido su fundamento en los Apóstoles, no atendamos a nuestras ideas personales ni entendamos malamente lo que ha sido bien dicho. Más bien rechacemos nuestro sentimiento tibio e incrédulo y recibamos los Evangelios rigurosamente. Porque así podremos seguir los pasos de los santos Padres y no faltar a la disciplina del convento. Sólo así podremos renunciar verdaderamente a este mundo. Es bueno llegados a este punto, recordar las palabras de un santo. Se trata de lo que san Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia, dijo a un senador que había renunciado al mundo, pero con tibieza, y que retenía aún algo de sus propias riquezas. "Has destruido al senador y no has sido el cristiano."
Es necesario que pongamos todo nuestro celo en eliminar de nuestra alma la raíz de todos los males que es el amor por el dinero, porque sabemos con toda certeza que, si permanece la raíz, las ramas brotarán sin dificultad. No es fácil practicar esta virtud si no permanecemos en el convento; efectivamente, allí nada nos preocupa con relación a las exigencias más absolutas. Si tenemos bien presente las condenas de Ananías y de Safira, temblaremos al pensar que retendremos algo de lo que un tiempo poseíamos. Del mismo modo, temerosos frente al ejemplo de Guejazí, quien contrajo una lepra perpetua por su amor al dinero, guardémonos de acumular riquezas que ni siquiera en el mundo poseíamos. Y si pensamos en Judas, quien termina ahorcado, temblemos ante la idea de retomar lo que con nuestra renuncia habíamos despreciado.
Y continuamente deberemos tener ante nuestros ojos el incierto momento de la muerte, para que el Señor nuestro no se nos acerque cuando no lo esperamos y encuentre nuestra conciencia manchada por el amor al dinero. Él nos dirá, entonces, lo que en el Evangelio dijo al rico: ¡Necio!, esta noche misma te será pedida tu alma; lo que has preparado, ¿para quién será? (Lc. 12, 20).

LA IRA

Nuestra cuarta lucha es contra el espíritu de la ira. Es necesario que, junto con Dios, eliminemos desde lo más profundo de nuestra alma este veneno mortífero. Porque mientras se encuentre instalado en nuestro corazón y enceguezca los ojos de éste con tenebrosas tinieblas, no podremos ni adquirir el discernimiento necesario, ni alcanzar el conocimiento espiritual, ni poseer una buena voluntad total, ni convertirnos en partícipes de la verdadera vida. Y nuestro intelecto no será capaz de recibir la contemplación de la luz divina y veraz. Pues está escrito: Mi ojo fue alterado por el furor (Sal. 6, 7). Ni tampoco participaremos de la divina sabiduría, aunque todos nos consideren como sumamente sabios por nuestras ideas, pues se ha dicho: El enojo reside en el corazón de los necios (Qo. 7, 9). Y no podremos siquiera adquirir los saludables consejos del discernimiento, aunque fuésemos considerados por todos personas prudentes, ya que se ha escrito: La ira pierde también a los prudentes (Pr. 15, 1). Y ni siquiera tendremos la fuerza de prestar atención y tratar de dejarnos gobernar por la justicia con corazón sobrio, pues: La ira del hombre no obra la justicia de Dios (St. 1, 20). Finalmente, no podremos tener aquel comportamiento y aquel decoro que todos alaban, pues está escrito: El hombre colérico está privado de decoro (Pr. 11, 25).
El que quiera acceder a la perfección y desee combatir según las reglas en la lucha espiritual, no deberá ceder ante la cólera y el furor. Deberá escuchar lo que le ordena el vaso de elección: Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad desaparezca de entre vosotros (Ef. 4, 31). Y si dice "toda," significa que no se nos deja ningún pretexto para enfurecemos, como si hubiera alguna necesidad o razón para hacerlo. El que quiera corregir a algún hermano caído en una transgresión, o quiera castigarlo, que tenga cuidado respecto a sí mismo, liberándose de toda turbación, para que no suceda que, al querer curar a otro, atraiga sobre sí la enfermedad y recaiga sobre él aquel dicho evangélico que dice: Médico, cúrate a ti in mismo (Lc. 4, 23). Y también: ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no observas la viga que se encuentra en tu ojo? (Mt. 7, 3) Efectivamente, la reacción de la ira, al hervir dentro del alma, enceguece los ojos de la misma, no permitiéndole ver el sol de la justicia. Si nos ponemos sobre los ojos láminas, ya sean de oro o de plomo, éstas impedirán nuestra visión y, por cierto, el valor de las laminas de oro no disminuye nuestra ceguera. Y así es que, si por una causa cualquiera - razonable o irrazonable - la ira se enciende, nuestra visión es oscurecida.
De la ira nos servimos según natura solamente cuando la dirigimos en contra de los pensamientos pasionales y voluptuosos. Así nos enseña el profeta cuando dice: Temblad y no pequéis (Sal. 4, 4), es decir: Incurrid en la ira contra vuestras pasiones y contra los malos pensamientos, y no pequéis tratando de llevar a cabo lo que éstos os sugieren. Esto está sustentado por lo que se agrega: De lo que acostumbráis decir en vuestros corazones, arrepentíos en vuestros lechos (Sal. 4, 4). Esto es, cuando acuden a vuestro corazón los malos pensamientos, deberéis echarlos con ira y, luego de haberlo hecho, al encontraros en el lecho donde vuestra alma reposa, arrepentíos para convertiros. Incluso el bienaventurado Pablo habla así, sirviéndose del testimonio del profeta y agrega: No se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo (Ef. 4, 26 ss). Esto significa que el sol de justicia, Cristo, no se oculte de vuestros corazones, por haberlo indignado debido al consentimiento dado a los pensamientos malvados; no suceda que, habiéndose alejado de Cristo, el Diablo ocupe su lugar en nosotros. Respecto de este sol, Dios nos habla mediante el profeta, diciéndonos: Para vosotros, los que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos (Ml. 4, 2). Si tomamos esto al pie de la letra, significa que no podemos permitirnos conservar la ira ni siquiera hasta el momento en que el sol se pone. ¿Que decir entonces? Algunos, por la aspereza y la locura que implica este estado pasional, conservan la ira no sólo hasta el momento en que se pone el sol, sino que la mantienen por varios días, aun callando y no expresándola en palabras, y alimentan en su perjuicio el veneno del rencor con su propio silencio. Ignoran que debemos abstenernos no solamente de manifestar nuestra ira mediante nuestros actos, sino evitar que se manifieste en nuestro pensamiento, evitando que el intelecto, oscurecido por las tinieblas del rencor, se aparte de la luz del conocimiento y del discernimiento, y se vea privado del Espíritu Santo.
Y por este motivo, el Señor recomienda en los Evangelios dejar la ofrenda sobre el altar y reconciliarnos con nuestro hermano, pues no es posible que nuestra ofrenda le sea grata si se encuentran escondidos en nosotros la cólera y el rencor. E incluso el Apóstol, cuando nos pide rezar incesantemente y levantar en todo lugar nuestras manos en alabanza, sin ira ni discusiones, nos enseña justamente esto: o que no recemos nunca, sintiéndonos culpables respecto del mandamiento apostólico, o bien que seamos observantes en obedecer el mandamiento, debiendo hacerlo sin ira y sin rencores, Y sin embargo, puede suceder que, después de haber entristecido o turbado a nuestros hermanos, no demos ninguna importancia a la cosa y digamos que no fue por culpa nuestra si éstos se han entristecido, pero el médico de las almas, queriendo desterrar del corazón cualquier pretexto para el alma, no solamente nos ordena dejar la ofrenda y reconciliarnos con el hermano, si nos sucediera que nos hemos enojado con él -aun en el caso en que nuestro hermano tuviera algún motivo de tristeza respecto a nosotros, justa o injustamente -, aun así es nuestro deber cuidar de él, pidiéndole disculpas. Y sólo entonces brindaremos nuestra ofrenda.
Pero, ¿por qué insistimos tanto con los preceptos evangélicos? También de la Ley antigua nos llegan enseñanzas. Ésta, que parece tener más condescendencia que rigor, nos dice: No odies a tu hermano en tu corazón (Lv. 19, 17); y aun: Los caminos de quien guarda rencor conducen a la muerte (Pr. 12, 28).
En este caso, no solamente prohibe el pecado en los actos, sino que censura también en los pensamientos. Es conveniente, pues, para quien sigue las leyes divinas, luchar con todas sus fuerzas contra el espíritu de la ira y contra el mal escondido en nosotros, y no buscar el desierto y la soledad porque guardamos cólera contra los hombres, como si allí no hubiera nadie que nos empujara hacia la ira, y como si en la soledad fuera más fácil realizar la virtud de la paciencia. Esto significaría que queremos alejarnos de los hermanos por soberbia, rehusando acusarnos a nosotros mismos, y no queriendo atribuir a nuestro propio descuido las causas de nuestra turbación. Lo que es importante para nuestra paz y corrección, no se logra por medio de la paciencia de nuestro prójimo respecto de nosotros, sino por nuestra tolerancia respecto de nuestro prójimo. Cuando, al huir de la lucha de la paciencia, buscamos el desierto y la soledad, todas aquellas pasiones que aún no han sanado y que llevamos con nosotros, las encontraremos luego escondidas antes que eliminadas. El desierto y la soledad son, para aquellos que no se han liberado de las pasiones, una forma no solamente de conservarlas, sino también de esconderlas, no pudiendo descubrir de cuál pasión estarnos aquejados. Y lo que es peor, nos sugieren fantasías respecto de supuestas virtudes y nos convencen de haber alcanzado la perfección de la paciencia y de la humildad, ¡hasta que alguien llega a sacudir nuestra cólera, sometiéndonos a prueba! Y cuando sobreviene una ocasión cualquiera que sacuda y atormente al que se encuentra en esta situación, de inmediato las pasiones escondidas, las que no notamos anteriormente, como caballos desenfrenados, se lanzan, al galope, y nutridas por la hesichía y el ocio, arrastran aún más salvaje y violentamente a su caballero.
Las pasiones, cuando no son sometidas a prueba por parte de los hombres, se tornan aún más salvajes en nosotros. Y así, luego de haber descuidado el ejercicio y a causa de la soledad, perdemos incluso esa sombra de tolerancia y de paciencia que aparentábamos tener cuando estábamos entre nuestros hermanos. Como las bestias venenosas que habitan el desierto o sus propias madrigueras, y manifiestan su furor cuando aferran a quien se acerca, así los hombres pasionales, que se hallan en un estado de hesichía no por actitud virtuosa sino a la fuerza, es decir, debido a su soledad, vomitan su veneno cuando alcanzan a alguien que se les acerca y los provoca. Por este motivo es necesario que aquellos que buscan la perfecta humildad, pongan buen cuidado en no irritarse no sólo contra los hombres, sino tampoco contra las bestias ni los objetos inanimados. Recuerdo que cuando vivía en el desierto, me encolerizaba contra el báculo y me desahogaba contra él, ¡ya porque era grueso o porque era delgado! Otras veces, me enfurecía contra un árbol cuando, queriendo cortarlo, no lo lograba en seguida. O bien contra el pedernal, cuando, al tratar de prender el fuego, la chispa no saltaba de inmediato. La ira se encontraba en mí en un estado tal de excitación, ¡que llegaba a desahogada contra los objetos insensibles!
Si queremos alcanzar la beatitud proclamada por el Señor, debemos prohibirnos la ira no solamente en nuestros actos, como se ha dicho, sino también en nuestro pensamiento. Pues no es suficiente con dominar la lengua en un momento de cólera y controlar la salida de nuestra boca de palabras enfurecidas, sino que deberemos purificar nuestro corazón del rencor, evitando tener en nuestra mente malos pensamientos contra nuestro hermano. La doctrina evangélica nos recomienda eliminar de raíz los pecados, antes que cortar solamente sus frutos. Porque Si se elimina del corazón la raíz de la cólera, el pecado no se convertirá en odio ni envidia. El que odia a su hermano ha sido declarado homicida, tal como está escrito. Lo mata con el estado de odio que lleva en su alma; los hombres no ven la sangre del hermano derramada mediante una puñalada, pero Dios lo ve muerto en la mente y por la íntima disposición al odio del otro; y Él atribuirá a cada uno las coronas o los castigos, no solamente por las acciones, sino también por los pensamientos y determinaciones, tal como lo dice por medio de su profeta: Vengo a recoger sus obras y sus pensamientos. También el Apóstol dice: los pensamientos que mutuamente disculpan o acusan. El día en que Dios juzgue las cosas secretas de los hombres... (Rm. 2, 15 ss).
Pero el Señor mismo nos enseña en los Evangelios cómo apartar toda ira: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal (Mt. 5, 22). Éste es el texto de los manuscritos más rigurosos; la palabra, "en vano" ha sido agregada luego para indicar cuál es la voluntad de las Escrituras. El Señor nos exige que eliminemos la raíz e incluso la chispa de la ira, sin guardar en nosotros ningún pretexto para sentirla, y que no caigamos en la locura del furor irrazonable, aunque en un principio nos hayamos conmovido con razón. La mejor cura para este mal es la siguiente: que crearnos que no nos es permitido indignarnos ni por lo que es justo ni por lo que es injusto. Puesto que el espíritu de la ira obnubila la mente, no podremos encontrar ni la luz de discernimiento, ni la solidez de una voluntad firme, y el gobierno de la justicia; ni siquiera será posible que nuestra alma se convierta en el templo del Espíritu Santo, si nos domina el espíritu de la ira que nubla nuestra mente.
Concluyendo, debemos tener siempre presente la hora incierta de nuestra muerte, cuidándonos de caer en la ira. Y debemos saber que, si estamos dominados por ésta y por el odio, de nada nos servirá la templanza, el desapego de toda realidad material, los ayunos y las vigilias, sino que, por el contrario, nos encontraremos sometidos a juicio.

LA TRISTEZA

Nuestra quinta batalla es contra el espíritu de la tristeza que oscurece el alma y no le permite ninguna contemplación espiritual, impidiéndole toda obra buena. Cuando nuestro espíritu malvado aferra el alma y la obnubila, no le permite cumplir sus oraciones con buena disposición de ánimo ni perseverar en el provecho que traen las sagradas lecturas, no permite que el hombre sea humilde y tierno hacia sus hermanos, en pocas palabras, le genera odio por cualquier tipo de actividad y por la promesa misma de la vida. Quiero decir esto: la tristeza, confundiendo todas las saludables decisiones del alma, aflojando su vigor y su constancia, la vuelve estúpida y la paraliza, sostenida por el pensamiento de la desesperación. Por tanto, si estamos dispuestos a combatir la batalla espiritual y, junto a Dios, vencer a los espíritus de la malicia, deberemos custodiar nuestro corazón con toda posible vigilancia contra el espíritu de la tristeza. Así como la polilla roe el traje, y el gusano la madera, así la tristeza carcome el alma del hombre. Ésta induce a retirarse de toda buena conversación y no nos permite aceptar una buena palabra de consejo, ni siquiera de amigos sinceros, ni a su vez darles una respuesta buena o pacífica; por el contrario, envuelve toda el alma colmándola de amargura y de tedio.
También le sugiere rehuir de los hombres, como si éstos fueran culpables de su turbación. No le permite reconocer que su mal lo lleva dentro y que no le viene del exterior; se manifiesta cuando, estimulada por las tentaciones, es llevada a la superficie. Nunca un hombre causará daño a otro si no lleva en sí mismo las causas de las pasiones. Por este motivo, Dios, creador de todas las cosas y médico de las almas, Él, que es el único que conoce con precisión las heridas del alma, no nos manda abandonar nuestras relaciones con los hombres, sino que eliminemos en nosotros mismos las causas de la malicia y reconozcamos que la salud del alma no se practica por la separación nuestra de los hombres, sino cuando vivimos y nos ejercitamos junto a los virtuosos.
Cuando abandonamos a los hermanos con un pretexto cualquiera - ¡razonable, por supuesto! - no hemos eliminado las ocasiones que producen la tristeza, las hemos solamente cambiado por otras, porque el mal que se ha instalado dentro de nosotros las renueva sirviéndose incluso de objetos diversos. Por tanto, toda nuestra guerra deberá ser llevada a cabo contra nuestras pasiones íntimas. Una vez que, con la gracia y la ayuda de Dios, las hayamos echado de nuestro corazón podremos vivir fácilmente, no digo con los hombres, sino también con las bestias salvajes, según lo dicho por el bienaventurado Job: Estarán en paz contigo las bestias salvajes (Jb. 5, 23).
Antes que nada, deberemos luchar contra el espíritu de la tristeza que empuja el alma a la desesperación, a fin de echarlo de nuestro corazón. Porque es éste el espíritu que no ha permitido a Caín arrepentirse después del asesinato de su hermano, ni a Judas después de la traición al Señor. Practicaremos solamente esa tristeza que es necesaria para la conversión de nuestros pecados, unida a una buena esperanza. Y de ésta el Apóstol nos dice: La tristeza según Dios produce una conversión saludable de la que no nos arrepentiremos (2 Co. 7, 10). Porque la tristeza según Dios al nutrir al alma con la esperanza de la conversión, se halla mezclada con la alegría. Por tanto, el hombre se torna dispuesto y obediente en cada obra buena; se torna afable, humilde, manso, paciente, capaz de soportar toda buena fatiga y toda aflicción, todo lo que es según Dios. Y por esto se reconocen en el hombre los frutos del Espíritu Santo, es decir, la alegría, el amor, la paz, la paciencia, la bondad, la fe, la continencias. De la tristeza contraria reconoceremos los frutos de un espíritu malo que son: el tedio, la intolerancia, la cólera, el odio, la contradicción, la desesperación, la pereza en la oración.
De una tristeza tal, deberemos huir como de la fornicación, del amor al dinero, de la cólera y otras pasiones. Esa tristeza se cura con la oración, la esperanza en Dios, la meditación de las divinas palabras y viviendo con hombres píos.

LA ACIDIA

Nuestra sexta lucha es contra el espíritu de la acidia, que está unido al espíritu de la tristeza y con él colabora, siendo éste un terrible y pesado demonio, siempre pronto a ofrecer una batalla a los monjes. Cae sobre el monje en la hora sexta produciéndole desasosiego y escalofríos, causándole odios hacia el lugar donde se encuentra y contra los hermanos que viven con él, así como respecto de su trabajo y de la lectura misma de las Divinas Escrituras. Le insinúa también el pensamiento de cambiar de lugar y la idea de que, si no cambia y no se muda, todo será fatiga y tiempo perdido. Además de esto, le dará hambre alrededor de la hora sexta, un hambre tal como no le sucede después de tres días de ayuno, de un largo viaje o de una gran fatiga. Luego hará que surjan pensamientos varios, tales como que no podrá nunca liberarse de tal mal o de tal peso, si no sale frecuentemente visitando a tal hermano, para obtener una ventaja, se entiende, o visitando a los enfermos.
Cuando el monje no se encuentra atado por estos pensamientos, lo sumerge entonces en un sueño profundo, tornándose el sentimiento aun más violento y fuerte en contra de él, y no podrá ser ahuyentado si no es por medio de la oración, evadiendo el ocio, con la meditación de las divinas palabras y con la resistencia a las tentaciones. Porque si este espíritu no encuentra al monje defendido por estas armas, lo golpea con sus flechas y lo torna inestable, lo agita, lo torna indolente y ocioso, induciéndolo a recorrer varios monasterios, no preocupándose, no buscando otra cosa más que lugares donde se coma y se beba bien. Porque la mente del acidioso no piensa más que en esto o en la excitación que proviene de estas cosas. Y llegado a este punto, el demonio lo envuelve en asuntos mundanos, y poco a poco lo engancha mediante estas peligrosas ocupaciones, hasta que el monje rechaza del todo su profesión monástica.
El divino Apóstol, sabiendo cuán pesado es este mal, y queriendo, cual médico sabio, erradicarlo completamente de nuestras almas, nos muestra sobre todo las causas que lo originaron y nos habla así: Os rogamos hermanos, en el nombre del Señor nuestro Jesucristo, manteneros alejados de todo hermano que no cambie por la disciplina y siguiendo la tradición que habéis recibido de nosotros. Vosotros sabéis cómo imitarnos, puesto que no nos hemos portado desordenadamente entre vosotros: no hemos comido gratuitamente el pan de nadie, sino que hemos trabajado día y noche con fatiga y afán para no ser una carga para vosotros; no porque tuviésemos potestades para no trabajar, sino con el fin de darles un modelo a imitar. Cuando estuvimos entre ustedes les pedimos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Sentimos que algunos de entre vosotros caminan indisciplinadamente, sin hacer nada, pero inmiscuyéndose en todo. A éstos nos dirigimos y les recomendamos en Cristo Jesús que coman de su pan, trabajando con tranquilidad (2 Ts. 3, 6-12).
Sabemos con cuanta sabiduría el Apóstol nos muestra las causas del tedio. Llama "sin disciplina" a los que no trabajan; pone en evidencia con esta sola palabra una gran malicia, porque el que lo hace no teme a Dios, no considera a su hermano al hablar y es presto al insulto: es decir, no sabe estar en paz y es esclavo del tedio. El Apóstol nos ordena mantenernos alejados de tales personas, es decir, separarnos como de un mal contagioso. Y no según la tradición que han recibido de nosotros (2 Ts. 3, 6), y con esta expresión indica cómo aquellos son soberbios, discruptores y malos difusores de las tradiciones apostólicas. Aun dice: No hemos comido gratuitamente pan de nadie, sino que hemos trabajado día y noche con fatiga y afán (2 Ts. 3, 8).
El Doctor de las gentes, el heraldo del Evangelio, aquel que ha sido raptado hasta el tercer cielo, aquel que dice cómo el Señor ha establecido que aquellos que anuncian el Evangelio viven del Evangelio, trabaja de día y de noche para no ser una carga para nadie (2 Ts. 3, 8). ¿Qué haremos nosotros, que frente al trabajo nos mostramos tediosos y buscamos el reposo del cuerpo? Nosotros, a quienes no nos ha sido confiado el anuncio del Evangelio ni la preocupación de las iglesias, sino apenas el cuidado de nuestra alma. Y el Apóstol agrega: mostrando claramente el daño causado por el ocio:... sin hacer nada pero inmiscuyéndose el todo (2 Ts. 3, 11). Del ocio viene la curiosidad, de la curiosidad, la falta de disciplina y de ésta toda malicia. Pero el Apóstol nuevamente prevé una cura para éstos y agrega: A éstos recomendamos que coman de su pan trabajando con tranquilidad (2 Ts. 3, 12). Y de modo aún más impresionante, agrega: El que no quiera trabajar, que tampoco coma (2 Ts. 3, 10).
Los Santos Padres que viven en Egipto, adiestrados por estos preceptos apostólicos, no permiten a los cristianos permanecer ociosos en ningún momento, sobre todo si se trata de jóvenes. Porque saben que sometiéndose al trabajo alejan el tedio, obtienen su propia comida y ayudan a los necesitados.
Éstos no trabajan sólo para obtener su propia comida, sino para proveer a los extranjeros, a los pobres y a los presos con su propio trabajo; a causa de su propia fe, las buenas obras que hacen se convierten en un sacrificio santo, grato a Dios.
También dicen esto los Padres: "El que trabaja, no tiene a menudo más que un solo demonio a quien combatir y por el cual está oprimido, mientras que el ocioso está atormentado por miríadas de malos espíritus.
Pero es bueno agregar también una palabra del padre Moisés, hombre de probadísima virtud entre los Padres. Me refiero a una palabra que recibí de él. En un breve período transcurrido por mí en el desierto, fui atormentado por el tedio, por lo que acudí a su consejo contándole lo que me había ocurrido.
Habiéndome el tedio reducido a los extremos, logré superarlo acudiendo a san Pablo. El padre Moisés me contestó así: "Ten coraje. No te has liberado, sino que te le has entregado totalmente como esclavo. Debes saber que, puesto que has desertado, te hará una guerra aún más grave, si de ahora en adelante no te dedicas a combatirlo con celo por medio de la paciencia, de la oración y del trabajo manual.".

LA VANAGLORIA

Nuestra séptima lucha es contra el espíritu de la vanagloria. Ésta es una pasión multiforme, muy sutil, y no la reconoce ni siquiera aquel que por ella ha sido tentado. En efecto, los asaltos de las otras pasiones son mucho más manifiestos, por lo que la lucha contra ellos es más fácil pues el alma reconoce al adversario y lo rechaza enseguida mediante la resistencia y la oración. Pero la malicia de la vanagloria, justamente por ser multiforme es difícil de ser distinguida. En cualquier ocupación, usando la voz y la palabra o aun callando, en el trabajo o en la vigilia, en los ayunos o en la oración, en la lectura, en la hesichía, en la paciencia; en todo esto trata de abatir con sus flechas al soldado de Cristo. A quien la vanagloria no logra seducir con el lujo de los vestidos, trata de tentarlo por medio de una prenda vil. Y al que no puede agrandar con honores, lo induce a la tontería, haciéndole soportar cualquier cosa que parezca un deshonor. Al que no puede ser persuadido a vanagloriarse con la sabiduría de los discursos, lo atrapa con el lazo de la hesichía, como si se hubiera dedicado al recogimiento. Al que no puede convencer con la suntuosidad de los alimentos, lo debilita con el ayuno para que obtenga alabanzas.
En una palabra, cualquier trabajo, cualquier ocupación brinda a este pésimo demonio una ocasión para promover batalla. ¡Y además de esto, sugiere también fantasías de ordenaciones clericales! Recuerdo a un cierto anciano, cuando vivía en Escete, quien al dirigirse a visitar a un hermano en su celda, acercándose a su puerta, sintió que éste estaba hablando. El anciano, pensando que estaba meditando las Sagradas Escrituras, se detuvo a escuchar. Y oyó que aquel, tornándose insensato por la vanagloria, ¡se imaginaba haber sido ordenado diácono, y que estaba despidiendo a los catecúmenos! Oyendo esto, el anciano empujó la puerta y entró. El hermano se adelantó y se arrodilló según la usanza, tratando de saber si el anciano había estado un buen tiempo detrás de la puerta. Pero el anciano le contestó sonriendo: Llegué cuanto tú estabas despidiendo a los catecúmenos." Ante estas palabras, el hermano cayó a los pies del anciano, suplicándole que rogara por él, a fin de ser liberado de este engaño.
He recordado este hecho para demostrar a qué grado de insensatez este demonio conduce al hombre. El que quiera combatirlo con perfección, y llevar firmemente la corona de la justicia, usará de todo su celo para vencer a este demonio polimorfo. Y que tenga siempre bien presente lo dicho por David: El Señor ha dispersado los huesos de aquellos que gustan a los hombres (Sal. 52, 5). Y que no haga nada mirando a su alrededor, con el fin de obtener las alabanzas de los hombres. Que busque solamente la merced que viene de Dios; que siempre rechace aquellos pensamientos de autoelogio que provienen de su corazón, que se anule frente a Dios, y podrá así, con su ayuda, liberarse del espíritu de la vanagloria.

LA SOBERBIA

La octava lucha es contra el espíritu de la soberbia. Es un espíritu terrible el más salvaje de todos los precedentes. Combate sobre todo a los perfectos, y trata de derrocar, sobre todo, a aquello, que han alcanzado el ápice de la virtud. Como un morbo contagioso y pernicioso, no destruye solamente una parte del cuerpo, sino el cuerpo entero; así, la soberbia no destruye solamente una parte del alma sino el alma entera. Cada una de las otras pasiones, aun turbando el alma, combate a la sola virtud que se le opone, y solamente ésta se esfuerza en vencerla. Por tal motivo, oscurece solamente en parte al alma y la turba. Pero la pasión de la soberbia oscurece el alma toda y la arrastra a una caída extrema.
Para entender mejor cuanto se ha dicho, observemos lo siguiente: la gula se esfuerza por corromper la continencia; la fornicación tiende a corromper la templanza; el amor por el dinero está en contra de la pobreza; la cólera, contra la humildad; así, cada uno de los distintos vicios trata de corromper la virtud opuesta. Pero el vicio de la soberbia, cuando domina al alma mísera, como un tirano feroz que ha ocupado una grande y excelsa ciudad, la abate completamente desde sus cimientos.
Testimonio de todo esto es aquel mismo ángel que cayó del cielo por causa de su soberbia: creado por Dios y adornado de toda virtud y sabiduría, no quiso atribuir todos sus dones a la gracia del Soberano, sino a su propia naturaleza. Y hasta llegó a concebir la idea de ser igual a Dios. Y el Profeta, confrontando este pensamiento, le dijo: Has dicho en tu corazón: Me sentaré sobre la excelsa montaña, pondré mi trono entre las nubes y seré parecido al Altísimo. ¡Pero eres hombre y no Dios! E incluso otro profeta dijo: "¿De qué te alabas en tu malicia, oh poderoso? (Sal. 51, 1), y continúa el salmo. Conociendo esto, temamos y pongamos toda vigilancia en custodiar nuestro corazón del letal espíritu de la soberbia, recordándonos siempre a nosotros mismos, cuando ejercemos alguna virtud, lo dicho por el Apóstol: No yo, sino la gracia de Dios que está conmigo (1 Col. 15, 10); y lo que dice el Señor: Sin mí no podréis hacer nada (Jn. 15, 5), y cuanto ha sido dicho por el Profeta: Si el Señor no constituye la casa, vano es el trabajo de los constructores (Sal. 126, 1); y aun esta palabra: No de quien quiere ni de quien corre, sino de Dios que hace misericordia (Rm. 9, 16). Puesto que si alguno fuera ardiente en su celo, solícito en su determinación, aun así, revestido de carne y sangre como lo es, no podrá alcanzar la perfección si no es por la misericordia de Cristo y de su gracia. Dice Santiago: Todo regalo bueno... viene de lo alto (St. 1, 17). Y el apóstol Pablo: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te alabas como si no lo hubieras recibido? (1 Col 4, 7), exaltándote como por cosas de tu pertenencia.
De que la salvación nos provenga de la gracia y de la misericordia de Dios, es veraz testimonio aquel ladrón, que adquirió el Reino de los Cielos no ciertamente como recompensa por sus virtudes, sino por la gracia y la misericordia de Dios.
Nuestros Padres, que bien conocen todo esto, nos han trasmitido con unívoca sentencia que no se puede alcanzar de otro modo la perfección de la virtud si no es mediante la humildad, y ésta es habitualmente generada por la fe, por el temor de Dios y la perfecta pobreza: cosas gracias a las cuales se origina el amor perfecto. Por la gracia y por el amor de nuestro Señor Jesucristo a los hombre, a Él la gloria de los siglos. Amén.

La Filokalia

Marcos, El Asceta

Nuestro santo padre Marcos el Asceta floreció alrededor del año 430. Fue discípulo de san Juan Crisóstomo, según Nicéforo Calixto, volumen II, libro 14, cap. 53, siendo contemporáneo de san Nilo y de Isidoro Pelusiota, famosísimos ascetas. Hombre laborioso y dedicado a la meditación do las Sagradas Escrituras, compuso muchos discursos llenos de todo tipo de instrucciones y de utilidad. Nicéforo Calixto menciona treinta y dos de ellos, actualmente perdidos, que enseñan todos los caminos de la vida ascética. Se han salvado solamente ocho de sus discursos, distintos de aquellos recordados. Éstos son mencionados por Calixto, y el crítico Focio, en el código 200, pág. 286. De éstos, se incluyó aquí el primero, concerniente a la ley espiritual, y el tercero, concerniente a aquellos que creen poder ser justificados por sus obras. Estos discursos son subdivididos en capítulos, el octavo de los cuales está dirigido al monje Nicolás.
Estos capítulos son más útiles que los otros y todos concernientes a las leyes espirituales.
Los escritos de Marcos han sido también recordados por el santo mártir Pedro de Damasco, por san Gregorio de Tesalónica, por Gregorio el Sinaíta, por el santísimo patriarca Calixto, por Pablo Everghetinos y por muchos otros padres. El haberlo leído, nos inducen a leerlo también.
También la santa Iglesia de Cristo honra a Marcos recordándolo el 5 de Marzo, y proclamando sus luchas ascéticas, su sabiduría en los discursos y la gracia de los milagros que le fuera concedida desde lo alto.
Poco se sabe de él, sin embargo. Parecería que fue contemporáneo de Nilo de Ancira y como él, discípulo de Juan Crisóstomo, y que fue nombrado abad de un monasterio de Ancira, antes de retirarse a la vida eremítica en Palestina.

La Ley Espiritual

Puesto que habéis expresado más de una vez el deseo de saber cómo es la ley espiritual según el Apóstol, y cuál es el conocimiento y la actividad de aquellos que la quieren cumplir, os diremos lo que está dentro de nuestras posibilidades.
Primero: sabemos que Dios es el principio, el centro y el fin de todo bien. Y el bien es imposible de ser obrado o creído, fuera de Cristo Jesús o del Espíritu Santo.
Cada bien es un don del Señor, conforme a su voluntad. El que crea en esto, no lo perderá.
La fe firme es una torre fuerte. Y Cristo es todo para aquel que cree.
Que aquel que se halla al principio de todo bien, esté al principio de cada uno de tus propósitos, de tal modo que lo que debas hacer, se haga según Dios.
El que actúa con humildad y tiene una actividad espiritual, cuando lee las Sagradas Escrituras, relaciona todo consigo mismo y no con los demás.
Suplica a Dios para que abra los ojos de tu corazón y puedas ver cuánto se obtiene con la plegaria y con la lectura entendida en base a la experiencia.
El que tiene algún carisma espiritual y siente compasión por los que no lo tienen, guarda este don gracias a esta compasión. El que es vanidoso lo perderá, debido a los golpes que los pensamientos de vanidad imparten.
La boca del que tiene sentimientos humildes, habla con la verdad; el que contradice la verdad se asemeja a aquel siervo que golpeó al Señor en la mejilla.
No seas discípulo de quien se alaba a si mismo, para que no seas aprendiz de la soberbia en lugar de ser humilde.
Que no se ensalce tu corazón a raíz de las reflexiones relativas a las Escrituras, a fin de que tu intelecto no caiga en manos del espíritu de la blasfemia.
No trates de resolver un asunto difícil mediante la controversia, sino mediante lo que te promete la ley espiritual, es decir, por intermedio de la paciencia, la oración y la esperanza, sin vacilaciones.
El que reza con el cuerpo sin tener todavía el conocimiento espiritual, es un ciego que grita: Hijo de David, ten piedad de mi (Lc. 18, 38).
Aquel que en un tiempo fue ciego, una vez que recuperó la vista y reconoció al Señor, lo adoró confesándolo "hijo de Dios," en lugar de "hijo de David."
No te ensalces cuando derrames lágrimas durante la oración: es Cristo el que ha tocado tus ojos y tú has vuelto a adquirir la vista espiritual.
El que, a imitación del ciego, se ha sacado su manto y se ha acercado al Señor, se convierte en su seguidor y en heraldo de los dones más perfectos.
La malicia, ejercitada mediante los pensamientos, torna insolente el corazón; cuando es eliminada, mediante la continencia y la esperanza, lo torna arrepentido.
Hay una justa y benéfica contrición del corazón que lo conduce a la compunción; existe otra, sin embargo, desordenada y nociva, que lo lleva a enojarse consigo mismo.
El velar, el orar y el soportar todo lo que sucede, son una aflicción que no perjudica al corazón, sino que constituyen una ventaja, siempre y cuando, debido a la avidez, no quebremos la cohesión que existe entre estas cosas. El que persevera en ellas, será socorrido incluso en las demás. El que las descuida y las olvida, en el momento de su muerte tendrá sufrimientos intolerables.
Un corazón que ama los placeres se convierte, a la hora de la muerte, en prisión y cadenas para el alma; el que ama la fatiga es una puerta abierta.
Un corazón duro es como una puerta de hierro que conduce a la ciudad; pero se abre automáticamente para quien se encuentra en la pena y en la aflicción, como aquella puerta lo hizo con Pedro.
Muchas son las maneras de la oración, cada una distinta de la otra; pero ninguna podrá causar daño, porque, si es oración, no es operación diabólica.
Un hombre que quería hacer el mal, primero rezó mentalmente como de costumbre e, impedido de obrarlo por voluntad divina, agradeció ampliamente al Señor.
Cuando David quiso matar a Nabal del Carmelo, al recordar la divina retribución, fue impedido de realizar su propósito y agradeció ampliamente. También sabemos lo que hizo cuando se olvidó de Dios, y cómo no deseaba desistir de ello, hasta que fue conducido al recuerdo de Dios nuevamente, por el profeta Natán.
Cuando llegue el momento en que recuerdes a Dios, abunda en oraciones, para que cuando te olvides de Él, sea el Señor el que te recuerde.
Lee las Sagradas Escrituras y trata de comprender lo que en ellas se encuentra escondido. Porque todo lo que en un tiempo fuera escrito, ha sido escrito para enseñarnos (Rm. 15, 4).
En las Escrituras la fe ha sido denominada garantía de las cosas esperadas (Hb. 11, 1), y aquellos que no reconocen en ella a Cristo, son llamados réprobos.
Así como las ideas se dan a conocer mediante las obras y las palabras, así también la retribución futura se manifiesta mediante las obras del corazón.
Un corazón piadoso obtendrá ciertamente la piedad; en caso contrario habrá de esperar las correspondientes consecuencias.
La ley de la libertad enseña toda la verdad: muchos la leen como si fuera la ciencia, pero pocos la comprenden, es decir, en la medida en que obran de acuerdo con los mandamientos.
No busques su perfección en las virtudes humanas, porque no se la encuentra en forma perfecta en ellas. Su perfección está escondida en la cruz de Cristo.
La ley de la libertad es leída como una ciencia verdadera y es comprendida poniendo en obra los mandamientos pero encuentra su plenitud en la fuerza de la misericordia de Cristo.
Cuando a conciencia nos esforcemos por actuar de acuerdo con todos los mandamientos de Dios, entonces conoceremos la ley inmaculada del Señor; sabremos cómo ésta es perseguida por nosotros mediante nuestras buenas acciones, aunque no pueda cumplirse plenamente en los hombres sin la misericordia de Dios.
Todos aquellos que no se consideran deudores respecto de cada uno de los mandamientos de Cristo, leen la ley de Dios solamente con el cuerpo sin comprender lo que dicen ni lo que dan por seguro (1 Tm. 1, 7). Es por esto que creen poder llevarla a cabo mediante las obras.
Sucede, a veces, que hay cosas que parecen buenas al ser llevadas a cabo; y sin embargo, el motivo de quien las ejecuta no tiende al bien. También hay otras que parecen malas, mientras que el motivo de quien las hace tiende al bien. Esto no sucede solamente respecto de las obras, sino también respecto de las palabras, que pueden ser dichas de la misma manera que mencionáramos anteriormente. Otros cambian las cosas por inexperiencia o por ignorancia, algunos por mala intención, otros en cambio con fines piadosos.
El que hace ostentación de alabanzas, escondiendo calumnias y críticas, no es fácilmente descubierto por los más simples. Así también es quien se vanagloria, simulando ser humilde. Todos éstos, después de haber alterado en mucho la verdad con la mentira, finalmente son alejados y confutados mediante las obras.
Existe el que hace una obra que se manifiesta buena, a fin de ser útil al prójimo; también existe aquel que obtiene una ventaja espiritual, no haciéndola.
Existe el reproche hecho por maldad y por venganza. Existe otro hecho por temor a Dios y a la verdad.
No reproches a aquel que ha dejado el pecado y hace penitencia. Y si argumentas que reprochas según Dios, manifiesta primero, entonces, tus males personales.
Dios da principio a toda virtud, así como el sol se encuentra en el origen de la luz del día.
Cuando lleves a cabo alguna acción virtuosa, recuerda a aquel que dijo: Sin mí, nada podéis hacer (Jn. 15, 5).
Es mediante las tribulaciones que los bienes son preparados para los hombres; mientras que los males acuden mediante la vanagloria y la voluptuosidad.
Huye del pecado el que sufre injusticia a causa de los hombres, y encuentra conveniente socorro en sus tribulaciones.
El que cree en la retribución que recibirá de Cristo, está pronto, en la medida de su fe, a soportar toda injusticia.
El que reza intensamente por los hombres que lo afligen con injusticias, abate a los demonios; el que por otra parte, se opone a los primeros, es herido por los segundos.
Es mejor sufrir una ofensa de los hombres que de los demonios; sin embargo el que es grato al Señor ha vencido a ambos.
Todo bien nos es enviado por el Señor conforme a su distribución, aunque misteriosamente rehuye a los ingratos, a los desconsiderados y a los ociosos.
Toda malicia termina en un placer prohibido, mientras que toda virtud en la consolación espiritual. Y la malicia, cuando te agarra, te empuja hacia lo que le es propio; del mismo modo, la virtud te conduce a lo que le es natural.
El insulto de los hombres procura aflicción al corazón, pero es causa de pureza para quien lo soporta.
La ignorancia nos induce a oponernos a lo que nos es ventajoso, y cuando se torna atrevida, acrecienta el mal que ya existe.
Desde el momento que no estás sufriendo ningún daño, espera estrecheces; rechaza la avidez, ya que sabes que algún día deberás rendir cuenta.
Si has pecado secretamente, no trates de esconderlo. Pues todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta (Hb. 4, 13).
En tu ánimo, muéstrate al Señor. Porque el hombre mira el rostro, pero Dios mira el corazón.
No pienses ni hagas nada si tu intención no es según Dios. Porque el que viaja sin una meta, malgastará su fatiga.
Para el que peca sin haber hecho acto de contrición, es más difícil alcanzar al arrepentimiento, porque de la justicia de Dios, nada se escapa.
Un acontecimiento doloroso aporta, a quien es sensato, el recuerdo de Dios; análogamente, es motivo de opresión para el que se olvida de Dios.
Que cada pena no buscada sea para ti la maestra de un recuerdo; así no te faltará un incentivo en tu penitencia.
El olvido no tiene en sí mismo ningún poder, pero adquiere fuerza en la medida de nuestras negligencias.
No digas: "¿Cómo lo hago? pues el olvido acude a mí aunque no lo quiera." Esto se produjo porque, cuando te acordaste, has descuidado lo que no debías.
Lo que recuerdes que debes hacer bien, hazlo; así también lo que te olvides, te será revelado. No entregues tu razón a un olvido irresponsable.
Las Escrituras nos dicen: El Infierno y la perdición están delante del Señor. Esto lo dicen a propósito de la ignorancia y del olvido del corazón.
El Infierno es la ignorancia: ambas realidades son invisibles. La perdición es el olvido, porque ambas realidades consisten en haber perdido algo que ya existía.
Ocúpate de tus males y no de los del prójimo: así no será saqueada tu oficina espiritual.
La negligencia es la disipación de todo bien que tenemos el poder de cumplir; pero la limosna y la oración hacen un llamado a quien ha sido negligente.
Toda aflicción según Dios es una real obra de piedad. Porque el verdadero amor se encuentra en la adversidad.
No digas que adquirido una virtud. sin aflicción; no es una virtud probada la que ha sido adquirida en el solaz.
Considera el resultado de todo sufrimiento no buscado y encontrarás en él la destrucción del pecado.
Muchos consejos dados por el prójimo nos son de ayuda, pero ninguno se adapta mejor que el propio pensamiento.
Si buscas la curación, ten en cuenta tu conciencia, haz lo que te dice y obtendrás una ventaja.
Los secretos de cada uno son conocidos por Dios y por la conciencia. Por su intermedio que cada uno reciba su corrección.
El hombre persigue, según su propia voluntad lo que se encuentra en sus posibilidades; pero es Dios el que produce el resultado final, según su justicia.
Si deseas recibir alabanzas de los hombres, sin ser condenado, ama primero el reproche por los pecados cometidos.
A cambio de toda la vergüenza que uno acepta en nombre de la verdad de Cristo, recibirá cien veces otro tanto de gloria, por parte de la gente. Pero es mejor que cada bien lo hagamos con miras a las cosas futuras.
Cuando un hombre hace el bien a otro con palabras o con obras, que ambos comprendan que esto se produce por gracia de Dios. El que no comprenda esto, será dominado por el que lo comprende.
El que alaba al prójimo por un motivo hipócrita, lo ofenderá en la primera ocasión, y él mismo se sentirá avergonzado.
El que ignora la insidia de los enemigos, es fácilmente muerto por ellos, y el que desconoce las causas de las pasiones, cae fácilmente.
La negligencia proviene del amor por el placer y en la negligencia se origina el ocio. Dios ha donado a todos el conocimiento de lo que les conviene.
El hombre aconseja a su prójimo como sabe hacerlo, Dios obra en quien lo escucha, según su fe.
He visto personas rústicas que fueron humildes en su conducta. Y sin embargo, se volvieron más sabias que los sabios.
Un hombre rústico, habiendo oído que aquellos habían sido alabados, no imitó su humildad, sino que vanagloriándose de su rusticidad, agregó a ésta su soberbia.
El que desprecia la inteligencia y se vanagloria de la falta de doctrina, no es tosco solamente en su palabra, sin también en su conocimiento.
Una cosa es la sapiencia de la palabra y otra cosa es la sabiduría; del mismo modo, una cosa es la rusticidad de la palabra y otra cosa la fatuidad.
La inexperiencia al hablar no causará ningún daño al que es piadoso, así como el humilde no se perjudicará a causa de la sapiencia de sus palabras.
No digas: "No sé lo que tengo que hacer y no soy culpable si no lo hago." Si tu haces lo que sabes que tienes que hacer, todo el resto te será revelado en consecuencia, como si se tratara de habitaciones, una a continuación de la otra. No necesitas saber lo que viene después, si antes no has puesto en marcha lo que le precede. Porque la ciencia se hincha a causa del ocio, mientras que el amor edifica a causa de la soportación de todo.
Lee a través de las obras las palabras de las Sagradas Escrituras y no elabores discursos aburridos hinchándote solamente con conceptos.
El que ha abandonado la práctica y se apoya solamente en la ciencia, tiene en sus manos un bastón de caña en lugar de una espada con dos filos. Esto durante la guerra le perforará la mano -como dicen las Escrituras - lo penetrará y le inyectará el veneno natural delante de los enemigos.
Todo pensamiento tiene para Dios un peso y una medida. Es ciertamente posible pensar una misma cosa, ya sea de un modo pasional como de una manera simple.
El que ha acatado un mandamiento, que se disponga a recibir la prueba que a causa de ello le vendrá. Pues el amor por Cristo es puesto a prueba mediante las adversidades.
Nos seas nunca despreciativo, descuidando el curso de tus pensamientos. Porque Dios no pasa por encima de ningún pensamiento.
Cuando ves un pensamiento que te habla de la gloria humana, debes saber con certeza que te depara vergüenza.
El enemigo conoce la justicia de la ley espiritual y busca solamente el consenso de la mente. Así, o bien someterá a las fatigas de la penitencia a quien tiene en su poder, o bien, si éste no hace penitencia, le impondrá sufrimientos forzados. A veces, induce a rebelarse contra las calamidades de tal forma, que le multiplica los dolores, y en el momento de la muerte lo muestra como infiel a causa de su capacidad de suportación.
Muchos se han opuesto a los eventos de tantos modos; pero sin la oración y la penitencia, nadie ha podido huir de la desgracia.
Los males se apoyan uno al otro. Del mismo modo, los bienes se incrementan mutuamente y empujan a quienes los poseen hacia cuanto de bueno hay más adelante.
El Diablo nos induce a no llevar la cuenta de los pequeños pecados; en efecto, no tiene otro modo para llevarnos a males mayores.
Las alabanzas de los hombres son la raíz de la turbia concupiscencia, mientras que el reproche del mal es la raíz de la sabiduría; no solamente cuando se lo escucha, sino cuando se lo acepta.
Nada gana el que renuncia al mundo y luego permanece apegado a los placeres, Lo que antes hacía mediante las riquezas, lo hace ahora, sin poseer nada.
Del mismo modo, el que se contiene pero posee riquezas, es espiritualmente hermano del precedente; es hijo de una misma madre con motivo del placer espiritual pero de un padre distinto, debido al cambio de pasiones.
Existe el que cercena una pasión para seguir una voluptuosidad más grande; y es loado por el que ignora su motivo. Y quizás ni siquiera él se da cuenta de que hace cosas de las que no obtiene ningún provecho.
Causas de todo mal son la vanagloria y la voluptuosidad: el que no las odia, no elimina la pasión.
Se dice que la raíz de todos los males es la pasión por el dinero, pero es claro que ésta se forma con las dos causas precedentes.
El intelecto es enceguecido por estas tres pasiones: la avaricia, la vanagloria, el placer.
Estas son, según las Escrituras, tres hijas de la sanguijuela, amadas con un amor muy grande por la madre fatuidad.
Conocimiento y fe, las compañeras de nuestra naturaleza, no han sido ofuscadas por otra cosa que por aquellas.
Furor e ira, guerras y homicidios, y toda la serie de otros males, han prevalecido terriblemente entre los hombres por fuerza de aquellas.
Debemos rechazar el amor por el dinero, odiar la vanagloria y la voluptuosidad; son las madres de los males y madrastras de las virtudes.
Con motivo de éstas nos ha sido ordenado no amar el mundo y lo que está en el mundo. No para que odiemos sin discernimiento, a las criaturas de Dios, sino para que eliminemos las causas de aquellas tres pasiones.
Se ha dicho que ninguno, embarcado en el servicio militar, se inmiscuye en los negocios de la vida civil (2 Tm 2:4). El que, efectivamente, quiere vencer las pasiones sin vencer estos tropiezos, es como aquel que trata de apagar un incendio con paja.
El que se irrita con el prójimo por motivos de dinero, gloria o voluptuosidad, no ha entendido aún que Dios gobierna a las cosas con justicia.
Cuando escuchas al Señor que dice: Si alguno no renuncia a todo lo que posee no es digno de mí, no debes entender esto como referido solamente a las riquezas, sino también a todas las acciones viciosas.
El que no conoce la verdad, no puede tampoco creer en verdad. En efecto, según el orden natural, el conocimiento precede a la fe.
Así como a cada una de las cosas visibles Dios ha asignado lo que le es inherente por naturaleza, así también lo ha hecho con los pensamientos de los hombres, lo queramos o no.
Si alguno, pecando manifiestamente y no haciendo penitencia, no ha padecido nada hasta el día de su muerte, puedes creer que su juicio será sin piedad.
El que reza sabiamente, soporta lo que le sucede; el que guarda rencor, no ha rezado aún con pureza.
Si recibes un daño o un ultraje, o eres perseguido por alguien, no pienses en el presente, sino que debes esperar lo que vendrá. Y te darás cuenta de que todo ha sido para ti motivo de muchos bienes, no sólo en el presente siglo, sino también en el futuro.
Así como a los inapetentes hace bien el amargo ajenjo, así a los que tienen mal carácter conviene padecer males. Estas medicinas mejoran la salud de los unos y convierten a los otros.
Si no quieres padecer males, no debes tampoco querer hacerlo, porque infaliblemente una cosa sigue a la otra. Porque lo que cada uno siembra, también lo cosechará (Ga 6:7).
Cuando sembramos voluntariamente el mal y contra nuestra voluntad lo cosechamos, debemos admirar la justicia de Dios.
Puesto que existe un determinado lapso entre la siembra y la cosecha, debido a esto, dudamos de la retribución.
Si has pecado, no acuses a la acción sino al pensamiento; porque si el intelecto no se hubiera adelantado, el cuerpo no lo hubiera seguido.
Actúa peor el que ocasiona el mal a escondidas que aquellos que lo ejercitan abiertamente. Por esto, el primero será castigado más severamente.
El que urde engaños y ocasiona el mal a escondidas, es, según las Escrituras, una serpiente achatada en el camino, que muerde el talón de los caballos.
El que alaba por algunas cosas al prójimo y al mismo tiempo le reprocha otras, está dominado por la vanagloria y la envidia. Alabándolo, trata de esconder la envidia y reprochándolo se presenta como una persona más honorable que el otro.
Como no es posible que convivan ovejas y lobos, también es imposible obtener la misericordia engañando al prójimo.
El que mezcla con el precepto su propia voluntad, es un adúltero, tal como fuera revelado por la Escritura, y, faltándole sentido común, está expuesto a dolores y deshonor.
Así como el agua y el fuego no pueden estar juntos, así se oponen la humildad y la necesidad de justificarse.
El que busca la remisión de sus pecados, ama la humildad. El que condena al otro, pone un sello sobre sus propios males.
No permitas que permanezca en ti ningún pecado no borrado, aunque fuera muy pequeño, para que a continuación no te arrastre hacia algún mal peor.
|Si quieres salvarte, ama la palabra sincera. No rechaces nunca un reproche sin haberlo considerado.
La palabra de la verdad ha transformado una estirpe de víboras y les ha enseñado a huir de la ira que viene .
El que recibe palabras de la verdad, recibe al Verbo de Dios (la Palabra). En efecto, se dice: El que os recibe, me recibe a mí (Mt 10:40).
El pecador es como aquel paralítico bajado desde el techo, quien, reprochado por unos creyentes en Dios, recibe el perdón por intermedio de su fe.
Es preferible rezar pía e intensamente por el prójimo antes que reprocharle cada pecado cometido.
El que con rectitud hace penitencia, es objeto de mofa por los tontos. Pero esto es para él un signo de la aprobación de Dios.
Los atletas se privan de todo (1 Co. 9, 25): no cesarán de hacerlo hasta que Dios no haya destruido la descendencia de Babilonia.
Se calcula que son doce las pasiones deshonrosas: si te hubieses apegado a una de ellas con tu voluntad, solo ésa ocupará el lugar vacío que dejaron las otras once.
El pecado es un fuego que arde. Cuanto más lejos dejes el combustible, más rápidamente ese fuego se irá apagando. Análogamente, cuanto más combustibles agregues, tanto más se difundirá.
Si te has agrandado debido a las alabanzas, te llegará el deshonor. Porque se ha dicho: El que se ensalce será humillado (Lc. 14, 11).
Cuando hayamos rechazado toda malicia voluntaria de nuestra mente, deberemos combatir contra las pasiones preconcebidas.
Tal preconcepción consiste en el recuerdo involuntario de los males pasados: al que lucha le es impedido alcanzar la pasión; en el vencedor esto es rechazado cuando todo se encuentra aún en estado de estímulo.
El estímulo es el movimiento sin imágenes del corazón. Tal como si fuera un lugar fortificado en un pasaje excavado en la montaña, es tomado en acecho antes por aquellos que tienen experiencia que por los enemigos.
Donde el pensamiento está acompañado por las imágenes, allí hubo consentimiento, porque el estímulo no culpable es un movimiento sin imágenes. Existe aquel que logra salir de él como un tizón extraído del fuego aunque no se extraigan otros para no reavivarlo,
No digas: "Me sucede tal cosa aunque no lo quiero." Porque en todo caso, aunque no desees esta cosa en sí misma, sin embargo, amas sus causas.
El que ama las alabanzas, se encuentra en la pasión. Y el que se entrega a las quejas por una tribulación que lo aqueja, ama la voluptuosidad.
El pensamiento de quien ama la voluptuosidad es inestable como si se encontrara ubicado en una balanza. Ya se lamenta y llora por sus pecados, ya combate y contradice al prójimo, defendiendo su voluptuosidad.
El que a todo atribuye un valor y retiene lo que es positivo, huirá de todo mal.
El hombre que sabe soportar abunda en sagacidad, así como aquel que presta atención a las palabras de sabiduría.
Sin el recuerdo de Dios, no habrá verdadero conocimiento. Ya que sin el primero, el segundo es un bastardo.
Al que es duro, pero no de corazón, le va bien un buen discurso relativo a un conocimiento más fino. Puesto que, sin temor, no acepta las fatigas de la penitencia.
El hombre humilde acepta un discurso de fe. Éste no tienta la longanimidad de Dios y no se hiere con continuas transgresiones.
No avergüences a un hombre poderoso por su vanagloria. Debes mostrarle la ignominia futura que caerá sobre él. De este modo, el que es sensato aceptará de buen grado el reproche.
El que odia el reproche se encuentra voluntariamente en la pasión. El que lo ama, es claro que es desviado por las pasiones precedentemente concebidas.
No hay que querer conocer las malas acciones de los otros. Con una voluntad así, se subrayan los contornos de tales acciones.
Si has recibido como dulces sonidos ciertos malos discursos, enójate contigo mismo y no con quien ha hablado. Porque para el que tiene un mal oído, es malo también el embajador.
Si uno se encuentra con hombres que hacen discursos vanos, que se considere a sí mismo responsable de dichas palabras. Si no fuera por un motivo reciente, habrá ciertamente alguna vieja deuda.
Si vieras que alguno te alaba con hipocresía, espera de él reproches, a su debido tiempo.
Establece desde ahora una relación entre los sufrimientos presentes y los beneficios futuros. Así no descansarás más en tu lucha por descuido.
Cuando llamas "bueno" a algún hombre, por alguna condición física que posee, prescindiendo de Dios, ese hombre te resultará malo en el futuro.
Todo bien viene de Dios, según su voluntad. Aquellos que traen dichos dones son sus ministros.
Acepta con pensamiento equilibrado el confluir del bien y de los males. Es así como Dios transforma la no equidad de las cosas.
La desigualdad de nuestros pensamientos produce los cambios de nuestras condiciones personales. Dios ha asignado las acciones involuntarias a las voluntarias, como una consecuencia natural.
Las realidades sensibles son producidas por las inteligibles y proporcionan lo necesario por decreto de Dios.
De un corazón dominado por la voluptuosidad nacen pensamientos y palabras pestilentes, ya que por el humo conocemos el combustible que lo provoca.
Ten firmeza en tu mente y no te cansarás entre las tentaciones. Si te abandonas, soporta las consecuencias.
Ruega para que no caiga sobre ti la tentación. Pero si te afligiera, acéptala no como algo extraño, sino como algo tuyo.
Aparta tu pensamiento de toda concupiscencia y podrás ver las insidias del Diablo.
El que afirma que conoce todas las insidias del Diablo, cae dentro de ellas sin darse cuenta.
Cuando el intelecto sale de las preocupaciones del cuerpo, ve, en la medida que sale, las astucias de los enemigos.
El que se deja arrastrar por los pensamientos, está enceguecido. Ve la obra del pecado, pero no está en condiciones de ver sus causas.
Está el que visiblemente cumple un precepto, si bien, sirviendo a una pasión, borra la buena acción mediante malos pensamientos.
Si has sido sometido por un principio del mal, no digas: "No me vencerá." En la medida que has sido hecho su esclavo, en esa medida has sido ya vencido.
Todo lo que sucede empieza con una pequeña medida y, alimentado poco a poco, contribuye a su crecimiento.
Los artificios de la malicia son una red tortuosa. El que se enreda un poco en ella, si es negligente, es encerrado por completo.
No quieras escuchar las desgracias acaecidas a los enemigos, porque el que escucha tales palabras, corta los frutos de su propia inclinación.
No pienses que una tribulación cualquiera cae sobre los hombres a causa del pecado. Hay quien es del agrado del Señor y sin embargo es tentado. Está escrito que los perversos y los malos serán perseguidos. Del mismo modo está escrito: Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirían persecuciones. (2 Tm. 3, 12).
En tiempos de tribulaciones, cuídate de los asaltos de la voluptuosidad, ya que ésta es aceptada de buen grado porque endulza la tribulación.
Hay quien denomina sensatos a los que tienen discernimiento en las realidades sensibles. Sin embargo, son sensatos aquellos que tienen dominio de su propia voluntad.
Antes que tus males hayan sido destruidos, no obedezcas a tu corazón. Está buscando agregar material de acuerdo a lo que tiene en depósito.
Hay serpientes que se esconden en los valles boscosos y otras que se introducen en las casas. De la misma manera, hay pasiones que toman forma en la mente mientras que otras obran en la práctica; aunque puede suceder que se transformen, pasando de un tipo a otro.
Cuando veas que tu interior está muy agitado e induce al intelecto, que está sometido a la hesichía, hacia la pasión, debes saber que el intelecto ha sido la guía, el detonador de la acción, y ha colocado este torbellino en el corazón.
La nube no se forma si no es por el soplo del viento. Del mismo modo, la pasión no nace si no es por la fuerza del pensamiento.
Si no obedecemos la voluntad de la carne, como dice la Escritura, evitaremos fácilmente las malas tendencias anteriormente descritas.
Las imágenes ya fijadas en el intelecto son particularmente graves y vigorosas; pero su causa y fundamento son las operaciones de nuestra razón.
Hay una malicia que domina el corazón por haber sido concebida mucho tiempo antes; y hay una malicia que combate a la mente con motivo de las acciones cotidianas.
Dios nos evalúa de acuerdo con nuestras acciones y nuestras intenciones. Se ha dicho: Te dé el Señor según tu corazón (Sal 19, 4).
El que no persevera en escrutar su conciencia, tampoco acepta las fatigas de su cuerpo por amor a la vida pía.
La conciencia es un libro natural. El que en ella lee activamente, recibe la experiencia de la ayuda divina.
El que no asume las penas voluntarias que provienen del amor por la verdad, es duramente amaestrado por lo que sucede contra su voluntad.
El que ha conocido la voluntad de Dios, según el poder que le haya sido concedido, la cumple; gracias a las pequeñas penas, huirá de las grandes.
El que pretenda vencer las tentaciones sin la oración y la lucha, no las rechazará sino que quedará más atrapado por ellas.
El Señor está escondido en sus mandamientos y es encontrado por aquellos que lo buscan en la medida que los cumplen.
No digas: "He cumplido los mandamientos pero no he encontrado al Señor." Puesto que, como dice la Escritura frecuentemente has encontrado conocimiento junto con la justicia. Y aquellos que lo buscan con rectitud, encontrarán la paz (Pr 16, 5c).
La paz es la remoción de las pasiones. No podrá ser encontrada sin la obra del Espíritu Santo.
Una cosa es cumplir un mandamiento y otra cosa es la virtud, aunque es factible que se intercambien las ocasiones de hacer el bien.
Denominamos cumplir un mandamiento el cumplir lo que ha sido mandado; es virtud lo que ha sido hecho acorde con la verdad.
Una sola es la riqueza sensible, aunque es múltiple si se consideran las distintas posesiones. Del mismo modo, una sola es la virtud, aunque consta de distintas actividades.
El que se hace el sabio y habla sin poder demostrar sus obras, se enriquece con la iniquidad, y sus fatigas, como dicen las Escrituras, entran en las casas de los otros.
Todo obedece al oro, se dice; pero las realidades espirituales son determinadas por la gracia de Dios.
Se encuentra la buena conciencia mediante la oración; y la oración pura, mediante la conciencia. Según natura una cosa necesita de la otra.
Jacob confeccionó para José una túnica de múltiples colores. También el Señor concede al humilde el conocimiento de la verdad, por medio de la gracia, tal como está escrito: El Señor enseñará sus caminos a los humildes (Cf. Sal. 24, 9).
Obra el bien según tus posibilidades, y cuando te surja la ocasión de dar más, no des menos. Porque se ha dicho que el que retrocede no es apto para el Reino de los Cielos.

A Proposito de Aquellos que se creen justificados por sus obras

La mala fe de los de afuera es inmediatamente demostrada por parte de aquellos que tienen una fe firme y conocen la verdad.
El Señor, queriendo demostrar que cada mandamiento es justo y que la adopción a los hijos ha sido donada a los hombres por medio de su sangre, dice que cuando hayan hecho todo lo que les han mandado, entonces dirán: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer (Lc. 17, 10). Por esto el Reino de los Cielos no es merced por las obras, sino gracia del Soberano preparada para los siervos fieles.
El siervo no pide la libertad como merced, pero se alegra sabiéndose deudor y la recibe como gracia.
Cristo ha muerto por nuestros pecados, según las Escrituras (1 Co. 15, 3) y a quien lo sirve bien, le concede como gracia la libertad. Se ha dicho: Bien, siervo bueno y. fiel; has sido fiel en lo poco, te constituiré en lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor (Mt. 25, 21).
No es siervo fiel el que se apoya sobre el simple conocimiento, sino aquel que cree mediante la obediencia en lo que Cristo ha mandado.
El que honra a su patrón, hace lo que está mandado. El que se equivoca o desobedece, soportará las consecuencias como es debido.
Si quieres aprender, ama la fatiga. Pues la ciencia pura hace que el hombre se sienta henchido.
Las tentaciones que nos acosan y que son inesperadas, nos enseñan providencialmente a amar la fatiga y nos conducen a la penitencia, aunque no lo queramos.
Las tribulaciones que caen sobre los hombres son el producto de nuestro mal. Pero si las combatimos mediante la oración, encontraremos un agregado de cosas buenas.
Algunos, recibiendo alabanzas por su virtud, han encontrado placer en ello, considerando como un consuelo esta voluptuosidad de la vanagloria. Otros, reprochados por su pecado, se han sentido angustiados y han considerado como algo malo esta pena benéfica.
Los que, con el pretexto de su lucha, se levantan contra el que es más negligente, consideran estar justificados por las obras de su cuerpo. Pero aquellos que, apoyándose solamente en el conocimiento, desprecian a los ignorantes, son incluso menos sensatos que los precedentes.
Sin las obras que le corresponden, el conocimiento no está aún asegurado, admitiendo que sea verdadero. Porque, respecto a cualquier realidad, la confirmación es dada por las obras.
A menudo el conocimiento es oscurecido por la negligencia en la práctica. Puesto que de aquellas cosas que han sido realizadas de modo completamente desacertado, perecerán poco a poco también los recuerdos.
Por ello, las Escrituras nos sugieren conocer a Dios según la ciencia, para poder servirlo rectamente mediante nuestras obras.
Cuando exteriormente cumplimos los mandamientos, el Señor nos envía capacidad de tanto en tanto, y obtenemos de ello ventajas según el objetivo de nuestras intenciones.
El que quiere hacer algo y no puede hacerlo, es como aquel que lo ha hecho por Dios, quien conoce los corazones. Y esto es válido, ya sea para el bien, ya para el mal.
El intelecto, sin el cuerpo, cumple muy bien y muy mal. Pero el cuerpo sin el intelecto, no puede cumplir con nada de esto. La explicación se debe a que la ley de la libertad se reconoce antes de la acción.
Algunos que no cumplen los mandamientos creen de tener una fe que procede con rectitud. Otros, que los cumplen, esperan al Reino como una merced debida. Todos ellos se han desviado de la verdad.
El patrón no debe ninguna merced a sus esclavos; éstos, a su vez, de no servir bien, no obtendrán su libertad.
Si Cristo ha muerto por nosotros (Rm. 5, 8), como dicen las Escrituras, y nosotros no vivimos para nosotros mismos, sino para aquel que ha muerto por nosotros y ha resucitado, es evidente que estamos comprometidos a servirle hasta la muerte. ¿Cómo considerar cosa debida la adopción de hijos?
Cristo es el Soberano por esencia y Soberano según la economía. Porque nos hizo cuando no existíamos y, muertos por el pecado, nos ha rescatado mediante su propia sangre y ha donado su gracia a aquellos que lo creen así.
Cuando escuches de las Escrituras que Cristo recompensará a cada uno según sus obras, no entiendas que se refiere a obras dignas de la gehenna o del Reino. Debes entender que Cristo dará a cada uno una retribución por las obras relativas a la incredulidad o a la fe en Él; no como un mediador de negocios, sino como el Dios que nos ha creado y redimido.
Todos aquellos que hemos sido hechos dignos de un lavado de regeneración, no presentamos nuestras buenas obras para lograr una retribución, sino para custodiar la pureza que nos ha sido donada.
Toda buena obra, que realizamos mediante nuestra naturaleza, nos mantiene alejados de lo contrario, pero sin la gracia no se puede alcanzar ninguna santificación.
El continente se mantiene alejado de la gula. El que es pobre voluntario, de la avaricia. El silencioso, del modo de hablar. El casto, del amor al placer. El puro, de la fornicación. El que se basta a sí mismo, del amor por el dinero. El manso, del tumulto. El humilde, de la vanagloria. El que se somete, de la contienda. El que reprocha, de la hipocresía. Del mismo modo, el que ora se mantiene alejado de la desesperación. El pobre, del deseo de tener muchas posesiones. El confesor de la fe, de abjurar; y el mártir, de la idolatría. ¿Ves cómo toda virtud que se practica hasta la muerte no es otra cosa que la abstención del pecado? Pero abstenerse del pecado es obra de la naturaleza, no un precio a pagar para recibir, en compensación, el Reino.
El hombre con dificultad custodia lo que es propio de su naturaleza, pero Cristo, mediante la cruz, nos ha regalado el adoptarnos como hijos.
Hay un precepto particular y vino general. Con uno se manda dar a quien nada posee en forma particular; con el otro, se ordena que todos renuncien a sus propios bienes.
Hay una acción de la gracia de la cual el simple no se percata. Hay una operación de la malicia que es similar a la verdad. Está bien no detenerse demasiado en estas cosas, para no errar; sin embargo no debemos condenarlas, por la verdad que pueden contener. Deberemos presentar todo a Dios por medio de la esperanza, ya que Él sabe de la utilidad de ambas cosas.
El que quiere cruzar el mar espiritual es paciente, humilde, vigilante y continente, Sin estas cosas, aunque se esfuerce por entrar, no podrá atravesar ese mar.
La hesichía es la rescisión de los males. Si luego agregamos las cuatro virtudes, conjuntamente con la oración, no hay ayuda más rápida que ésta para alcanzar la impasibilidad.
No es posible asociar el intelecto a la hesichía sin el cuerpo; tampoco se puede eliminar la pared divisoria que se halla entre ellos sin hesichía y oración.
El deseo de la carne está contra el Espíritu y el del Espíritu está contra la carne (Ga. 5, 17). Pero aquellos que caminan según el Espíritu no llevarán a cabo la concupiscencia de la carne.
No hay oración perfecta si no se invoca con el intelecto. Dios atiende el pensamiento que grita sin distracción.
El intelecto que ora sin distracción refrena su corazón. Un corazón contrito y humillado, Dios no lo desprecia (Sal. 50, 17).
A la oración también se la denomina virtud, aunque sea la madre de todas las virtudes. Las genera, en efecto, uniéndose a Cristo.
Si algo hacemos sin oración y sin buena esperanza, resultará de ello algo nocivo e imperfecto.
Cuando oyes que los últimos serán los primeros y los primeros, últimos (Mt. 20, 16), entiende esto como referido a aquellos que son partícipes de las virtudes y a los que son partícipes del amor. El amor está en el último lugar entre las virtudes, pero se convierte en el primero por su valor y deja como últimas aquellas virtudes que lo han precedido.
Si en la oración eres perezoso o atormentado por los variados modos del mal, recuerda el final que te tocará vivir y los duros castigos. Mas bien deberemos apegarnos a Dios con la oración y la esperanza, antes que tener recuerdos exteriores, aunque éstos puedan ser útiles.
Ninguna de las virtudes, por sí sola, puede abrirnos las puertas de nuestra naturaleza. Todas ellas deberán vincularse entre sí.
Ninguna persona continente se nutre de razonamientos, ya que, aunque son útiles, no son más útiles que la esperanza.
Es un pecado de muerte todo pecado del cual no nos arrepentimos. Y aunque un santo rogara por otro que cometió un pecado de este tipo, no sería escuchado.
El que hace penitencia con rectitud no calcula compensar con su fatiga los pecados anteriormente cometidos; pero con lo que hace, se torna propicio a Dios.
Todo aquello que nuestra naturaleza puede tener como bueno, deberemos cumplirlo cada día como una deuda. De otro modo, ¿qué podremos dar a Dios a cambio por los males pasados?
Aunque podamos ejercitar al máximo nuestra virtud, si actuamos con negligencia, obtendremos reproches antes que recompensas.
El que está espiritualmente atribulado y se apoya en la carne, es parecido a aquel que está atribulado en su cuerpo pero disipado espiritualmente.
La tribulación voluntaria de una de estas partes es buena para la otra: la de la mente para la carnal; y la de la carne para la mental. Su combinación origina una gran fatiga.
Es de gran virtud soportar lo que nos sucede y amar al prójimo que nos odia, según la palabra del Señor.
La prueba de un amor no hipócrita es el perdón de nuestras faltas. Es así como el Señor ha amado al mundo.
No es posible perdonar, desde nuestro corazón, algún error sin verdadero conocimiento. Éste demuestra a cada uno como cosa propia lo que le ha sucedido.
No perderás nunca lo que dejas para el Señor. A su debido tiempo se te devolverá multiplicado.
Cuando el intelecto olvida los objetivos de una vida pía, la obra exterior de la virtud se torna inútil.
En cualquier hombre es cosa deplorable la desconsideración; tanto más en quien ha elegido un régimen de vida más riguroso.
Ponte a filosofar en torno a los hechos que giran alrededor del querer del hombre y la retribución de Dios. El discurso no es más sabio ni más útil que el obrar.
Las fatigas resultantes de llevar una vida pía son aliviadas por el socorro. A éste se lo puede reconocer por medio de la ley divina y de la conciencia.
Uno ha asumido un modo de sentir y lo ha mantenido sin someterlo a ningún examen. Otro lo ha asumido y lo ha sometido al discernimiento con verdad. ¿Es necesario indagar quién de los dos ha actuado con mayor piedad?
Luchar contra las propias penas constituye el verdadero conocimiento, así como no acusar a los hombres por las propias desventuras.
El que hace el bien buscando una retribución, no sirve a Dios, sino a la propia voluntad.
No es posible al que hubo pecado huir del castigo, a menos que cumpla una penitencia que tenga relación con la culpa cometida.
Algunos dicen: "No podemos hacer el bien si no recibimos eficazmente la gracia del Espíritu."
Se da siempre que los que con la intención se mantienen apegados a los placeres rechazan, como si hubieran sido privados de ayuda, lo que hubieran podido hacer por sí solos.
A los que fueron bautizados en Cristo les fue misteriosamente donada la gracia, la cual actúa en la medida en que cumplimos con los mandamientos. La gracia nos ayuda sin cesar aunque en forma escondida, pero nos corresponde a nosotros hacer el bien según nuestra posibilidad
Como primera cosa, ella despierta la conciencia de un modo digno de Dios. Es por esto que muchos malhechores, una vez hecha penitencia, son gratos a Dios.
A la gracia se la encuentra escondida en una enseñanza del prójimo. A veces acompaña nuestra mente durante la lectura y, mediante un proceso natural, adiestra al intelecto en la propia verdad. Si no escondemos, el talento de este proceso parcial, entraremos eficazmente en el gozo del Señor.
Quien busca los resultados del Espíritu antes de haber cumplido los mandamientos, es similar a un esclavo comprado a un precio determinado, quien, en el momento de ser comprado, trata de hacer registrar junto a su precio también su libertad.
El que ha descubierto que los eventos exteriores se producen por la justicia de Dios, éste, en la búsqueda del Señor, ha encontrado el conocimiento junto con la justicia .
Si tú entiendes, según lo que dicen las Escrituras, que en toda la Tierra están los juicios de Dios, cada acontecimiento será para ti maestro del conocimiento de Dios.
Lo que sucede es cuanto debe suceder según lo que está en el corazón Pero solamente Dios sabe cuánto estos acontecimientos nos benefician.
Cuando sufres algo deshonroso por parte de los hombres, piensa en seguida en la gloria con la que Dios te colmará. Así te librarás de la tristeza y de la turbación, aun estando en el deshonor. Y en la gloria, cuando venga, serás fiel y libre de condena.
Cuando seas alabado por la gente, según la complacencia de Dios, no mezcles nada ostentoso con la distribución del Señor. Esto es para que tú no tropieces nuevamente, en la situación contraria, al cambiar las cosas.
La semilla no puede crecer sin tierra ni agua. Así el hombre no obtendrá nada sin fatigas voluntarias ni ayuda divina.
Sin la nube es imposible que caiga la lluvia. Así, sin una buena conciencia, no es posible ser gratos a Dios.
No te niegues a aprender aunque fueras sumamente inteligente. Porque la divina distribución nos brinda más ventajas que nuestra inteligencia.
Cuando a causa de algún placer, el corazón es removido de su lugar natural, se torna difícil detenerlo, casi como si fuera un piedra pesada que rueda cuesta abajo.
Como un cordero inexperto que corre por los prados y termina en un lugar rodeado por precipicios, así es el alma que poco a poco se deja arrastrar por los pensamientos.
Una vez que el intelecto se ha hecho fuerte en el Señor, arranca el alma de las pasiones concebidas hace bastante tiempo. Nuestro corazón es así atormentado como por torturadores, encontrándose tironeado por partes opuestas ya sea por el intelecto como por la pasión.
Así como aquellos que navegan en el mar, con la esperanza de una ganancia, soportan voluntariamente el ardor del sol, aquellos que odian el mal aman los reproches. Puesto que, así como el primero - el ardor del sol - se opone a los vientos, el segundo - el reproche - se opone a las pasiones.
La huida en tiempo de invierno o en el día sábado causa dolor a la carne y contaminación al alma. Tal es el surgir de las pasiones en un cuerpo senil y en un alma consagrada.
Ninguno es tan bueno ni tan piadoso como el Señor. Pero el que no hace penitencia, no es perdonado por Él tampoco.
Muchos de entre nosotros se afligen por los pecados, pero reciben bien aquello que los causa.
La marmota que se arrastra bajo tierra, siendo ciega, no puede ver las estrellas. Del mismo modo, el que no tiene fe respecto a las cosas temporales, no puede creer lo que concierne a las eternas.
El verdadero conocimiento es donado por Dios a los hombres como una gracia anterior a todas las gracias. A los que tienen una parte en ella les enseña a creer en Aquel que les ha otorgado el don.
Cuando el alma en pecado no acepta los sufrimientos que la afligen, los ángeles dicen de ella: Hemos curado a Babilonia, pero no se ha sanado (Jn. 28, 9).
El intelecto que se ha olvidado del verdadero conocimiento, ¡lucha a favor de los enemigos casi como si fueran éstos la ayuda de los hombres!
Así como el fuego no puede durar en el agua, tampoco un mal pensamiento sobrevive en un corazón que ama a Dios. Porque quien quiera que ame a Dios, ama también el penar. Y la pena voluntaria es por naturaleza enemiga del placer.
La pasión que ha encontrado alimento por medio de la voluntad, se sublevará luego violentamente contra el hombre que es partícipe, aunque éste no lo quiera.
Amamos las causas de los pensamientos involuntarios, y es por esto que éstos sobrevienen. En cuanto a los voluntarios, es evidente que amamos sus acciones
La presunción y la arrogancia son causas de maledicencia. El amor por el dinero y la vanagloria, de dureza de corazón y de hipocresía.
Cuando el Diablo ve que el intelecto reza desde el corazón, hace que nos acosen grandes y malignas tentaciones. No trata de destruir pequeñas virtudes con grandes ataques.
Un pensamiento que se detiene en nosotros, manifiesta la disposición pasional del hombre. Cuando es destruido en seguida, es índice de lucha de oposición.
Tres son los lugares espirituales en los cuales el intelecto entra y se transforma: según natura, más allá de la natura y contra natura. Cuando se halla según natura, se encuentra a sí mismo culpable de malos pensamientos. Entonces confiesa a Dios sus pecados admitiendo las causas de las pasiones. Pero cuando se encuentra en lugar contra natura, se olvida de la justicia de Dios y combate a los hombres como si éstos le causaran daño. Cuando es conducido al lugar más allá de la natura, encuentra los frutos del Espíritu Santo, de los cuales nos hablara el Apóstol: amor, alegría, paz. Y ve que si da preferencia a los deseos del cuerpo, no puede permanecer ese lugar. Y el que abandona ese lugar cae en el pecado y en las terribles calamidades que le siguen, aun que no inmediatamente, sino a su debido tiempo, como se da en la justicia divina. Para cada uno el conocimiento puede ser verdadero en la medida que su humildad, su mansedumbre y su amor lo confirman como tal.
Todo aquel que fue bautizado según su fe, ha recibido místicamente toda la gracia. Pero es mediante el cumplimiento de los mandamientos que logra una certeza plena.
El mandamiento de Cristo cumplido con conciencia da consolación en función de la multitud de dolores del corazón. Pero cada una de estas cosas se realiza a su debido tiempo.
Sé perseverante en la súplica por cada cosa, pues nada puede ser cumplido sin la ayuda de Dios.
Nada es más poderoso que la oración para obrar. Ni nada es más útil para lograr la satisfacción de Dios.
La oración encierra en sí misma toda la actuación de los mandamientos. Nada es más alto que el amor de Dios.
La oración libre de divagaciones es una señal del amor de Dios para el que persevera en ella. Pero ser negligentes y descuidados en la oración es índice de amor al placer.
El que vela, tiene paciencia y reza sin sentirse oprimido, participa visiblemente del Espíritu Santo. Pero incluso el que es oprimido por estas cosas y las soporta con voluntad recibe una pronta ayuda.
Existe un mandamiento que se manifiesta mejor que otro. Por lo tanto, hay una fe que es más firme que otra.
Hay una fe que proviene del escuchar, como dice el Apóstol ; y existe una fe que es la esencia de las cosas esperadas.
Es cosa buena hacer el bien con las palabras al que busca el saber. Es mejor sin embargo, ayudar con la oración y la virtud. El que se ofrece a Dios mediante estas cosas, ayuda también al prójimo con el remedio adecuado.
Si con pocas palabras quieres hacer el bien a quien ama aprender, indícale la oración, la recta fe y soportar cuanto le sucediere. Puesto que todos los otros bienes se encuentran por intermedio de éstos.
A causa de aquello por lo cual se pone nuestra confianza en Dios, se cesa de enfrentar al prójimo.
Si todo lo involuntario se origina en lo voluntario, como dicen las Escrituras, nadie es tan enemigo del hombre como lo es él de sí mismo.
La ignorancia es el principio de todos los males, y después de ésta sobreviene la incredulidad.
Huye de la tentación mediante la resistencia y la súplica. Si tratas de oponerte sin estos medios, la tentación te aquejará aún más.
El que es manso según Dios, es más sabio que los sabios; y el humilde de corazón más poderoso que los poderosos. Porque éstos llevan el yugo de Cristo según su conocimiento.
Cualquier cosa que digamos o hagamos sin oración, será luego peligrosa o dañina, y nos acusará sin que nos percatemos mediante los hechos.
Uno solo es justo en sus obras, las palabras y el pensamiento, mientras que muchos son los justos mediante la fe, la gracia y la penitencia.
Así como es inusitado para el que hace penitencia tener otro sentir de sí mismo, así es imposible tener sentimientos humildes para el que peca voluntariamente.
La humildad no es una condena por parte de la conciencia, sino un reconocimiento de la gracia de Dios y de su compasión.
Lo que constituye la casa material con respecto del área común a todos, así es el intelecto razonable respecto a la gracia divina: cuanto más material se echa hacia afuera, más entra en su lugar, mientras que cuanto más material se coloca dentro, tanto más se retira.
El material de una casa está constituido por objetos y alimentos. El material del intelecto, por la vanagloria y la voluptuosidad.
El espacio en el corazón es la esperanza de Dios. La falta de espacio es representada por la preocupación por el cuerpo.
La gracia del Espíritu Santo es única e inmutable, pero actúa en cada uno como quiere.
Tal como la lluvia caída sobre la tierra ofrece a cada planta la calidad de nutrición que le conviene, dulce para las dulces, acre para las más ásperas, así la gracia en el corazón de los fieles es colocada en forma inmutable, pero gratifica con energías convenientes a las virtudes.
Para el que tiene hambre de Cristo, la gracia se convierte en alimento; para el que tiene sed, en una dulcísima bebida; para el que tiene frío, en un vestido; para el que se cansa, en reposo; para el que ora, en certeza plena; para el que está de luto, en consolación.
Cuando lees en las Escrituras que el Espíritu Santo se posó en cada uno de los Apóstoles, o que cayó sobre el profeta, o bien que actúa, que se entristece, que se apaga, que es inducido a indignarse; o aun: que algunos tienen una primicia mientras que otros están llenos del Espíritu Santo, no pienses que en el Espíritu hay una escisión, un cambio o una mutación; debes creer, como hemos dicho más arriba, que es inmutable, invariable y omnipotente. Por lo tanto en sus operaciones sigue siendo lo que es y a cada uno le reserva lo que le conviene en modo digno de Dios. Tal como un sol, se difunde sobre los bautizados, pero cada uno de nosotros es iluminado en la medida en que ha odiado las pasiones que lo obnubilaban y las ha apartado. Cuando aparece alguien que las alma, de la misma manera es oscurecido.
El que odia las pasiones destruye sus causas. Pero el que insiste en permanecer en las causas, es combatido por las pasiones.
Cuando somos acometidos por los malos pensamientos, la culpa es de nosotros mismos y no de un pecado de nuestros progenitores.
Las raíces de los pensamientos son las malicias evidentes. ¡Pensar que nosotros las justificamos en toda circunstancia con manos, pies y boca!
No es posible que tengamos un comercio mental con una pasión si no alimentamos las causas.
¿Quién de nosotros desprecia la vergüenza y luego mantiene un comercio con la vanagloria? O, ¿quién, si arna el desprecio, se turba por el deshonor? ¿Y quién, teniendo el corazón arrepentido y humillado, recibe bien dispuesto la voluptuosidad de la carne? O, ¿quién, si cree en Cristo, se preocupa o pelea por las cosas temporales?
El que es tratado con desprecio y no reacciona ni con la palabra ni con el pensamiento, adquiere un conocimiento verdadero y manifiesta una fe firme en el Señor.
Los hijos del hombre son falsos en sus balanzas para hacer una injusticia (Sal. 61, 10), mientras que Dios reserva para cada uno lo que te es de justicia.
Ni el que hace una injusticia tiene más ni el que la recibe tiene de menos: ¡Se va el hombre como una imagen y se turba inútilmente! (Sal. 38, 6 ss).
Cuando ves que alguno sufre mucho deshonor, debes saber que se ha llenado de pensamientos de vanagloria y corta con disgusto la mies nacida de las semillas de su corazón.
El que aprovecha más de lo debido de los placeres del cuerpo, pagará cien veces más con sus penas por sus excesos.
El que da órdenes debe decir a su subordinado lo que debe hacer. Si éste no lo escuchara, debe preanunciarle los males que lo afligirán.
El que sufre un desprecio por parte de alguien, y no trata de devolvérselo, da fe por esto a Cristo, recibiendo cien veces más en este siglo y en herencia la vida eterna.
El recuerdo de Dios es una fatiga del corazón ejercida por la piedad. El que se olvida de Dios conduce una vida de placeres y se torna insensible.
No digas: "El que es impasible no puede ser afligido." Pues, aunque no sufre por sí mismo, sufre por el prójimo.
Una vez que el enemigo se adueña de muchos pecados olvidados, obliga al deudor a traerlos a la memoria. Se aprovecha así de la ley del pecado.
Si quieres recordar continuamente a Dios, no rechaces como algo injusto lo que te sucede; deberás soportarlo como algo que te aqueja justamente. La paciencia por intermedio de todo evento suscita el recuerdo. Pero el rechazo degrada el sentir espiritual del corazón y, mediante el relajamiento, produce el olvido.
Si quieres que tus pecados sean perdonados por el Señor, no proclames a los hombres ninguna virtud que tú posees; porque lo que nosotros hacemos por las virtudes es lo que Dios hace por los pecados.
Cuando hayas escondido una virtud, no te exaltes como si tú hubieses hecho justicia. Porque la justicia no es solamente esconder el bien, sino también no pensar en nada de lo que es prohibido.
No te alegres cuando haces bien a alguien, sino cuando soportas sin rencor la contradicción que a ello le sigue. Porque así como la noche viene después del día, así los males siguen a las buenas acciones.
La vanagloria, la concupiscencia y la voluptuosidad no permiten que una buena acción permanezca inmaculada, a menos que éstas no caigan antes, gracias al temor a Dios.
En los dolores que no hemos buscado se esconde la misericordia de Dios, que atrae al que la soporta hacia la penitencia y lo libera del castigo eterno.
Algunos, obrando según los mandamientos, esperan poder ponerlos sobre uno de los platillos de la balanza para que hagan de contrapeso con los pecados; otros, con su obrar, hacen propicio a Aquel que ha muerto por nuestros pecados. ¿Cabe preguntarse quién de ellos tenga un recto sentir?
El temor a la gehenna y el ansia del Reino nos procuran soportar las cosas penosas; esto se produce no por nosotros mismos, sino por parte de aquel que conoce nuestros pensamientos.
El que tiene fe en las realidades futuras se mantiene alejado de los placeres sin que nadie le dé órdenes. El que es incrédulo, se torna voluptuoso e insensible.
No digas: "¿Cómo puede llevar una vida voluptuosa el necesitado, si no le surgen ocasiones?" Porque es posible vivir una vida tal, aun más míseramente, por medio de los pensamientos.
Una cosa es el conocimiento de las cosas y otra es el conocimiento de la verdad. Así como el Sol es distinto de la Luna, así el segundo conocimiento es más ventajoso que el primero.
El conocimiento de las cosas se produce en proporción al cumplimiento de los mandamientos, mientras que el conocimiento de la verdad, en la medida de la esperanza en Cristo.
Si quieres salvarte y llegar al conocimiento de la verdad, trata siempre de alcanzar el más allá de las realidades sensibles y de unirte a Dios mediante la esperanza solamente. De este modo, si te hallaras involuntariamente desviado, encontrando en tu camino principados y potestades que te hacen la guerra con sus estímulos, los vencerás con la oración, permaneciendo lleno de esperanza, y tendrás contigo la gracia de Dios que te arranca a la ira futura.
El que comprende lo que dice místicamente san Pablo refiriéndose a que nuestra lucha es contra los espíritus de la maldad, podrá comprender también la parábola que el Señor contaba para mostrar cómo debemos siempre orar sin cansarnos.
La ley ordena trabajar durante seis días y mantenernos libres durante el séptimo. Es por lo tanto una obra del alma la beneficencia mediante las riquezas o las acciones. Su ocio y su reposo consisten en vender todo y darlo a los pobres, según la Palabra del Señor, y una vez encontrado el reposo mediante la pobreza voluntaria, en el darse al ocio de la esperanza espiritual. San Pablo, solícitamente, también nos exhorta a entrar a este reposo, diciendo: Esforcémonos por entrar en ese descanso (Hb. 4, 11).
Esto lo hemos dicho sin excluir lo que sucederá en el futuro y sin querer establecer que se convertirá en la recompensa completa. Queremos solamente decir que antes deberemos tener en el corazón la gracia operante del Espíritu Santo y así, en proporción a ésta, entrar en el Reino de los Cielos. Incluso el Señor, manifestando esto, nos decía que el Reino de los Cielos está dentro de ti. Y también el Apóstol decía: La fe es la garantía de las cosas esperadas (Hb. 11, 1), y también: Corred de tal modo de poder alcanzar (1  Co. 9, 24) y más aún: Examinaos para ver si estáis en la fe. ¿O no reconocéis que Jesucristo vive en vosotros? ¿Sois quizás rebeldes?
El que ha conocido la verdad no se opone a los eventos dolorosos. Sabe que éstos guían al hombre al temor de Dios.
Los pecados cometidos hace tiempo, recordados en detalle, perjudican al hombre lleno de buenas esperanzas. Si emergen con tristeza, lo distraen de la esperanza, si son representados sin tristeza, acumulan en el alma su antigua fealdad.
Cuando el intelecto, mediante el rechazo de sí mismo, posee una esperanza imposible de desmoronarse, es acometido por el Enemigo quien, con el pretexto de la confesión, representa en su imaginación los males pasados, devolviendo la vida a las pasiones que por la gracia de Dios, habían sido olvidadas, y dañando secretamente al hombre. Esto se produce a tal punto que, aunque iluminado y con odio a las pasiones, se sentirá confundido por lo hecho y en tinieblas; y si aún se encontrara en la niebla y en el amor por el placer, con seguridad se detendrá a meditar sobre estas cosas y mantendrá una relación pasional respecto de los estímulos que lo motivan. De este modo pensará que este recuerdo es una pasión precedentemente concebida y no una confesión.
Si quieres presentar a Dios una confesión irreprensible, no recuerdes detalladamente tus errores y soporta con generosidad las consecuencias.
Las penas sobrevienen de los pecados pasados y traen consigo lo que está inherente a toda culpa.
El que tiene ciencia y conoce la verdad, hará una confesión a Dios no tanto con el recuerdo de las acciones sino anteponiendo la lucha contra las consecuencias.
Si rechazas la fatiga y el deshonor, no prometas hacer una penitencia mediante las otras virtudes. Porque la vanagloria y la insensibilidad siempre sirven al pecado, también con las cosas buenas.
Así como las fatigas y los deshonores suelen generar las virtudes, así la voluptuosidad y la vanagloria generan los vicios.
Cada voluptuosidad del cuerpo deriva de un relajamiento precedente. Y es la falta de fe la que genera el relajamiento
El que está bajo el pecado no puede por sí solo vencer el sentir carnal, ya que en él el estímulo es incesante y se ha instalado en sus miembros.
Cuando uno se halla rodeado por las pasiones, es necesario rezar y someterse. A duras penas es posible mediante una ayuda luchar contra las pasiones precedentemente concebidas.
El que con sumisión y oración lucha contra la voluntad, es un atleta que tiene un buen método y da una prueba evidente de conducir la lucha espiritual mediante la abstención de las realidades sensibles.
El que no une a Dios su propia voluntad, tropieza en sus obras y cae en poder de los adversarios.
Cuando ves a dos malvados que sienten amor el uno por el otro, debes saber que cada uno coopera con el otro para cumplir su propia voluntad.
El orgulloso y el vanaglorioso se entienden de buena gana. Mientras uno alaba al vanaglorioso que aparenta someterse servilmente, el otro magnifica al orgulloso que se alaba de continuo.
El discípulo que ama a Dios trata de obtener una ventaja de estas dos cosas: si recibe un testimonio por sus buenas obras, se torna aún más animoso; si es amonestado por las cosas malas, es inducido a hacer penitencia. Pero para progresar es necesario también tener la vida; y para tener la vida debemos levantar nuestra oración a Dios.
Es bueno atenerse al mandamiento capital y no preocuparse de los detalles, ni rezar por los detalles, sino que debemos solamente buscar el Reino y la Palabra de Dios. Si nos preocuparnos de las necesidades en particular, deberemos rezar por cada una de ellas. El que hace algo o se preocupa de algo sin oración, no lleva las cosas a buen fin. Esto es lo que ha dicho el Señor: Sin mí nada podéis hacer (Jn. 15, 5).
Si uno desprecia el precepto de la oración, se sucederán para él desobediencias peores, que se lo pasarán la una a la otra como un prisionero.
El que recibe bien los sufrimientos presentes a la espera de los bienes futuros, ha encontrado el conocimiento de la verdad, y le será fácil hacer frente a la ira y a la tristeza.
Quien por amor a la verdad elige ser maltratado y deshonrado, camina por la vía apostólica, ya que toma la cruz y es atado por una cadena. El que sin estas cosas trata de prestar atención a su corazón, se desvía mentalmente y cae en las tentaciones y en los lazos del Diablo.
No es posible que venza el que lucha contra los malos pensamientos pero no contra sus causas, ni el que lucha contra las causas, pero no contra los pensamientos que éstas producen. Cuando rechazamos solamente una de estas cosas, después de un corto tiempo nos encontramos sometidos a ambas.
El que contiende con los hombres por temor de recibir dolores y ofensas, sufrirá aún más estando aquí por las desgracias que lo aquejarán, o será castigado sin piedad en el siglo futuro.
El que quiere mantener alejada cualquier desgracia deberá orar respecto de todas las cosas que mantienen relación con Dios, debiendo también tener fija en Él la esperanza y, en cuanto le sea posible, no prestar atención a las realidades sensibles.
Cuando el Diablo ve que un hombre se preocupa sin necesidad de lo que concierne a su cuerpo, antes que nada lo priva del conocimiento (espiritual). Y luego corta la cabeza de su esperanza en Dios.
Si logras alcanzar el fortín de la oración pura, no aceptes en ese momento el conocimiento de las cosas que el Enemigo te presenta, para que no te suceda que puedas perder lo mejor. Es preferible enviarle flechazos desde lo alto con los dardos de la oración, mientras se encuentra acorralado, que parlamentar con él, que nos presenta el mal y trama para apartarnos de la súplica que está en su contra.
El conocimiento de las cosas, en el tiempo de la tentación y de la pereza, es útil al hombre; pero en el tiempo de la oración es generalmente perjudicial.
Si te sucedido que, habiendo enseñado en el Señor, te desobedecieren, aflígete espiritualmente, pero no te turbes exteriormente. De afligirte, no serás condenado como quien desobedece, pero si te turbas serás tentado en la misma materia.
Cuando expones un discurso, no escondas lo que conviene a los presentes; habla con claridad de las cosas bellas y en forma enigmática de las cosas duras.
No subrayes las culpas de quien es un subalterno tuyo. Esto es tarea más bien de autoridad que de consejo.
Lo que se dice en plural es apropiado para todos, ya que para cada uno se tornara relevante en su conciencia la parte que le toca.
El que habla con rectitud debe, también él, recibir como de Dios las palabras que dice. La verdad no es de quien habla sino de Dios, que es quien actúa.
A aquellos de los cuales no has tenido una manifestación de obediencia, no los enfrentes cuando se oponen a la verdad, para no suscitar odio, como dicen las Escrituras.
El que cede ante quien es subalterno cuando éste contradice inoportunamente, lo induce a error en la cosa que están tratando y lo hace transgredir los votos de obediencia.
El que amonesta o corrige con temor de Dios al pecador, le procura la virtud que se opone a su error. El que lo hace recordándole las ofensas y dirigiéndose a él en modo malévolo, cae -según la ley spiritual - en la misma pasión.
El que ha aprendido bien la ley, teme al legislador. Y quien le teme se aparta de cualquier mal.
No tengas un doble discurso, hablando respecto dé algunas disposiciones y otras manteniéndolas en la conciencia solamente. Este actuar es puesto por las Escrituras bajo una maldición.
Existe, como dice el Apóstol, el que dice la verdad y es odiado por los tontos. Y está el que es un hipócrita, y por esto es amado. Sin embargo, ni la merced de uno ni la del otro tardará: porque a su debido tiempo el Señor dará a cada uno lo que le es debido.
El que quiera eliminar las angustias futuras debe soportar de buen grado las del tiempo presente. De esta manera, con el intercambio de una cosa por la otra como en un comercio, por medio de pequeños dolores, logrará escapar a los grandes castigos.
Sé garante de que tu hablar se mantenga alejado de la auto alabanza y tu pensamiento de la presunción, para no ser abandonado por Dios y hacer el mal. No depende solamente del hombre hacer el bien, sino también de Dios, que vela sobre todas las cosas.
El Dios que vigila sobre todo, así como atribuye a nuestras obras los resultados justos, hace otro tanto por los pensamientos y las reflexiones voluntarias.
Los pensamientos involuntarios surgen de un pecado precedente. mientras que los voluntarios derivan de nuestra libre voluntad. Por lo tanto, estos últimos se vuelven responsables de los precedentes.
A los malos pensamientos que no son deliberados, sigue la tristeza, por lo tanto son destruidos rápidamente; a los que son deliberados, la alegría, y por esto es difícil desligarse de ellos.
El que ama el placer se entristece por los reproches y los sufrimientos. El que ama a Dios, se entristece por las alabanzas y las ganancias.
El que no conoce los juicios de Dios cruza espiritualmente por una calle que corre entre precipicios y es fácilmente derribado por cualquier viento. Si es alabado, se enorgullece; si se le hace un reproche, se amarga. Si come abundantemente, se torna insensible; si sufre, se lamenta. Si comprende, hace ostentación; si no comprende, finge. Si es rico, es arrogante; si es pobre, es hipócrita. Si se ha saciado, es desvergonzado; si ayuna, es vanaglorioso. Enfrenta a los que le reprochan y mira como insensatos a los que lo perdonan.
Si, conforme a la gracia de Cristo, no se adquiere un debido conocimiento de la verdad y temor a Dios, se arriesga a ser gravemente herido no solamente por las pasiones, sino también por los sucesos.
Cuando quieres encontrar la solución de un asunto intrincado, busca lo que, respecto de ello, es grato a Dios y encontrarás así la solución útil.
Toda la Creación se pone al servicio de lo que es grato a Dios. Por otro lado, todo lo que le rehuye, recibe también la resistencia de la Creación.
El que enfrenta las cosas tristes que le suceden, lucha, sin saber contra los mandamientos de Dios. El que las recibe con verdadera ciencia, éste según las Escrituras espera con paciencia al Señor.
Cuando sobreviene una tentación, no busques el porqué o de quién viene. Trata de rechazarla con rendición de gracias, sin tristeza y sin rencores.
El mal de otros no nos agrega ningún pecado, siempre que no lo recibamos con reflexiones equivocadas.
Ya que no es fácil encontrar a alguien que sea grato a Dios sin tentaciones, debemos darle gracias por todo lo que sucede.
Si Pedro no hubiere faltado a la pesca nocturna, no hubiera conseguido la del día siguiente. Si Pablo no hubiese quedado ciego en su cuerpo, no hubiera vuelto a adquirir la vista espiritual. Y si Esteban no hubiera sido calumniado como blasfemo, no hubiera visto a Dios mientras los cielos se abrían.
Así como el actuar según Dios es denominado "virtud," así la tribulación que nos acomete imprevistamente es denominada "tentación."
Dios tentó a Abraham, afligiéndolo para bien, y no para saber cómo era, pues ya lo conocía, ya que Él conoce toda cosa antes de ser generada. Pero quería, de este modo, ofrecerle la ocasión de la perfecta fe.
Toda tribulación revela cuál es la inclinación de la voluntad, si ésta se vuelve hacia la izquierda o la derecha. Por ello la tribulación accidental se llama tentación. Ésta hace que el que la experimenta siga las indicaciones de sus voluntades escondidas.
El temor de Dios nos obliga a combatir el vicio. Pero mientras nosotros luchamos es la gracia de Dios la que lo combate.
Sabiduría no es solamente el conocimiento de la verdad mediante el natural sucederse de las cosas. También lo es soportar como propia la maldad de quien nos ha hecho daño. Los que se han estacionado en la primera forma de sabiduría, se tornan soberbios, mientras que los que han alcanzado la segunda, han adquirido la humildad.
Si no quieres sufrir la operación de los malos pensamientos, acepta el desprecio del alma y la tribulación de la carne. No parcialmente, sino en todo tiempo, lugar y hecho. El que se deja voluntariamente instruir por las tribulaciones, no será dominado por pensamientos involuntarios. Pero el que no acepta las primeras, es tomado prisionero, aunque no lo quiera, por los segundos.
Cuando se te hace daño, y tus entrañas y tu corazón se endurecen, no te entristezcas, ya que la cosa fue provocada por voluntad divina. Más bien, destruye con alegría todos los pensamientos que te alientan en contra, sabiendo que cuando éstos son destruidos estando aún en el estadio de estímulo, también el mal, luego que ha sido puesto en acción, es habitualmente destruido. Sin embargo, si los pensamientos Continúan, también éste aumenta.
Sin la contrición del corazón, es del todo imposible alejarse del mal. Y lo que hace que el corazón se arrepienta es la triple continencia: en el sueño, en la comida y en el relajamiento del cuerpo. La superabundancia de estas cosas introduce el amor al placer y esto acarrea los malos pensamientos, por eso se opone, ya a la oración ya al servicio conveniente.
Si te sucediera que debes dar órdenes a hermanos, mantente en la posición en la que has sido puesto y no calles lo que conviene. Si obedecen, recibirás la merced por sus virtudes. Si no obedecen, los perdonarás en todo caso; así recibirás la recompensa correspondiente de Aquel que ha dicho: Perdonad y seréis perdonados.
Todo acontecimiento se parece a una reunión festiva: el que sabe traficar gana mucho en ello, pero el que no sabe hacerlo, es perjudicado.
Si alguien no te obedece después de que le has hablado por lo menos una vez, no lo fuerces enfrentándolo. Toma para ti la ganancia de su falta. Más que la corrección de éste, te beneficiará la paciencia.
Cuando el mal hecho a uno repercute sobre muchos, no deberemos ser magnánimos ni buscar nuestra propia ventaja, sino la de muchos, para que éstos se salven (1 Co. 10, 33). Más beneficia la virtud de muchos que la de uno solo.
Si alguno cae en un pecado cualquiera, y no se entristece en la medida debida a la entidad de su caída, tropieza nuevamente en la misma red.
Así como una leona no se acerca amistosamente a una vaquillona, de igual modo la impudicia no es una disposición favorable para recibir la tristeza según Dios.
Como la oveja no se acerca al lobo para engendrar hijos, así la fatiga del corazón no se acerca a la saciedad para la concepción de la virtud.
Nadie puede sentir fatiga y tristeza según Dios, si antes no ama lo que las produce.
El temor de Dios y el reproche reciben la tristeza. La continencia y el desvelo tienen relación con la fatiga.
El que no se deja amansar por los mandamientos y amonestaciones de las Escrituras, será puesto en evidencia con la fusta del caballo y la vara del asno. Si rechazara también éstos, con la mordida y las riendas le cerrarán las mandíbulas.
El que se deja vencer fácilmente por las pequeñas cosas, será siervo también de las grandes. El que las desprecia, resistirá en el Señor a las grandes.
No trates de hacer el bien con reproches a quien se vanagloria por sus virtudes. Ya que éste no puede ser al mismo tiempo amante de la ostentación y amante de la verdad.
Toda palabra de Cristo manifiesta la misericordia, la justicia y la sabiduría de Dios, e instituye la potencia, mediante el oído, en aquellos que escuchan de buen grado. Por tanto los que -siendo injustos y sin misericordia - escucharon con fastidio, no pudieron comprender la sabiduría de Dios, crucificando al que la enseñaba. Nosotros nos escrutarnos a nosotros mismos para ver si lo escuchamos de buena gana. Él ha dicho: El que ama observará mis mandamientos y será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré. ¿Ves cómo Él ha escondido la manifestación de sí mismo en los mandamientos? De todos los mandamientos, el más comprensivo es el amor hacia Dios y al prójimo, y consiste en la abstención de las cosas materiales y en la observación de la hesichía de los pensamientos.
Sabiendo esto, el Señor nos manda: No os preocupéis por el mañana (Mt. 6, 34). Justamente, el que no se haya liberado de las cosas materiales y de la preocupación que la pérdida de las mismas conlleva, ¿cómo se liberará de los malos pensamientos? Y el que se encuentre cercado por los pensamientos, ¿cómo verá al pecado realmente existente que se encuentra en ellos? Esto es tiniebla y niebla para el alma y tiene principio en las reflexiones y las malas acciones. El Diablo tienta mediante un estímulo al cual el hombre todavía puede resistir, dando así inicio a todo el proceso; el hombre, por amor al placer y por vanagloria, entra de buena gana en tratativas. Su discernimiento le haría rechazar el estímulo, pero en la práctica le toma gusto y acepta.
Pero el que no haya, por lo menos, visto este proceso general del pecado, rezando a este propósito, ¿será purificado? ¿Y si no fuera purificado, como accederá al lugar de la pureza natural? Y si no accede, ¿como verá la morada más interior de Cristo? ¡Ya que somos morada de Dios, según la palabra profético, evangélica y apostólica!
Deberemos pues, conformándonos con lo que nos fuera dicho, buscar la morada y golpear a la puerta, con perseverancia, mediante la oración. De tal modo que, ya sea aquí o en el final de nuestras vidas, el Amo nos abra y no suceda que si hemos sido negligentes Él nos diga: No sé donde estáis. No sólo debemos pedir y recibir, sino custodiar lo que nos ha sido dado, pues hay algunos que han recibido pero luego han perdido. Por tanto, un simple conocimiento, o aun una experiencia accidental de las realidades que se han dicho, pueden tenerlos también aquellos que han empezado tarde a aprender, y los jóvenes. Pero en cuanto a la práctica constante y paciente, eso es sólo de aquellos que son píos y experimentados entre los ancianos, a los cuales ha sucedido a menudo perderla por falta de atención, luego de buscarla mediante fatigas voluntarias y de encontrarla. También nosotros no cesarnos de hacerlo así, hasta tanto no la poseamos sin que nos pueda ser quitada.
Entre los muchos preceptos de la ley espiritual, hemos conocido estos pocos. Son preceptos que incluso el gran Salmista continuamente sugiere a quien asiduamente trata de hacer y de aprender en el Señor Jesús. A Él la gloria, el poder y la adoración, ahora y por los siglos. Amén.

La Filokalia

Nilo, El Asceta

La patria del bienaventurado Nilo fue Constantinopla, y su maestro el bienaventurado Crisóstomo. Floreció alrededor del año 442. Poseedor de nobleza y de riquezas, tuvo el título de gobernador de la ciudad donde vivió. Sin embargo, en cierto momento, se despidió de todos y escogió la vida ascética, pasando a vivir en el monte Sinaí. Rico poseedor de nuestra sabiduría y de la pagana, nos dejó distintos escritos llenos de sabiduría espiritual y de gracia indecible. De los mismos hemos escogido como la abeja a la flor, el "Discurso sobre la oración," dividido en 153 capítulos, y el escrito titulado "Asceticón", con los que saludamos a los lectores ofreciéndoles estas celdillas de abeja, las que destilan realmente miel, ambrosía y néctar y prometen un copioso fruto, de utilidad. El sapientísimo Focio se refiere al monje Nilo, en el código 301, p. 266, con estas palabras: "Y he leído también un escrito del monje Nilo, dividido en 153 capítulos, en los cuales este hombre divino nos describe el tipo de la oración; e incluso muchos de sus escritos de gran valor, que atestiguan ya sea su perfección como su fuerza en los discursos."
De este autor sobre quien Nicodemo el Hagiorita nos refiere una tradición legendaria, recogida por los Sinasarios bizantinos - no se poseen datos fidedignos. Sólo se sabe que el monje Nilo vivió seguramente en Ancira (Ankara), que posiblemente fue discípulo de Juan Crisóstomo, autor de un corpus de escritos exegéticos y ascéticos y de muchas cartas. A este corpus se agregaron escritos de otros autores, en particular de Evagrio. El corpus de las obras de Nilo, a pesar de la oscuridad que rodea al personaje después de su muerte, ha tenido mucha importancia entre los monjes y la espiritualidad oriental. (En cuanto a la obra y la espiritualidad de Nilo, cf. Marie -Gabrielle Guérard, en Dictionnaire de Spiritualité, 11, fascículo LXXII-LXXIII, 345. 356).

Discurso sobre la Oracion

Al tocarme con tu carta llena de amor a Dios, como es tu costumbre, me has restablecido cuando estaba con fiebre producida por la llama de las pasiones impuras. Has consolado mi intelecto fatigado por las cosas más turbias y has imitado felizmente al gran Guía y Maestro. Y no hay por qué maravillarse ya que siempre están contigo, como con el bendito Jacob, las ovejas (señaladas). Pues, habiendo servido por Raquel y habiendo recibido a Lía, también buscas a la deseada, como el que ciertamente cumplió siete años de servicio también para ésta. Sin embargo, no podría decir que, luego de cansarme toda la noche, no he pescado nada, ya que habiendo bajado las redes, siguiendo tu palabra, he pescado una cantidad de peces, que no diría son muy gruesos, pero que llegan al número de ciento cincuenta y tres. Te los envío dentro del canasto de la caridad, mediante un número similar de capítulos, cumpliendo así la orden.
Te admiro en tu amor por los capítulos sobre la oración y mucho envidio tu muy noble propósito; ya que no amas simplemente estos escritos hechos con tinta sobre el papel, sino aquellos que la caridad y la ausencia de resentimiento hacen permanecer en la mente. Pero puesto que todas las cosas vienen en pareja, una frente a la otra (Si. 42, 24), según el sapientísimo Jesús, acoge (el don) además de la carta, y mantenlo en tu espíritu, ya que la mente precede siempre a la carta, y de no existir esto, tampoco existirá la tal carta. Por tanto, también el modo de la oración tiene que ser doble: uno es activo y el otro es contemplativo. Y así sucede también respecto del número: lo inmediato es la cantidad, pero el significado es la calidad.
Hemos dividido el discurso sobre la oración en ciento cincuenta y tres capítulos y te hemos enviado el pez evangélico, para que tú encuentres en éste la dulzura del número simbólico y la figura triangular y hexagonal que indica el adorable conocimiento de la Trinidad junto a la descripción del presente orden mundano.
El número 100 por sí mismo es cuadrangular y el 53 triangular y esférico, ya que el 28 es por sí mismo triangular y el 25 es esférico, pues 5 da 25. Por lo tanto, no sólo tienes una figura cuadrangular, es decir, el cuaternario de las virtudes, sino que también tienes el sabio conocimiento de este siglo en el número 25, a causa del decurso circular del tiempo. Pues el tiempo decurre de semana en semana, de mes a mes, y se desarrolla de un año al otro, estación sobre estación, como lo vemos, por medio del movimiento de Sol y de la Luna, de la primavera y del verano, etc. El triángulo puede significar el conocimiento de la Santísima Trinidad. En otras palabras, si tomas al número 153 como si fuera triangular, a causa de la cantidad de los números (como resulta), verás en él la práctica, la física y la teología. Y aún más, la fe, la esperanza, la caridad: el oro, el incienso y las piedras preciosas. Esto en cuanto al número.
Pero frente a la pobreza de los capítulos, como el que sabe saciarse y permanecer en la necesidad, no te llenes de soberbia. Recuerda a Aquel que no despreció las dos monedas dé la viuda, sino que las aceptó más que la riqueza de muchos otros.
Por tanto, sabiendo custodiar el fruto de la benevolencia y de la caridad por tus sinceros hermanos, reza por el enfermo para que se mejore y para que en futuro camine llevando su cama, por gracia de Cristo. Amén
Si uno quiere preparar un perfume con un buen aroma, pondrá por partes iguales, según la ley, incienso puro, canela, ónix y mirra. Éstos corresponden a las cuatro virtudes. En efecto, si éstas están puestas en cantidades iguales y por partes iguales, el intelecto no será entregado al enemigo.
El alma purificada por el cumplimiento de los mandamientos hace que la condición del intelecto se mantenga firme y capaz de recibir el estado deseado.
La oración es la unión del intelecto con Dios; ¿en qué estado necesita pues el intelecto encontrarse para poder tenderse hacia el Señor, sin darse vuelta. y conversar con Él sin ningún intermediario?
Si Moisés, tratando de acercarse a los arbustos que ardían, no pudo hacerlo hasta tanto no se hubo quitado el calzado de los pies, tú que quieres ver a Aquel que supera todo sentido y todo pensamiento, y conversar con Él, ¿como no te desprenderás de todo pensamiento pasional?
Ruega. antes que nada, para que puedas obtener lágrimas, para que puedas ablandar con tu luto la dureza que se halla en tu alma; y luego de haber confesado contra ti mismo tus iniquidades al Señor, ruega por la obtención de su perdón.
Usa las lágrimas para que todos tus pedidos sean escuchados. Porque el Soberano se alegra si ruegas con lágrimas.
Si derramas fuentes de lágrimas cuando rezas, no te exaltes en ti mismo, como si fueras superior a los otros. Tu oración obtuvo ayuda para que tú puedas confesar voluntariamente tus pecados y hacer que el Soberano se tornara benévolo con tus lágrimas. No dirijas a tu pasión el antídoto de las pasiones, de modo que Aquel que te diera la gracia, no se enoje aún más.
Muchos, llorando sus pecados, han olvidado el motivo de sus lágrimas y, habiendo enloquecido, se desbandaron.
Resiste pacientemente y reza intensamente. Rechaza los ataques de los cuidados y los pensamientos que te turban y te agitan para quitarte la fuerza.
Cuando los demonios te ven lleno de ardor por la verdadera oración, insinúan pensamientos de ciertos objetos, como si fueran necesarios, y en breve exaltan su recuerdo, moviendo al intelecto en su búsqueda. Al no encontrarlos, se desanima y se entristece mucho. Cuando el intelecto se halla en oración, lo llaman los objetos de su búsqueda y de sus recuerdos, para que, inducido a conocerlos, pierda la oración fructuosa.
Lucha por mantener sordo y mudo tu intelecto en el tiempo de la oración, y así podrás rezar.
Cuando tienes una prueba o una contradicción provoca tu ánimo en contra de quien tienes frente a ti, o a irrumpir en un grito desconsiderado, recuerda la oración y el juicio sobre la misma, y pronto se tranquilizará dentro de ti el movimiento desordenado.
Cuanto hayas hecho por vengarte de un hermano que te ha ofendido, toco te servirá como un tropiezo en tiempo de oración.
La oración es un brote de humildad y de ausencia de cólera.
La oración es un fruto de alegría y de gratitud.
La oración es una defensa contra la tristeza y el desánimo.
Vé, mira lo que posees y dáselo a los pobres (Mt. 19, 21), toma la cruz y reniega de ti mismo, para poder rezar sin distracciones.
Si quieres rezar dignamente, reniega de ti mismo en todo momento, y si tuvieras que sufrir todo tipo de males, acéptalos con sabiduría por amor a la oración.
De toda dificultad, que sabrás soportar sabiamente, encontrarás el fruto en tiempo de la oración.
Si deseas rezar como se debe, no entristezcas a nadie. De otro modo, correrás en vano.
Deposita tu ofrenda, nos dice, delante del altar, y antes ve a reconciliarte con tu hermano, y entonces verás y rezarás sin turbarte. Pues el resentimiento enceguece la suprema potencia del alma de quien ora, y oscurece sus oraciones.
Aquellos que acumulan tristezas y resentimientos cuando rezan se asemejan a las personas que acarrean agua en un balde perforado.
Si estás acostumbrado a "soportar," rezarás siempre con alegría.
Cuando rezas como conviene, sucederán cosas tales por las que creerás que es injusto enojarse. Pero no es absolutamente justa la ira contra el prójimo, ya que si lo buscas, encontrarás que es posible que el problema se arregle sin ira. Busca todo medio a tu alcance a fin de que la ira no irrumpa.
Trata de que, mientras crees que curas a otro, no seas tú mismo un incurable poniendo un obstáculo a tu oración.
Si evitas la cólera, te mostrarás cauto y sabio, y te encontrarás entre el número de los que rezan.
El que está armado en contra de la ira, no soportará la concupiscencia. Ésta da materia a la ira, la que turba el ojo espiritual, corrompiendo el estado de la oración.
No reces sólo en las formas exteriores. Deberás dirigir tu intelecto al conocimiento de tu oración espiritual, con gran temor
A veces, no bien te pongas a rezar, lo harás bien. Otras, aun empeñándote mucho, no alcanzarás tu objetivo. Esto es a fin de que te empeñes aun más y, luego de haber obtenido el resultado, lo mantengas seguro.
Cuando se acerca un ángel, de inmediato se alejan aquellos que nos molestan, encontrando el intelecto gran alivio en el que reza correctamente. Pero a veces, cuando enfrentamos el habitual combate, el intelecto lucha a puñetazos, sin lograr levantar la cabeza. En este caso, se han impreso en el mismo distintas pasiones. Pero de todos modos, si insistes en tu búsqueda, encontrarás; y al que golpea se le abrirá.
No reces para que tu voluntad sea cumplida, ya que posiblemente no concuerde del todo con la voluntad de Dios. Debes rezar tal como te fuera enseñado, diciendo: Hágase tu voluntad (Mt. 9, 10) en mí. Y en toda situación pide siempre la misma cosa, que se haga su voluntad. Porque Él quiere el bien y lo que beneficia a tu alma. Tú, sin embargo, no deseas esto para nada.
A menudo, rezando, pedí que me sucediera lo que me pareció bien, insistiendo en mi pedido tontamente, ejerciendo violencia sobre la voluntad de Dios, y no permitiendo que Él me administrara lo que sabía era bueno para mí. Y a veces, después de haber obtenido lo que yo deseaba, tuve que sobrellevar lo recibido con mucha pena, pues no pedí que se hiciera la voluntad de Dios. En efecto, lo que me sucedió, no fue como yo lo hube pensado.
¿Qué otro bien si no Dios? Dejémosle a Él todo lo que nos concierne y eso estará bien para nosotros. Pues aquel que es absolutamente bueno es el que nos provee de buenos regalos.
No te sientas dolorido si no recibes enseguida de Dios lo que le pides. Él te quiere hacer un bien aun más grande, mientras perseveras en permanecer junto a Él en la oración. Pues, ¿que hay de más alto que conversar con Dios y estar distraído (de todo) al estar en su compañía?
La oración sin distracción es la más alta inteligencia del intelecto.
La oración es la ascensión del intelecto hacia Dios.
Si deseas orar, renuncia a todo para obtener todo.
Reza antes que nada para ser purificado de las pasiones; en segundo lugar, para ser liberado de la ignorancia y del olvido; en tercer lugar, de toda tentación y abandono (por parte de Dios).
En tu oración busca solamente la justicia y el Reino, es decir la virtud y el conocimiento. Todas las otras cosas te serán dadas por añadidura.
Es justo rezar no sólo por tu propia purificación, sino por aquella de todos tus símiles, a fin de imitar a los ángeles.
Observa si en tu oración estás verdaderamente frente a Dios o te dejas vencer por las humanas alabanzas y te sientes inducido a perseguirlas, cubriéndote como con un velo que es la prolongación de tu oración.
Ya sea en la oración con los hermanos como en la que hacemos en soledad, lucha por orar, no con la costumbre, sino con el sentido.
El sentido que tiene una oración es el de la meditación con temor, acompañado de compunción y dolor del alma en la confesión de los pecados, con secretos gemidos.
Si tu mente se deja sorprender todavía justamente en el tiempo de la oración, no sabe aún que el cristiano reza, pero se mantiene mundano y que su intención es la de embellecer la parte exterior de su tienda.
Rezando, vela con fuerza sobre tu memoria, a fin de que no te sugiera sus recuerdos; por el contrario muévete a ti mismo hacia el conocimiento del servicio divino. Pues el intelecto está demasiado dispuesto a dejarse depredar por la memoria en tiempo de oración.
Mientras rezas, la memoria suscita en ti fantasías de cosas pasadas o preocupaciones nuevas o las facciones de quien te ha entristecido.
El Demonio es muy envidioso del hombre que reza y usa todo medio a su alcance para destruir si su objetivo. Por lo tanto no cesa de mover pensamientos de cosas mediante la memoria, y, de levantar, mediante la carne, todas las pasiones, para poder impedir su nobilísima carrera y exilio en Dios.
Cuando, a pesar de sus esfuerzos, el Demonio no puede impedir la oración del justo, disminuye un poco su marcha, y luego se venga de él, una vez que aquel hubo rezado. En efecto, o lo enciende con ira, borrándole el estado excelente en que la oración lo dejara o lo excita mediante un placer irracional, y le ultraja el intelecto.
Luego de que hayas rezado como es debido, espera lo que no te es debido, y resiste valerosamente custodiando tu fruto. Pues desde un principio has sido destinado a esto: trabajar y custodiar. Que no suceda pues que después de haber trabajado dejes sin custodia tu trabajo, pues de nada te habrá servido orar.
Todo combate mantenido entre nosotros y los demonios impuros no se debe a otra cosa que a la oración espiritual. Para éstos la oración les es sumamente enemiga y odiosa; para nosotros, saludable y dulcísima.
Qué quieren los Demonios que obre en nosotros? Gula, fornicación, avaricia ira, rencor y todas las otras pasiones, de modo que la mente obnubilada por éstas, no pueda rezar como se debe. Ya que, cuando dominan las pasiones de la parte irracional, no le permiten moverse racionalmente.
Persigamos las virtudes teniendo presente las razones de las cosas creadas, y, éstas, teniendo presente el Logos que las ha creado. Porque Él suele manifestarse en el estado de oración.
El estado de oración es un hábito impasible que secuestra al intelecto enamorado de la sabiduría hacia las alturas intelectuales, con amor excelso.
El que quiere rezar verdaderamente, no sólo debe dominar la ira y la concupiscencia sino que debe salirse de todo pensamiento pasional.
El que ama a Dios conversa siempre con Él como con un padre, rechazando todo pensamiento pasional.
No es cierto que reza aquel que ha alcanzado la impasibilidad. Pues puede detenerse en simples pensamientos y distraerse en sus investigaciones, y estar lejos de Dios.
No es cierto que la mente ha ocupado ya el lugar de la oración, cuando no se embarca en simples pensamientos a propósito de objetos. Puede siempre detenerse en la contemplación de dichos objetos y meditar en sus razones, las cuales, aunque son simples expresiones, ya que son consideraciones a propósito de los objetos, dejan una impronta y una forma en la mente y la conducen lejos de Dios.
Si el intelecto no llega más allá de la contemplación de la naturaleza corpórea, no ha visto perfectamente aún el lugar de Dios. Puede, de hecho, detenerse frente al conocimiento de lo ininteligible, y participar en su multiplicidad.
Si quieres orar, necesitas a Dios, quien dona la plegaria a quien ora (1 S. 2, 9). Entonces invócalo, diciendo: Santificado sea tu nombre, venga tu Reino (Mt. 6, 9), esto es, el Espíritu Santo y tu Unigénito Hijo. Así fue enseñado, diciendo que debemos adorar al Padre en Espíritu y Verdad (Jn. 4, 24).
Aquel que ruega en Espíritu y Verdad no celebra más al Creador con motivo de sus criaturas, sino que lo alaba por Él mismo.
Si eres teólogo, orarás verdaderamente. Y si oras verdaderamente, eres un teólogo.
Cuando tu intelecto, teniendo un gran deseo de Dios, poco a poco sale -por así decirlo - de la carne y echa todos los pensamientos de la sensibilidad, del recuerdo y del temperamento, y al mismo tiempo, se ha llenado de temor y de alegría, entonces puedes pensar que te has acercado a los confines de la oración.
El Espíritu Santo, que se compadece de nuestra debilidad, viene a visitarnos incluso cuando no hemos sido purificados, y si encuentra un intelecto que le ruega, aunque fuera con el deseo de la verdad, baja sobre él y hace desaparecer la falange de razonamientos y de pensamientos que lo asedian, empujándolo hacia el amor de la oración espiritual.
Mientras los otros obran en el intelecto razonamientos o pensamientos o reflexiones, mediante la alteración del cuerpo, el Señor hace todo lo Contrario: viniendo directamente del intelecto pone allí el conocimiento de lo que quiere y, por medio del intelecto, calma la falta de templanza del cuerpo.
Nadie que habiendo amado la verdadera oración se enoja o siente rencor está exento de reproche. Pues es parecido a aquel que quiere tener la vista aguda y confunde los propios ojos.
Si sientes el deseo de rezar, no hagas ninguna cosa contraria a la oración; así Dios se acercará y caminará junto a ti.
No des forma a la divinidad en ti mismo cuando oras, ni permitas que tu mente reciba la impresión de una forma cualesquiera. Acércate inmaterialmente a lo inmaterial, y comprenderás.
Guárdate de los lazos de los adversarios, ya que sucede que cuando tú rezas con pureza y sin turbación se presenta ante ti una forma desconocida y extraña, para inducirte a la presunción de localizar en ella a la divinidad, y te convence de que la divinidad es eso que te ha sido revelado imprevistamente. Sin embargo, la divinidad no tiene forma. Cuando el Demonio envidioso no puede mover la memoria durante la oración, ejerce violencia sobre el equilibrio del Cuerpo para producir una fantasía extraña al intelecto y, por medio de ella, le da forma. Quien tenga la costumbre de detenerse en sus pensamientos, se doblara con facilidad; y el que aspire al conocimiento inmaterial e invisible, se dejará engañar, tomando humo por luz.
Permanece firme en tu lugar de custodia, custodiando tu intelecto de los pensamientos en el tiempo de la oración, para que se atenga a lo que le fue pedido y se mantenga fijo en la tranquilidad que le es propia. Así, Aquel que se compadece de los ignorantes, te visitará también, y recibirás el don gloriosísimo de la oración.
No podrás orar con pureza si te encuentras inmiscuido en asuntos de cosas materiales, y agitado por continuas preocupaciones. Pues la oración es la remoción de los pensamientos.
El que se encuentra atado no puede correr. El intelecto esclavo de la pasión ni siquiera puede ver el lugar de la oración espiritual. En efecto. es arrastrado y llevado lejos por el pensamiento pasional y no tendrá estabilidad sin sacudidas.
Si luego el intelecto ora con pureza y sin pasión, los demonios no o lo cercarán desde la izquierda, sino desde la derecha. Así, se le insinuarán con un apariencia la ilusoria de Dios en cualquier figura grata a los sentidos, de modo que éste cree haber alcanzarlo perfectamente el objetivo de su oración. Y todo ello, tal como lo dijera un hombre de ciencia espiritual, es obra de la pasión de la vanagloria, así como del Demonio, que toca el punto interesado del cerebro.
Yo creo que el Demonio, tocando el punto que mencionamos, maneja la luz que rodea al intelecto, y así la pasión de la vanagloria es puesta en movimiento hacia un pensamiento que induce al intelecto a localizar con ligereza el divino y esencial conocimiento. Un intelecto tal, que no es más molestado por las pasiones carnales e. Impuras, sino que realmente se encuentra en un estado de pureza, cree que no se ejerce en él ninguna otra energía contraria, por lo que supone que esta manifestación -producida en él por el Demonio - es divina. El demonio usa su enorme habilidad por medio del cerebro, distorsionando la luz que esta unida al intelecto y dirigiéndola tal como hemos dicho.
El ángel de Dios, acercándose, hace que cese en nosotros con una sola palabra, toda obra del Adversario, y reconduce la luz del intelecto a obrar sin desviaciones.
Lo que se dice en el Apocalipsis, respecto del ángel que trae el incienso para ponerlo en las oraciones de los santos, creo que se refiere a esta gracia obrada por medio del ángel. En efecto, produce el conocimiento de la verdadera oración, de modo que el intelecto se mantiene firme, lejos de toda sacudida, pereza o descuido.
Se dice que las copas portadoras de incienso son las oraciones de los santos, que eran llevadas por los veinticuatro ancianos. Pero deberemos entender que la copa significa nuestra amistad con Dios, es decir, la caridad espiritual y, perfecta en la que la oración es accionada en lo íntimo, en Espíritu y Verdad.
Cuando te parezca que no necesitas de lágrimas por tus pecados, en tu oración, considera cuán lejos estás de Dios, cuando deberías haber estado siempre con Él, y llorarás más abundantemente.
Realmente, reconociendo tus límites, lo harás todo más fácilmente llamándote infeliz, como lsaías, porque siendo impuro y encontrándote en medio de un pueblo parecido a ti en su impureza - es decir de adversarios - te atreverás a presentarte ante el Señor de los Ejércitos.
Si rezas verdaderamente, encontrarás plena certeza y los ángeles te acompañaran como a Daniel, y te iluminarán a propósito de la razón de ser.
Debes saber que los ángeles nos guían en nuestra oración y nos asisten, alegrándose con nosotros y rezando por nosotros. Pero si somos negligentes y acogemos pensamientos extraños, los irritamos mucho; justamente porque ellos luchan tanto por nosotros y nosotros no queremos ni siquiera implorar a Dios por nosotros mismos, sino que despreciarnos su servicio y, abandonando a su Soberano y Dios, nos entretenemos con los demonios impuros.
Ora convenientemente y sin turbación, salmodiando con inteligencia y con ritmo y serás como un nacido de águila y llevado hacia lo alto.
La salmodia calma las pasiones y aplaca la intemperancia del cuerpo; la oración ejercita el intelecto en la operación que le es propia.
La oración es una operación conveniente a la dignidad del intelecto, es en otras palabras el uso mejor y más auténtico del mismo.
La salmodia pertenece a la sabiduría múltiple; la plegaria es el preludio del conocimiento inmaterial y simple.
El conocimiento espiritual es excelente. Es cooperador de la plegaria que despierta la potencia espiritual del intelecto, y que lo lleva a la contemplación del conocimiento divino.
Si aún no has recibido el don de la oración o de la salmodia, persiste en tal espera y lo recibirás.
Y les contaba también la parábola que dice que es necesario orar siempre y no cansarse nunca. Por tanto, no te canses ni pierdas el ánimo -si no lo has recibido - porque lo recibirás luego. Y concluía la parábola diciendo: Aunque no temo a Dios ni tengo miramientos por el hombre, puesto que esta viuda persiste en fastidiarme, le haré justicia. De este modo también Dios vengará a aquellos que le imploran noche y día (Lc. 18, 1-8). Ten un buen ánimo pues, y persevera en la fatiga de la santa oración.
No quieras que tus cosas vayan como te parece bien a ti, sino como gustan a Dios. En tu oración te encontrarás sin turbación y lleno de gratitud.
Aunque te parezca que estás unido a Dios, cuídate del demonio de la fornicación, pues es sumamente engañador y muy envidioso, y pretende estar más presto en el movimiento y en la vigilancia que tu intelecto, de modo de arrancar a Dios aquel que se encuentre ante él con piedad y temor.
Si cultivas la oración, prepárate para los asaltos de los demonios y soporta con fortaleza sus golpes. Ellos se echarán sobre ti como fieras salvajes y maltratarán todo tu cuerpo.
Prepárate como un luchador experto, y si ves de repente una imagen no vaciles: aunque fuera una espada desenvainada contra ti, o una lámpara que golpea tu cara, no te turbes. Y si fuera una cosa repugnante y sangrante, no pierdas tu coraje de ninguna manera. Permanece de pie y haz tu confesión de fe como corresponde, así soportarás más fácilmente a tus enemigos.
Aquel que soporta las aflicciones, obtendrá también consolación. Y el que persevera en las cosas desagradables, no será excluido de las agradables.
Cuida que los demonios salvajes no te engañen mediante una visión cualquiera; permanece atento y recurre a la oración. Invoca a Dios: si tu pensamiento está con Él, Él mismo te iluminará. Y si no, rápidamente aleja de ti al seductor. Y anímate porque los perros no permanecerán de pie si has hecho con ardor tu súplica a Dios. Ya que, de inmediato, vencidos invisiblemente y a escondidas por la potencia de Dios, serán echados muy lejos.
Es justo que no ignores ni siquiera este engaño, esto es, en determinado momento, los demonios se dividen. Si pareciera que estás buscando ayuda contra una parte de ellos, los otros tornan aspectos angélicos, rechazando a los primeros para que tu conocimiento sea engañado por ellos, pensando que verdaderamente son ángeles.
Cultiva gran humildad y coraje y la ofensa de los demonios no atacará tu alma y el flagelo no se acercará a tu tienda, porque por ti ordenará a sus ángeles que te custodien (Sal. 90, 10). Y éstos invisiblemente alejarán de ti toda la operación del Adversario.
El que cultiva una oración pura, oirá estrépito, ruidos, voces e insultos de los demonios. Pero no caerá ni entregará su razonamiento, diciendo a Dios: No temeré ningún mal porque tu estás conmigo (Sal. 22, 4). Y cosas similares.
En el tiempo de estas tentaciones, usa una oración breve e intensa.
Si los demonios amenazan aparecer de improviso desde el aire, y abatir y depredar tu mente, no te dejes aterrorizar por ellos ni te preocupes por sus amenazas, ya que te asustan para ver si les prestas atención o los has despreciado del todo.
Si en la oración estas delante de Dios omnipotente que todo lo ha creado y todo provee, ¿por qué permaneces en actitud tan irracional, descuidando el temor hacia Él, que no debería ser nunca suprimido, asustándote de mosquitos y cucarachas? ¿o no has oído a Aquel que dice: ¿Temerás al Señor tu Dios? (Dt. 6, 13) ¿Y también: Aquel ante cuya potencia se aterrorizan y tiemblan las cosas?
Así como el pan es la nutrición para el cuerpo y la virtud para el alma, así la oración espiritual es la nutrición para el intelecto.
En el lugar sagrado de la oración, ora no como lo haría el fariseo, sino como lo hizo el publicano, para que tú también puedas ser justificado por el Señor.
Lucha por no rezar en contra de alguien, de modo que tú no destruyas lo que construyes, tornando tu oración abominable.
Que el deudor de diez mil talentos te sirva de lección, porque si no perdonas a tu deudor, tampoco tú obtendrás el perdón. En efecto, nos dice que lo entregó a los torturadores.
No tengas en cuenta las exigencias del cuerpo en el momento de la oración, de tal modo que la mordedura de una pulga o de un piojo, la picadura de un mosquito o de una mosca, no te hagan perder la más grande ganancia de tu oración.
Hemos oído decir que el Maligno combatió tanto a un santo que se encontraba en oración que, mientras éste tendía sus brazos, aquel adoptó la forma de un león y, levantando sus patas anteriores para mantenerse erecto, simulaba clavar sus garras en ambos lados del luchador, no alejándose mientras éste no bajara sus brazos. Pero el santo no los bajó hasta que no hubo terminado con sus oraciones de costumbre.
Otro santo fue, como sabemos Juan el Pequeño - o para decirlo mejor, un grandísimo cristiano - que llevó una vida solitaria en un foso. Debido a su gran unión con Dios, permanecería inmóvil, mientras el Demonio, bajo la forma de una serpiente, lo enroscaba, comiéndole las carnes, vomitándole en la cara.
Ciertamente has leído también a propósito de la vida de los monjes de Tabenisis, donde se narra que, mientras el abad Teodoro decía unas palabras a los hermanos, se acercaron dos víboras a sus pies y él sin turbarse, habiendo hecho con los pies una especie de hueco, allí las mantuvo hasta que no cesó de hablar; luego las mostró a los hermanos, y contó el hecho.
De otro hermano espiritual hemos leído que, mientras oraba, una víbora entró y lo atacó en un pie. Pero él no bajó las manos hasta que no hubo terminado su oración habitual, no recibiendo ningún daño, ya que él amaba a Dios más que a sí mismo.
No tengas tu mirada distraída durante la oración y, renegando de tu carne y de tu alma vive según tu intelecto.
Otro santo que oraba intensamente y llevaba una vida solitaria en el desierto fue asaltado por los demonios, quienes por dos semanas se lo tiraban, uno a otro, como si fuera una pelota, lanzándola al aire y dejándolo caer sobre una estera. Sin embargo, no lograron que el intelecto del santo abandonara su ardiente oración.
Y también, otro amigo de Dios, mientras se encontraba sumergido con su pensamiento en la oración, caminaba en el desierto, se acercaron dos ángeles quienes lo acompañaron en su caminar, dejándolo en el medio. Pero él no les prestó atención, a fin de no perderse lo mejor. Ya que recordó la palabra del Apóstol que dice: "Ni los ángeles ni los principados ni las potestades podrán separarnos del amor de Cristo."
El cristiano, mediante la oración, es igual a los ángeles al desear ver el rostro del Padre que está en los Cielos.
No trates de recibir en absoluto una forma o una figura en tiempo de oración.
No desees ver ni los ángeles, ni las potencias, ni a Cristo en forma sensible, para no perder completamente tu juicio, recibiendo al lobo en lugar del pastor o postrándote ante los demonios enemigos.
La vanagloria es el principio de la ilusión del intelecto, porque es ella la que empuja al intelecto a tratar de circunscribir a la divinidad en formas o figuras.
Te diré lo que pienso, cosa que ya he transmitido a los más jóvenes: bendito el intelecto que en el tiempo de oración ha adquirido una perfecta ausencia de formas.
Bendito sea el intelecto que, orando sin distracciones, adquiere un creciente deseo de Dios.
Bendito sea el intelecto que, en tiempo de oración, se torna inmaterial y se desnuda de todo.
Bendito sea el intelecto que, estando en tiempo de oración, ha adquirido una perfecta insensibilidad.
Bendito el cristiano que, después de Dios, considera a todos los hombres como a Dios.
Bendito el cristiano que considera como cosa propia y con alegría plena, la salvación y el progreso de todos.
Cumple perfectamente con la oración aquel que convierte en fruto para Dios, siempre, todas las primicias de su pensamiento.
Evita toda mentira y todo juramento si deseas orar como un cristiano. De otro modo finges en vano lo que te es extraño.
Si deseas orar en espíritu, no busques nada en la carne, así no tendrás nubes que te nublen en tiempo de oración.
Confía a Dios las necesidades de tu cuerpo y será claro que a Él también confiarás las de tu espíritu.
Si obtienes las promesas, reinarás. Por lo tanto, teniéndolas como objetivo, podrás sobrellevar fácilmente la presente pobreza.
No rechaces la pobreza ni las tribulaciones, la materia de la oración es liviana.
Que las virtudes del cuerpo te sirvan de base para las del alma, y las virtudes del alma para aquellas que son espirituales, y éstas para el inmaterial y esencial conocimiento.
Cuando oras luchando contra el pensamiento, si éste desistiera fácilmente, examina de dónde surge esto, ya que puede que seas acechado y, al ser engañado, te entregues a ti mismo.
A veces, sucede que los demonios te sugieren pensamientos y te inducen a que reces, como es natural, en contra de ellos, o para que los contradigas, y espontáneamente se retiran a fin de que tú te engañes, creyendo que has empezado a vencer a tus pensamientos y a causarles miedo.
Si oras en contra de la pasión o contra el demonio inoportuno, recuerda a Aquel que dice: Perseguiré a mis enemigos y los agarraré, y no retornaré hasta que se dobleguen; los aplastaré y no podrán permanecer derechos, cayendo bajo mis pies, etc (Sal 17:38-39).
Oportunamente dirás estas cosas, armándote en contra de los adversarios.
No pienses que tienes la virtud si antes no has combatido por ella hasta llegar a la sangre. Deberemos resistir hasta la muerte en contra del pecado, ardorosa e irreprensiblemente, según el divino Apóstol.
Si has sido de utilidad para alguno, recibirás daño de otro, para que, sintiéndote ofendido, digas o hagas algo malo y se pierda malamente lo que habías bien recogido. Éste es de hecho, el objetivo de los demonios malignos. Por tanto, deberemos cuidarnos con buen criterio.
Presta atención a los ímpetus embravecidos de los demonios, preocupándote de cómo huir a su esclavitud.
De noche los demonios malignos se presentan ante el maestro espiritual para turbarlo personalmente; de día se sirven de los hombres para rodearlo de dificultades, de calumnias de peligros.
No evites a las lavanderas. Si al batir y tironear, golpean y friegan, tus vestiduras se tornarán resplandecientes.
Mientras no hayas renunciado a las pasiones y tu intelecto resista a las virtudes y a la verdad, no encontrarás perfume de incienso en tu seno.
¿Deseas rezar? Transfiérete de las cosas que están aquí y conserva continuamente la ciudadanía de los Cielos. Haz esto no solamente con la palabra, sino también con la práctica angélica y con la ciencia divina.
Si recuerdas cuán terrible e imparcial es el juez solamente en tus aflicciones, no has todavía aprendido a servir al Señor en el temor y a exultar delante de Él en el temblor. Debes saber que aun en los alivios y en el relajamiento espiritual debemos servirle aún con más respeto.
Es un hombre criterioso aquel que antes de una perfecta conversión no cesa de recordar con tristeza sus pecados y la justa pena que ellos le depararán en el fuego eterno.
Que aquel que se detiene en los pecados y en los accesos de cólera, y osa imprudentemente acercarse a la ciencia de las cosas divinas o hasta entrar en la oración inmaterial, reciba el reproche del Apóstol, según el cual no está excepto de peligro el orar con la cabeza descubierta. En efecto, nos dice: Un alma tal debe tener la señal de un poder sobre su cabeza a causa de los ángeles (1 Co 11:10) presente, rodeándose de pudor y de humildad convenientes.
Así como no es bueno para uno que está enfermo de los ojos mirar el sol en pleno mediodía, pues tendrá una imagen fortísima y abrasante, develada e intensa, así ni siquiera al intelecto pasional e impuro y arrebatado por la pasión, le beneficiará la imitación de la oración plena en espíritu y verdad, terrible y maravillosa; por el contrario, suscitará el desdén de la divinidad en contra de ella.
Si el que es perfecto e incorruptible no recibió al que se acercó al altar con su ofrenda, hasta tanto no se hubo reconciliado con el prójimo entristecido con él, considera cuánta custodia y discreción se necesita para ofrecer a Dios, sobre el altar espiritual, incienso que le sea grato.
No seas uno que goza del hablar y de su gloria, pues no sobre tus espaldas sino sobre tu cara, fabricarán los pecadores, y serás para ellos objeto de alegría maligna en tiempo de oración, arrastrado y adulado por ellos con pensamientos extraños.
La atención que busca la oración, encontrará la oración. En efecto, ninguna otra cosa sigue a la oración más que la atención, por lo que deberemos estar siempre celantes.
Así como la vista es el mejor de todos los sentidos, así la oración es la más divina de todas las virtudes.
La excelencia de la oración no consiste en la simple cantidad, sino en su calidad. Lo demuestran aquellos que suban al templo, y además: Vosotros que rezando no desperdiciáis palabras (Mt. 6, 7). Mientras tú atiendas a la conveniencia de tu cuerpo, y tu inteligencia se interese en las cosas agradables de tu tienda, no habrás ubicado aún el lugar para la plegaria, y la vía bendita de ésta se encontrará aún lejana de ti.
Cuando, mientras oras, te hallas más arriba de toda otra alegría, entonces has encontrado verdaderamente la oración

La Filokalia
Glosario

Acedia (akidía): tedio, desgano, pereza e inercia espiritual. Genera obtusidad del espíritu, impotencia de la voluntad y disgusto por los mismos dones de Dios.

Aflicción Espiritual (pénthos): Se hubiera podido traducir como, "luto": el término define, de hecho y en modo particular, aquel dolor que acompaña el luto por alguien. En la vida cristiana, se designa con esta palabra el estado de llanto por el pecado, para todo aquel que es consciente de la gravedad de éste. La aflicción espiritual es presentada por las Escrituras como la actitud que debe acompañar la conversión (cf. por ej. Gá. 2, 12 y St. 4, 9), y es a menudo vista por los Padres como aquella aflicción llamada por el Señor "bienaventurado" (cf. Mt 5:4). Es llamada también haropós, que significa "obradora de alegría," porque el que permanezca en esta "tristeza según Dios" (cf. 2 Co. 7, 10), vive siempre más en la plenitud de la gratitud y en un amor lleno de asombro por Aquel que lo ha salvado y continuamente lo salva.

Asalto (prosvolí): ver Estímulo

Carne (sarks): indica - conforme al uso bíblico - la naturaleza humana, caída y pecadora. En este sentido el término incluye, por lo tanto, la realidad humana completa, alma y cuerpo. Otras veces es usado para indicar el cuerpo en contraste con el alma, subrayando así, aquellos impulsos desordenados del cuerpo hacia las cosas y las realidades corpóreas, que tornan difícil el gobierno de las facultades espirituales del hombre, y que se oponen a la aspiración del alma humana que tiende hacia Dios.

Ciencia: ver Conocimiento espiritual.

Compunción (katánixis): Como bien lo define la etimología de la palabra, significa ser atravesado por algo punzante. De esta manera, se define la íntima experiencia del alma que percibe la gravedad de su pecado en relación con la inmensidad del amor divino y con la majestad de Dios. La compunción se experimenta como una herida punzante en el corazón: al ser herido, brota todo el veneno del mal, ablanda su dureza, infunde, junto con el dolor por el pecado cometido, un sentimiento profundo de paz, de alivio, un humilde y amante reconocimiento de nuestra indignidad frente al indecible amor divino. Con respecto a la aflicción espiritual, la compunción es, quizás, un estado menos intenso y más atenuado que, desde su inicio, tiene un componente de dulzura que no tiene la aflicción espiritual, la cual es, decididamente, un estado de "luto" debido a la muerte producida por el pecado.

Concupiscible (to epithimitikón): una de las tres potencias del alma, y, según la filosofía griega, es la potencia del deseo. Según natura, lo concupiscible fue puesto en el hombre como una potencia que le hacía tender a Dios. Obnubilado por el pecado, éste tiende a acercarse a las cosas creadas, buscando su posesión (ver también irascible).

Conocimiento espiritual o Ciencia (gnósis): realización propia de la operación del intelecto (distinta de la operación discursiva de la razón) que, iluminado por la fe y por la acción de la Gracia, y en la medida en que es purificado, penetra progresivamente, ya sea las razones de las cosas o el misterio de Dios, ascendiendo los varios escalones del conocimiento espiritual (ver también discernimiento), hasta alcanzar la contemplación y la teología. El término asume matices diversos, según los distintos autores y períodos espirituales. Para tener un pantallazo de la historia del conocimiento en el cristianismo, se pueden encontrar algunos capítulos claros e interesantes en L. Bouyer, Espiritualidad de los Padres II , Bologna, Ed. Dehoniane, en particular pág, 79 -143 y 332 y ss.

Contemplación (theoría): hay dos aspectos de la contemplación: la percepción y la visión del intelecto, que penetra las razones (lógi) de las cosas creadas, razones contenidas en el Verbo (Lógos), principio unitario del cosmos; y aquel, - muy sublime -, que emerge del intelecto, en el misterio mismo de Dios (ver teología). En este segundo caso, el intelecto es completamente atraído por el objeto espiritual que contempla, a tal punto, que todas las cosas exteriores se convierten en ausentes de la conciencia. Se habla a veces recontemplación de un modo menos específico, con respecto a niveles intermedios de concentración sobre un objeto espiritual.

Contradicción (antilogía): es la oposición a las sugestiones de las pasiones o de los demonios.

Conversión o arrepentimiento (metánia): etimológicamente, la palabra griega significa "cambio de la mente." Se trata, pues, de algo que no se resuelve en un sentimiento, aunque se implique verdadero dolor y compunción, sino que hace cambiar el rumbo del pensamiento del hombre, llevándolo a tomar la forma del pensamiento divino, expreso en la Palabra y en la ley divina en lo íntimo. Un cambio de pensamiento lleva, necesariamente, a un cambio en el actuar, a una conducta que se rectifique de alguna manera, que corrija y repare la conducta precedente, de la cual nos hemos arrepentido: por eso ha sido quizás necesario traducir esta única palabra con el vocablo castellano "penitencia,"que agrega un matiz práctico y expresa mayormente la concreción existencial de la conversión o del arrepentimiento.

Corazón (kardía): considerado - conforme a la antropología bíblica -, el centro del ser humano, principio determinante de las elecciones y de los deseos de la persona. Por cierto, incluye también los sentimientos y las emociones, pero es mucho más, y se podría decir que en él se concentra todo aquello que san Pablo llama el "hombre interior" (cf. Rm. 7, 22 ss). Es considerado como el órgano mediante el cual la gracia penetra, no solamente el alma, sino también todos los miembros del cuerpo El corazón es también el centro de la lucha, según la enseñanza evangélica: Del corazón salen malos pensamientos, homicidios, adulterios, prostituciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias (Mt. 15, 19).

Custodia del corazón, del intelecto (filakí kardía, filakí nus): ver sobriedad.

Discernimiento (diákrisis): en general, es la capacidad de acoger las mociones de la gracia y los signos de Dios, asumiéndolos, sin alterarlos por exceso o por defecto; se refiere también a la capacidad de distinguir la acción verdadera de la gracia y de los impulsos que proceden de ella, de los engaños del demonio, quien puede quizás, presentarse bajo la apariencia del bien. El discernimiento entre el bien y el mal pertenece a la verdadera ciencia. En un padre espiritual, además, el discernimiento se manifiesta también por la capacidad de adaptarse, en alguna manera, a la "medida" del interlocutor, secundándolo y disponiéndolo a recibir mociones del Espíritu, sin prevenirlo ni inducirlo a hacer lo que Dios aún no le pide y para lo que, en consecuencia, no da la gracia necesaria.

Economia (ikonomía): se entiende sustancialmente como el complejo misterio de las divinas disposiciones de la Providencia, relativas a la salvación y a su total desarrollo en la obra de la encarnación -redención, en Cristo.

Energía (enérgia): Ver Operación.

Eros (éros): aplicado a Dios, indica el fuego ardiente y el deseo unitivo que empuja al hombre hacia Dios. Más que el término griego agápi (habitualmente traducido por "amor") quiere indicar una intensidad estática del amor, según la expresión del Pseudo Dionisio: "El amor de Dios es estático, porque no permite que los amantes permanezcan en sí mismos, sino que los convierte en posesión de los amados" (De divinis nominibus, IV 13, PG 3, 712 A).

Espiritual o Inteligible (noitós): todo lo que se refiere al intelecto, entendido como suprema facultad espiritual del hombre y visto como el núcleo más profundo del alma. Es por ello que nos pareció mejor traducir como "espiritual" antes que "inteligible," ya que esta última palabra - aunque sea más exacta -, tiene un matiz más bien intelectual y abstracto, desviando a veces el sentido respecto a estos discursos.

Estímulo (prosvolí): estímulo o asalto es el impulso inicial al mal. Si, mediante la fuerza de la oración constante, y la "custodia del corazón," el mismo es inmediatamente rechazado, la tentación es erradica da de raíz.

Fe (parrisía): etimológicamente, en griego, significa "decir todo," es decir, libertad de palabra y, por lo tanto, confianza, franqueza, seguridad. En el Nuevo Testamento, tiene generalmente un sentido positivo: es la seguridad infundida por el Espiritual, para dar testimonio en Cristo, frente a Dios. Pero el vocablo tiene también el significado negativo de excesiva seguridad, desenfado, libertad en sentido negativo, libertad equivocada, exceso de confianza en sí mismo: éste es quizás, el sentido prevalentemente usado por nuestros autores. Indica de este modo, la actitud fundamentalmente contraria a la humildad.

Filosofía, Filosofar (filosofía, filosofín): la tradición cristiana ha usado este término remontándose a su sentido etimológico de amor a la sabiduría, y lo ha aplicado a la globalidad y coherencia de la vida del cristiano, en composición a la "filosofía" entendida como especulación abstracta. Aun más, ella es la búsqueda de aquella verdadera sabiduría que viene de lo alto, que es un regalo vital del Espíritu, y que informa concretamente a la vida cristiana, dándole un sentido evangélico.

Física: contemplación natural (ver contemplación).

Gnóstico: aquel que tiene el don de la ciencia o el conocimiento espiritual

Hesicasta (isihastís): aquél que practica la hesichía.

Hesiquía (isihía): indica al mismo tiempo recogimiento, silencio, soledad exterior e interior, unión con Dios. Es un termino técnico en la historia de la espiritualidad monástica, que refiere el estado de quietud y de silencio de todo el ser del hombre, necesario para permanecer con Dios: es una concentración sobre lo único necesario (cf. Lc. 10, 42), buscada también mediante condiciones externas. De tanto en tanto, el término podrá referirse al solo aspecto interior y espiritual, o bien, a las condiciones externas que lo favorecen, o a ambas cosas.

Impasibilidad (apáthia): estado de reintegración del alma a su pureza y libertad originales. Para algunos autores, tiende a indicar una verdadera liberación de las pasiones: para otros, más bien un retorno al buen uso de aquellas pasiones que Dios originariamente creó, orientándolas al bien. El vocablo no debe pues, ser entendido con el matiz negativo de la indiferencia, que es de uso común; tal liberación es, por el contrario, asimilable a la pureza del corazón y se orienta hacia la caridad.

Intelecto (nus): es la suprema facultad humana y órgano de la contemplación; es aquella parte del espíritu humano que - contrariamente a la razón -, no procede de modo discursivo, sino que percibe intuitiva y sintéticamente la verdad divina, de la iluminación de la gracia. Por medio del intelecto, a través de grados sucesivos, el hombre avanza en el conocimiento espiritual, a los niveles supremos de la contemplación.

Inteligible (noitós): ver Espiritual.

Irascible (to thimión): es una de las tres potencias del alma, conforme a la griega. Lo irascible, o potencia irascible, manifiesta su accionar en la cólera o en la ira, en el desdén o, en general, en sentimientos e impulsos particularmente ardientes y violentos. Usado según natura, vuelve a su fuerza contra los demonios o rinde más ardiente el ímpetu de la atracción hacia Dios, pero en la naturaleza herida por el pecado, se ha con vertido en fuerza prevalentemente negativa, origen de toda violencia (ver también concupiscible y racional).

Libertad: equivocada, negativa, excesiva (parrithía): ver fe.

Meditación (meletí): el sentido del vocablo no corresponde habitualmente al moderno de meditación. Indica, antes que nada, una especie de frecuente petición, a menudo hecha en voz alta o a media voz, de trozos o versículos bíblicos, o bien de una expresión de súplica, a menudo inspirada en las Escrituras. Otro aspecto es el de la meditación llamada "secreta," constituida por la constante repetición, como en el caso precedente, de versículos bíblicos o invocaciones, practicadas no exteriormente, sino como constante actividad mental. O, como se dirá en los siglos sucesivos, referido al intelecto fijado en lo profundo del corazón, en las profundidades del hombre interior La oración de Jesús es una de las fórmulas, inicialmente múltiples, usadas para la meditación, ya sea en su aspecto más externo de repetición vocal o como meditación "secreta."

Mente (diánia): lugar e instrumento de los procesos discursivos de la razón, usado también para indicar la razón misma: diferenciada del intelecto e inferior a él. Ver el vocablo razón.

Natura, según y contra n. (katá físin, pará físin): "según natura" y "contra natura." Son expresiones con las cuales los Padres se refieren al obrar de una pasión, conforme o contrariamente al que fuera su cometido originario en la naturaleza humana, tal como surgió de las manos de Dios. Por ej. la ira, es aquel impulso de desdén vehemente que el hombre debe dirigir contra los demonios y el mal, y de tal modo, esta pasión obra "según natura" cuando el desdén se dirige contra el hermano, entonces la pasión obra "contra natura" debido a la zozobra que el pecado ha producido en la naturaleza humana.

Olvido (líthi): es el olvido de los grandes beneficios de Dios, de su amor, de sus juicios, y es, al mismo tiempo, el olvido de nuestro mal y, por lo tanto, de nuestra necesidad de ser salvados. Éste paraliza la vida del espíritu, eliminando la oración, la acción de gracias y la confesión, y torna el alma siempre más opaca, inerte, incapaz de buscar a Dios. Es uno de los mayores enemigos de la vida espiritual, en la medida en que el recuerdo es, por otro lado, una de las más eficaces ayudas para progresar.

Operación (enérgia): operación o más bien energía, es la acción propia de cada naturaleza. El término es usado también para indicar la acción divinizante de Dios, y también el acto, la acción puntual, en oposición a la acción habitual o hábito.

Oración de Jesús (Isuevhí): es la invocación del Señor Jesús, constantemente repetida con los labios, con la mente y con el corazón o, por don divino, con el corazón solamente, poniendo en ello el intelecto silenciosamente entregado. La fórmula más habitual es: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí." Junto con alguna técnica que quizás ayude a la concentración, ésta produce realmente sus frutos, dependiendo de la fe intensa y actualizada al máximo en nuestro Señor Jesús.

Pasion (páthos): la pasión es aquella tensión que el alma "padece" con respecto de cuanto se le puede presentar como bien o como mal. Algunos padres tienden a ver las pasiones siempre como fundamentalmente malas, con enfermedades del alma y, por lo tanto, debe ser eliminadas radicalmente. Otros, sin embargo, sostienen que las pasiones son impulsos buenos, puestos por el Creador en el hombre, y que luego se pervirtieron con el pecado. En este caso, más que suprimir la pasión, se hablará de un retorno a su valor original, sustancialmente orientado hacia Dios y hacia la salvación. Naturalmente, este retorno no podrá producirse mediante una banal "reeducación" de las pasiones, sino mas bien mediante la reinserción de todo el hombre en Cristo, por medio del bautismo, los sacramentos y el camino concreto de una vida evangélica, con la mortificación de los miembros que se encuentran sobre la tierra (cf. Col.  3, 1-10).

Pasión por Dios (éros): ver eros.

Pasión pre-concebida (prólipsis): hemos traducido habitualmente con esta perifrase, la palabra griega que podría significar "predisposición" o "pasión preformada." Se trata del estado pasional, determinado en el alma por una precedente "toma de posesión" que, luego de sucesivos actos de pecado, una particular pasión ha obtenido sobre ella. Tal pasión, aunque haya sido vencida en la frecuente manifestación en los actos, deja, sin embargo, el alma enferma, "predispuesta" a caer en aquellos pecados en los cuales la pasión se actualiza habitualmente, sujeta, por lo menos a sentirse turbada por el recuerdo de estos males.

Penitencia (metánia): ver conversión.

Pensamiento (logismós): tiene habitualmente un sentido negativo: se trata de los "razonamientos" que surgen en el corazón y el intelecto, por un impulso de las pasiones y por sugestión del demonio Es tarea de la custodia del corazón impedir el acceso de los pensamientos negativos.

Percepción (ésthisis): ver sentido.

Plena certeza (pliroforía): conciencia de la gracia, sentimiento de plenitud y certeza, seguridad intocada por la duda de los hechos de la fe, en la consciente percepción de su presencia actual y operante de la vida, en lo profundo del corazón. Cuando no es originada en el engaño o la ilusión (aunque en este caso se mezcla con la soberbia, confianza en sí mismo, e incapacidad de someterse al discernimiento de alguna guía), ésta es el índice de la presencia del Espíritu Santo, es la manifestación de su obra, la certeza de "sentir" y obrar en Él.

Práctica, de las virtudes, de los mandamientos (praktikí, praktikón): vocablo usado sobre todo por Evagrio, quien lo recibe directamente de Orígenes, el cual ve en María y en Marta el símbolo de la contemplación y de la práctica. Ambas virtudes son entendidas como inseparablemente unidas, en cuanto que la práctica es el actuar de los mandamientos, de las virtudes, de la ascesis tendiente a la obtención del conocimiento espiritual y de la contemplación.

Principio fundamental o dirigente (to logikón):el ser humano, dotado de múltiples facultades, no se resuelve en ellas , sino que es unificado en su núcleo más profundo, del cual proceden y son ordenados, con un fin único, todos los impulsos. Y éste es el principio fundamental o dirigente del alma. Esta noción de la antropología clásica (sobre todo del estoicismo), ha sido asumida por los Padres. Esto se puede ya constatar en Orígenes, quien ve en el principio fundamental, el punto de enlace entre el hombre y el don de Dios: .".. la parte del alma... que es la mas preciosa de todas, y que algunos llaman el ápice del corazón, y otros, sentido espiritual o sustancia inteligente o, que, del modo como se la llame, está en nosotros, siendo aquella parte de nosotros mismos, por la cual podemos ser capaces de Dios" (cf. Homilías sobre el Exodo, hom IX, 4). Hemos traducido el vocablo también como "suprema potencia del alma."

Pruebas (pirasmós): tentación.

Razón (lógos): facultad intelectiva que obra mediante procesos lógicos de carácter discursivo, procesos deductivos e inductivos, que parten de datos proporcionados por los sentidos o por la Revelación (contrariamente a aquella operación del intelecto que es intuitiva y sintética). Pero a este vocablo, la recopilación prefiere el vocablo griego (diánia) que nosotros traducimos como mente.

Racional (to logicón): potencia intelectiva del alma, conforme a la filosofía griega (ver irascible y concupiscible).

Recuerdo (mními): la doctrina del recuerdo de Dios se remonta a san Basilio, de la cual nos habla repetidamente en su libro Obras Ascéticas, definiendo como "deber" del cristiano que come el pan y bebe del cáliz del Señor, custodiar incesantemente la memoria de Aquel que ha muerto y resurgido por nosotros. El recuerdo de Dios, impreso como un sello indeleble en la memoria, se opone a las agresiones de los pensamientos e impide los males provenientes del olvido. El recuerdo de Dios es lo opuesto a cualquier posibilidad de auto contemplación, por la cual nos mantenemos ajenos a nuestros semejantes, es lo opuesto a toda tristeza malsana, a todo cansancio y envilecimiento. Toda obra de la sobriedad tiende a permitirnos permanecer en tal recuerdo y, por consiguiente, en la oración continua.

Sentido íntimo, del corazón, etc. (ésthisis): significa en griego, ya sea "percepción" como "sentido" (eventualmente con adjetivos especificantes), y también, en plural, "sentidos," "facultades sensitivas." En los primeros dos significados, se refiere a la íntima experiencias de las cosas de Dios, al sentimiento consciente de la gracia operante, y a menudo se asocia con la plena certeza, con el sentido en plenitud. Esta nueva sensibilidad se torna factible en el cristiano, gracias a ese organismo nuevo que se constituye con el bautismo y crece con los sacramentos y la oración, organismo dotado de sentidos nuevos (la misma palabra, pero en plural), espirituales: "'Así como hay sentidos distintos, el gusto, la vista, así... también en el alma existe, ya sea la facultad de ver y contemplar, ya sea la de saborear y percibir la calidad de los alimentos inteligibles... Al Señor se lo saborea y se lo ve" (Orígenes, In Jo XX, 33, PG 14, 676 AB).

Sinergia (sinérgia): cooperación. Sin embargo, en la patrística griega, este término tiene un significado técnico que indica la de Dios y del hombre en la obra a de la salvación; una cooperación, no entre iguales, entiéndase bien, sino que es la unión de la operación salvificante de Dios, con el sí de la obediencia de fe del hombre.

Sobriedad (nípsis): es una especie de ayuno espiritual que consiste en custodiar el intelecto, la mente y el corazón no alterados ni excitados por las pasiones ni por las distracciones, a fin de permitir al hombre permanecer en la oración (cf.. 1 Pe. 4, 7). Es la actitud debida del cristiano quien debe, siempre "permanecer en Cristo" (cf. Jn. 15, 4 y otros), con toda sus facultades propias y que constituye en sí mismo, todo el programa de la vida monástica, En la tradición bizantina, los santos monjes maestros de oración son llamados precisamente en el término griego niptikí.

Teárquico (thearhikós): podríamos traducir este término como "divino," pero preferirnos conservar la sugestión de las dos raíces griegas, de las cuales la palabra resulta compuesta: divino y principio deificante.

Tentación (pirasmós): con este término se designa todo el proceso de un pensamiento pasional o de una sugestión diabólica, desde su comparecer como simple estímulo, al definirse como pensamiento acompañado por imágenes - etapa en la cual un cierto consentimiento a la tentación ya ha sido dado -, hasta el punto en el cual el hombre entra, por así decirlo, en dialogo con el pensamiento (como Eva con la serpiente), y es así que la tentación ha alcanzado, su objetivo. Difícilmente podrá el hombre dejar de traducir en acto su pensamiento pecaminoso, cuando se trate de un pensamiento que encuentra su concreción en una acción; y más aún, si se trata de un pensamiento que encuentra su consumación pecaminosa ya a nivel mental: al entablar el hombre el "diálogo," se puede decir que, por lo habitual, tal consumación ya ha actuado. La palabra griega misma designa, y con razón, aquel término que nosotros llamarnos "prueba," al cual tendemos a darle el valor de "sufrimiento" meramente soportado, y que no ofrece ninguna ambigüedad de resultado sino que, simplemente, nos ha sido enviado por Dios para nuestro progreso. En realidad no es tan así para los Padres. La enfermedad, el dolor, las dificultades interiores, las contradicciones de la vida, son reales "tentaciones," pues ponen al hombre frente a una elección: la de optar por aceptar y vivir la prueba, con una adhesión y sumisión de fe, que produce los frutos más felices, o bien, la murmuración y la falta de fe, que nos pueden llevar a la rebelión y al rechazo de Dios mismo.

Teología (theología): según los padres griegos, este término no se refiere al ejercicio de una actividad discursiva relativa a las cosas de Dios, sino más bien, al grado superior de la ciencia o conocimiento espiritual (gnósis). Es una iluminación (fotismós) que introduce al conocimiento de la Santísima Trinidad, al estado de impasibilidad de la oración perfecta, al coloquio silencioso con Dios. A este estado, el intelecto humano no llega más que por un don gratuito del Espíritu, además de escuchar la palabra: sólo esta iluminación habilita a hablar de las cosas de Dios. La liturgia griega, en este sentido, llama "teólogo" al ladrón que fue crucificado con Jesús, porque en la Cruz lo reconoce como el Señor, siendo misteriosamente instruido por el Espíritu respecto a la gloriosa identidad del Crucificado. Teología significa también, simplemente, el misterio trinitario, el misterio de la vida de Dios en Dios, y en este caso, se contrapone a economía, término que se relaciona con los misterios de la encarnación, de la muerte y de la resurrección de Cristo.

Xenitía (xenitía): se podría traducir como "alejamiento." Indica - como la hesichía -, tanto una actitud interior como un exterior. Es, antes que nada, una actitud interior de alejamiento, que tiende a mantenernos ajenos y peregrinos (cf. 1 Pe. 2, 11), en camino hacia la Ciudad celeste, puesto que nuestra ciudadanía está en los cielos (Flp. 3, 20). En este sentido, la xenitía se manifiesta con humildad, rechazando toda curiosidad, no interfiriendo en lo que no nos concierne, dejando de lado todo juicio y evaluando cada cosa en continua referencia con la eternidad, la incertidumbre del mañana, la hora desconocida de nuestra muerte. Pero la xenitía ha sido también definida en un sentido amplio, dentro de la vida monástica, como una elección material de vida, en un país extranjero, para vivir a fondo, en la carne y en la cotidiana percepción, aun psicológica, ese desgarro que es antológicamente propio en todo cristiano, desde el momento en que el bautismo lo ha convertido en un extranjero en el mundo, un sin patria, tendiendo a esa Ciudad bien fundada que está en los Cielos (cf., Hb. 11, 10).

 

Arcebispo Primaz Katholikos

S.B. Dom ++ Paulo Jorge de Laureano – Vieira y Saragoça
(Mar Alexander I da Hispânea)


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Última actualização deste Link em 01 de Outubro de 2011